Sentado en un coqueto sillón, tras una gira apretada en Nueva York, Mauricio Macri confesó sus expectativas sobre el G20 en Buenos Aires. "Además de la agenda global, que viene desde China y Alemania, quiero poner en el G20 un capítulo regional. Un concepto que se identifique con el futuro del mundo, pero también con el presente de América Latina", explicó durante su última visita a Manhattan.
Macri cumplió su objetivo, ya que el G20 de la Argentina apunta al futuro del trabajo, al desarrollo de la infraestructura y a la educación como vía para reducir la pobreza. Pero las intenciones del presidente argentino pueden naufragar frente a la voracidad geopolítica de Donald Trump, que aprovecha todos los escenarios globales para imponer un temario que solo interesa a la Casa Blanca.
El capítulo de Finanzas del G20 que inició ayer en Buenos Aires se ajustó a los parámetros diseñados por Balcarce 50. Las reuniones comenzaron casi a horario, el protocolo G20 se cumplió a rajatabla y solo llamó la atención que el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, y el secretario de la OCDE, Ángel Gurría, no contestaran las preguntas de los periodistas cuando habían sido convocados a una rueda de prensa.
"Queremos aprovechar el liderazgo del G20 para demostrar al mundo que podemos ser un socio confiable, con el que se puede dialogar", dijo Dujovne con lógica optimista.
El ministro de Hacienda trabaja de anfitrión y jamás reconocerá que tiene fuego en la cocina. La cumbre del G20 se institucionalizó después de la crisis del 2008. Diecinueve jefes de Estado, más la Unión Europea, ciertos organismos multilaterales (FMI, BM, OCDE y OIT) y determinados invitados especiales (España o Chile, por ejemplo) iniciaron una ronda de consultas para evitar que la crisis de las hipotecas tóxicas terminara con el sistema comercial y financiero global. La capacidad política del G20 más la administración de Barack Obama conjuraron un peligro con final abierto.
Sin embargo, ese ejercicio de liderazgo mundial ahora enfrenta una prueba azarosa que tiene el sello Trump. Desde la Casa Blanca se lanzó una guerra comercial a escala planetaria, mientras se tensa la cuerda para ahogar al régimen de Nicolás Maduro. Esta es la agenda real del capítulo G20 de Finanzas, pese a los esfuerzos del Gobierno para encarrilar un acontecimiento multilateral que es histórico para Argentina.
Europa y China no pierden tiempo y exigen que Estados Unidos retrotraiga su decisión de aumentar los aranceles del acero (25 por ciento) y del aluminio (10%) que Trump anunció hace dos semanas. Argentina también fue incluida en la lista negra, y pese a su defensa del Mercosur y su apoyo al acuerdo con la Unión Europea, fue en soledad hasta Washington para pedir su exclusión de una guerra comercial que enfrenta al proteccionismo americano contra el libre comercio de Occidente.
Dujovne se encontró con Steven Mnuchin, secretario del Tesoro, para analizar la agenda bilateral y profundizar la hoja de ruta del G20. Pero el encuentro solo sirvió para que Dujovne pidiera la exclusión de la Argentina del aumento de los aranceles y Mnuchin le anunciara que la Casa Blanca lanzaría un engorroso procedimiento para estudiar determinadas excepciones a la política proteccionista lanzada por Trump. Los temas de fondo del G20 quedaron para otro momento.
Pero la suba de aranceles al acero y al aluminio no es el único asunto americano que hace ruido en la agenda del G20 propuesta por la Casa Rosada. Trump también presiona por sanciones económicas al régimen de Nicolás Maduro y sondea a distintos bloques geopolíticos para saber hasta dónde puede avanzar. Si fuera por el presidente de los Estados Unidos, los marines ya habrían despegado rumbo a Caracas.
El ministro de Finanzas, Luis Caputo, recibió a representantes del G7 (con países como Alemania, Estados Unidos, Canadá, Gran Bretaña y Japón) y al Grupo Lima (Mercosur más países de Centroamérica) para discutir la situación social de Venezuela y las operaciones de lavado de dinero que supuestamente se están ejecutando desde Caracas.
Este grupo de trabajo propuso diseñar una política activa para evitar que salga dinero sucio de Venezuela e inició conversaciones para implementar un plan de rescate económico y financiero de ese país cuando termine la administración poschavista. En este encuentro, como sucedió con la reunión entre Dujovne y Mnuchin, no se abordó un solo aspecto de la agenda G20.
Trump fuerza la agenda global para encontrar el camino hacia un nuevo orden mundial que satisfaga sus ambiciones personales. Esa vocación de poder genera un caos geopolítico que no se puede administrar con certeza. Ya le pasó a Angela Merkel en el G20 de Hamburgo: para esquivar el fracaso de la cumbre multilateral, archivó el acuerdo de París.
Entonces, pese a las intenciones de Macri, todo se ajustará a la opacidad del conjunto. En plena guerra comercial, con bloques económicos poderosos que chocan entre sí, habrá poco espacio para discutir sobre los pobres, el acceso a la educación y el alma de los robots.
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