"Hugo está actuando como Pablo". La frase es de un dirigente sindical que conoce a los Moyano desde hace años. No debe leerse como un elogio. Todo lo contrario. Lo que quiere decir es que las últimas decisiones tomadas por el jefe de la familia se parecen demasiado a los impulsos con los que siempre se movió el mayor de sus hijos. Y esto es así porque Hugo Moyano ha ido acumulando motivos para sentirse acorralado. Y en ese escenario reacciona como lo hubiera hecho su hijo: tomando decisiones apresuradas (o desesperadas).
El mismo apuro que mostró Hugo Moyano para inaugurar el 9 de enero el Sanatorio Antártida en el barrio de Caballito (que todavía sigue en obra y tapiado) es el que lo llevó a lanzar una marcha con casi un mes de anticipación (el 24 de enero) para el 22 de febrero. Y fue ese apuro también el que obligó a un sector del consejo directivo a convocar a la reunión de ayer de urgencia y, aun ante la escasa convocatoria, a anticipar el respaldo de un sector de la CGT a la protesta de Camioneros contra el Gobierno.
En esa desesperación, y con esa ya clásica necesidad de mostrar los dientes al sentirse amenazado, Moyano no está dispuesto a perder un segundo en cuidar la extremadamente frágil unidad que existe en la cúpula de la CGT desde hace tiempo. En este presente lleno de denuncias judiciales, hoy es lo que menos le preocupa al último jefe indiscutido que tuvo la central sindical.
La reunión de consejo directivo de ayer no hizo más que mostrar las diferencias que existen en el seno del sindicalismo. Estuvieron, fundamentalmente, los gremios que responden a Moyano y al gastronómico Luis Barrionuevo. Una postal similar a la del almuerzo de hace unos días en Mar del Plata. Faltaron los representantes de los grandes gremios (conocidos como "los Gordos") y los independientes Gerardo Martínez, Andrés Rodríguez y José Luis Lingeri. Tampoco estuvieron los metalúrgicos de la UOM, el ferroviario Omar Maturano o el colectivero Roberto Fernández.
Los que no asistieron al encuentro no tienen ningún interés de romper los puentes con el Gobierno. Unos estarán más preocupados por las paritarias, por el futuro de sus afiliados o por mantener el control de las cajas de sus obras sociales, pero ninguno de ellos está interesado en quedar parado al lado de Moyano. Por lo menos no por ahora.
Los que se sacaron las últimas fotos con el camionero son los que no tienen posibilidades de acercarse a la Casa Rosada. Eso es lo que llevó ayer a Hugo Yasky y Roberto Baradel hasta la sede de Camioneros. Al salir de allí anunciaron que se sumarán a la marcha del 22 de febrero, que todavía no tiene un destino claro. Puede ser la Plaza de Mayo o la 9 de Julio. "Será una protesta pacífica", aclararon como si hiciera falta.
El Gobierno celebró la pobre convocatoria del camionero. Y, a falta de un interlocutor de peso razonable (que hoy no existe ni en el mundo sindical ni en la oposición), prefiere lógicamente una CGT fracturada que una central sindical encolumnada detrás de un camionero enfurecido. De hecho, en la Casa Rosada están convencidos de que los Moyano -Hugo y Pablo- fueron los principales responsables de que fracasara el intento de avanzar con una reforma laboral. Ese ya es un capítulo cerrado. Pero ahora vienen las paritarias. Y, con o sin techo del 15% o cláusula gatillo, al Gobierno no le viene nada mal una CGT partida. Curiosamente, hacia ese terreno la está llevando con su desesperación Moyano.
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