(Desde París) – Mauricio Macri y Emmanuel Macron se reúnen en el Palacio Elíseo para librar una batalla diplomática que puede causar la muerte súbita del acuerdo Mercosur-Unión Europea. Macri en nombre de los cuatro países del Mercosur está dispuesto a ceder cuotas de volúmenes exportables para preservar la vida del convenio bilateral, pero a cambio exigirá que Macron anuncie oficialmente que durante las próximas semanas se firmará un acuerdo político que selle las bases de un tratado económico que unirá para siempre ambas márgenes del Océano Atlántico. Si el presidente galo no acepta la propuesta de su colega argentino, y continúa dando vueltas en círculo para no irritar a sus votantes de la campiña francesa, el acuerdo Mercosur-Unión Europea se encamina lentamente a su propio funeral.
Es paradójico y cierto. Macri y Macron coinciden en apoyar las acciones diplomáticas multilaterales, la cooperación internacional y el libre comercio. En el Foro Económico de Davos ambos presidentes avalaron una agenda global que se asemeja y se apoya mutuamente. Macri y Macron respaldan el acuerdo climático de París, sostienen la igualdad de género, reivindican la educación de calidad para reducir la pobreza, proponen caminos para achicar la brecha digital y están preocupados por el impacto de la tecnología en las relaciones laborales. Hay coincidencia máxima entre los dos jefes de Estado, incluso cuando refieren a Donald Trump y su axioma America First, que implica regresar al siglo XX en plena revolución industrial 4.0.
Pero las coincidencias concluyen cuando se trata de enfrentar a protagonistas básicos de la política doméstica. Macri acepta lidiar con su frente interno y ciertas picardías que se cocinan en Brasil a espaldas de Argentina, Paraguay y Uruguay. El presidente tiene paciencia, entiende las ambiciones regionales y rema el acuerdo con la pasión de un cruzado calabrés. Macri piensa en su legado y en su futuro, y el eventual acuerdo Mercosur-Unión Europea es también un objeto preciado al momento de planificar la carrera presidencial de 2019.
Macron tiene elecciones europeas antes de fin de año y su deseo personal es suceder a Angela Merkel en el escenario global. La canciller alemana lidera Europa, y el presidente francés sueña con ese puesto de exclusivo protagonismo político. En este contexto, Macron necesita tener firme su base electoral y además reducir la influencia de Merkel en la UE. Es un juego peligroso, que puede terminar en suma cero, tanto para Macron como para la economía europea.
El presidente francés aplaca a Merkel soslayando sus consejos políticos, mientras que seduce a su propio electorado con un discurso duro, chauvinista y ajeno a sus posiciones públicas en los foros internacionales. Si se compara la presentación de Macron en Davos con su posición de ayer en la campiña gala, parecen dos personas diferentes que comparten una misma mujer y un mismo traje.
"No podemos hacer acuerdos que favorecen a un actor industrial o agrícola a miles de kilómetros, que tiene otro modelo social o medioambiental y que hace lo contrario de lo que nosotros imponemos a nuestros propios actores", dijo Macron en el departamento de Puy de Dome. Y completó ante cientos de productores agropecuarios: "Es evidente que se tratará de un gran desafío, en particular para el sector de las carnes bovinas, porque permitirá hacer entrar volúmenes de carne sudamericana sin derechos de aduana a los países europeos".
A Macri estas declaraciones le cayeron pésimo. Ya estaban jugando un partido de ajedrez a la distancia, pero las declaraciones de Macron en Puy de Dome casi agotaron la paciencia del presidente argentino. De todas maneras, Macri sabe que toda la negociación es un ejercicio de paciencia, y buscará apaciguar a Macron ofreciendo cierta reducción en los volúmenes de producción agropecuaria. Se trata de un gesto final, avalado por sus socios regionales, con el objetivo de preservar las negociaciones técnicas del acuerdo bilateral, que se llevan en Bruselas a tambor batiente.
El lance diplomático entre Macri y Macron se lleva a cabo en el Palacio del Elíseo. Un escenario ideal para resolver los entuertos entre dos bloques geopolíticos que se necesitan y tienen una larga historia común. Si la inteligencia vence a la ambición, París puede ser una fiesta.