La regla de supervivencia política sonó contundente en el moderno auditorio de la Universidad Torcuato di Tella. Habían expuesto Cristina Lagarde y Nicolás Dujovne, y ya no quedaban dudas sobre el respaldo del Fondo Monetario Internacional al programa económico de Mauricio Macri. "Estamos en una situación global que es fácil de expresar –dijo un asesor que visita seguido Olivos-, o nos sentamos a la mesa, o somos menú. Nosotros queremos sentarnos a la mesa".
Ese pragmatismo diplomático diseñado en la Casa Rosada y la Cancillería explicó los últimos movimientos en solitario frente a la batalla económica que lanzó Donald Trump, mientras todavía se trabajaba a destajo para cerrar el acuerdo histórico entre la Unión Europea y el Mercosur. Macri busca proteger su relación privilegiada con la Casa Blanca y a su vez profundizar las relaciones comerciales con Europa, dos objetivos geopolíticos que transformaron al presidente argentino en un inesperado equilibrista de la arena internacional, donde la tensión creciente entre Estados Unidos y China puede causar una tormenta económica de proporciones imprevisibles.
El secretario de Comercio, Miguel Braun, se reunió con Macri en Olivos y partió a Washington para encontrar la pócima que permita a la Argentina escapar de la guerra comercial que gatilló Trump al establecer aranceles a las exportaciones de acero (25 por ciento) y de aluminio (10 por ciento).
El presidente americano cree que tiene capacidad intelectual y poder político para establecer un nuevo orden mundial y decidió medir fuerzas con China y la Unión Europea. El incremento a los aranceles del acero y el aluminio se justifican sobre los argumentos de seguridad nacional y desempleo formal, pero en realidad apuntan a subestimar la influencia de Europa y retrasar el ascenso de Beijing como primera potencia global.
Braun, acompañado por Shunko Rojas, subsecretario de Comercio Exterior, y Fernando Oris de Roa, embajador argentino en DC, tuvieron una reunión de quince minutos con Wilbur Ross, secretario de Comercio de la administración republicana. Como siempre pasa con Ross, trata a los funcionarios argentinos con amabilidad, asegura que hay chances para resolver el tema que preocupa y pide paciencia. Sucedió con las exportaciones de biodiesel, que ya no entran a los Estados Unidos. Y ahora está ocurriendo con el pedido argentino de exclusión de la guerra comercial que desató Trump abruptamente.
En términos de exportaciones a Estados Unidos, los envíos de acero y aluminio no significan nada para los argumentos de Trump: 0.6 en acero y 2.3 en aluminio del volumen global de esos insumos que parten de Argentina a territorio americano. Pero si se analiza su importancia como producto exportable de las compañías Techint (acero) y Aluar (aluminio), el daño es profundo y grave. Como una puñalada por la espalda.
El embajador argentino Oris de Roa hizo presentaciones en toda la burocracia del estado americano. La argumentación diplomática sostiene que las exportaciones de Techint y Aluar no afectan la seguridad y los niveles de empleo de los Estados Unidos, e insiste con un hecho político ratificado por la Casa Rosada y la Casa Blanca: el vínculo personal y estratégico que han establecido Macri y Trump.
Todos los argumentos presentados por Oris de Roa son ciertos. Y Trump no los desmintió cuando conversó por teléfono con Macri. Pero el Presidente de los Estados Unidos aún no anunció qué rol pretende imponer a la Argentina en la región, y hasta que eso no ocurra, no hay nada que hacer en Washington para saber si las exportaciones de acero y aluminio quedan exceptuadas de la guerra comercial contra China y su actual aliado Europa.
La Casa Blanca está preocupada por la situación en Venezuela y busca una fórmula global que le permita recuperar terreno en los intercambios comerciales globales. Por eso abrió un back channel en el Cono Sur para discutir acerca de la estabilidad económica del régimen de Nicolás Maduro y también busca con insistencia ciertos métodos de interrelación comercial que no se parezcan a los acuerdos multilaterales que empujaba Barack Obama con Ángela Merkel y Jinping.
Esta agenda geopolítica de Trump pone sobre la cuerda de equilibrista a Macri. El presidente pretende una relación privilegiada con Estados Unidos, pero, consistente con su pensamiento ideológico, insiste con el libre comercio, los tratados multilaterales, el fortalecimiento de la Organización Mundial de Comercio (OMC) y el G20 y la defensa del acuerdo de París.
Macri hace esfuerzos para mantener el equilibrio y, aunque sea extraño, ese esfuerzo ya empieza a causar desconfianza en el Mercosur y en la Unión Europea.
Jorge Faurie viajó a San Pablo para participar del World Forum Economic, una cita obligada para los líderes del mundo. El canciller argentino ratificó la voluntad de Macri de firmar el acuerdo entre la Unión Europea y el Mercosur, e insistió en ratificar que Brasil es su aliado regional y su principal mercado junto a China. Pero se corrió con sutileza cuando le preguntaron si la Argentina respaldaría los planteos de Brasilia respecto a la guerra comercial del acero y el aluminio. Faurie alegó que ambos países tienen estrategias diferentes y que no se prevé una acción integrada.
Michel Temer, presidente en Brasil, cuestionó sin eufemismos los aranceles previstos por Trump y amenazó con llevar el asunto a la OMC. Temer anunció que buscará el apoyo explícito del Mercosur y la Unión Europea, sus lógicos aliados en defensa del libre comercio. Y a estos aliados, que pueden anunciar un acuerdo histórico, se sumaría China.
Dujovne recordó en la Universidad Di Tella que los principales socios comerciales de la Argentina son Brasil y China. No citó a Estados Unidos y apenas hizo mención a la guerra comercial que lanzó Trump. Las palabras del ministro de Hacienda fueron paradójicas: Argentina se resiste a delinear una estrategia con Brasilia y Beijing para enfrentar la suba de aranceles, pero vuela sin escalas a Washington para negociar una exclusión que sólo depende de una decisión política. Y esa decisión política, que Trump se la podría haber anunciado a Macri por teléfono, se retarda en un proceso administrativo que sólo escondería una eventual exigencia geopolítica que haría la Casa Blanca a la Casa Rosada para conceder finalmente la excepción que se pide a la guerra comercial del acero y el aluminio.
Es decir: Trump ya sabría qué pedir a la Argentina para evitar que se profundice su déficit comercial, aumente el desempleo formal y se derrumbe la cotización de Techint y Aluar.
¿Y cómo reaccionaría Macri si la exigencia americana pone en jaque la perspectiva nacional sobre la situación de Venezuela o la viabilidad del acuerdo con la Unión Europea?
En la Cancillería y en la Casa Rosada juran que el Presidente no hará nada que agrave la situación humanitaria en Venezuela o que implique un peligro institucional a la integración política y económica entre la UE y el Mercosur.
Ahora hay que esperar hasta que Trump muestre su carta. Argentina cumplió con los ritos diplomáticos y es sólida en los argumentos económicos y geopolíticos, dos hechos que deberían facilitar su exclusión de la guerra del acero y el aluminio.
Pero con el presidente de los Estados Unidos nunca se sabe: ¿Y si no le gustan los equilibristas?
SEGUÍ LEYENDO: