Boudou suelto: las evidentes moralejas de un gran disparate

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Amadou Boudou saluda a amigos y simpatizantes tras ser liberado (Nicolás Stulberg)
Amadou Boudou saluda a amigos y simpatizantes tras ser liberado (Nicolás Stulberg)

Nairobi es la mujer más atractiva de la banda. Alta, morocha, sensual, movediza, invita al jefe -el muy puritano "profesor" -a acostarse junto a ella en la cama. Intenta seducirlo. Él le explica que quiere pero no puede: que el asalto -el atraco- solo puede tener éxito si, entre ellos, no pasa nada. Entonces ella le pregunta por el origen del plan: de quién fue la idea. El se dispone a contarlo por primera vez.

-Yo fui un niño enfermo, ¿sabes? Y un adolescente enfermo. Así que pasé muchos años de mi vida postrado en un hospital, leyendo muchísimo. Mi padre me contaba historias. Me contaba películas que veía él de atracos.
-Vaya figura, ¿no? Tu padre, en lugar de contarte "El patito feo"…
-Pues un día me contó la película más extraordinaria que han hecho jamás. "Tú sabes que el dinero se fabrica en una máquina, ¿verdad?", me dijo. Y yo le dije que no. "Y esa máquina está en un sitio que se llama la Fábrica del Dinero. Y con un plan magistral -ha de ser magistral, no lo olvides nunca- se podía entrar allí y hacer todo el dinero que quisieras, sin robar a nadie. ¿Me entiendes?".

Ese diálogo pertenece a La casa de papel, una gran serie española que se puede encontrar fácilmente en internet. Y trata de eso: del intento de robar la máquina de hacer billetes. Los asaltantes son audaces, encantadores, humanos y, sobre todo, no tienen protección de ningún tipo de poder. Como en las buenas historias de asaltantes, uno quiere que ganen. En sus momentos de euforia, cantan canciones de los partisanos antifascistas.

Cualquier argentino que mire la serie encontrará en ella una gran ironía porque, como se sabe, aquí también hubo un plan para apropiarse de la máquina de hacer billetes. Pero las similitudes llegan hasta ahí: aquello fue ficción, aquí ocurrió en la realidad; aquellos asaltantes se la jugaban solos, estos pertenecían a los más altos niveles del Estado; estos fracasaron, mientras que aquellos, en fin, no se puede decir, porque se cometería un pecado imperdonable: anticipar el final de una historia. Los personajes de la serie tienen un lejano aire a Robin Hood. Los patanes de acá, en fin, apenas un grupo de arribistas con quince minutos de fama y algunos años en el poder.

De cualquier modo, la versión argentina de La casa de papel tiene un material que haría relamer a cualquier guionista. Hay un vicepresidente que anda en motos de alta cilindrada, viste con jeans y campera de cuero, está de novio con una atractiva y ambiciosa estrellita de la tele, con quien se intercambia apasionados besos en las revistas del corazón. El hombre llegó a su cargo con velocidad de Exocet, gracias a un par de ideas acertadas y una ambición voraz. Cuando hace campaña, las militantes suspiran por él, que les canta canciones entremezclado con estrellas de rock. Los pasillos del poder susurran que su relación con la Presidente, que tiempo atrás ha enviudado, es algo más que política y que, además, será su sucesor.

Hay un periodista insomne y obsesivo, un tanto excedido de peso, con cara de perro triste, que ubica a la ex mujer de un testaferro del protagonista. Ella le cuenta el plan para quedarse con la maquina de dinero, le da el nombre de la empresa creada para ello y le confiesa el rol de su ex marido. Primero, se lo cuenta en off, en privado. Pero el periodista la convence de que lo haga en público. Como en las buenas pelis, el plan empieza a hacer agua por el lado sentimental.

Hay un juez que, por presión de un fiscal, acepta allanar propiedades del vicepresidente. La chica de la tele sigue con él. La presidenta lo respalda. Entonces, el vicepresidente arma un escándalo. En dos días, se carga al Procurador General de la Nación, y logra que le quiten la causa al fiscal y al juez que se atrevieron a molestarlo.

Todo parece volver a su cauce natural. Sigue el plan.

Pero será el principio del fin.

La causa cae en manos de otro juez. Ese juez tiene un hermano al que le dicen "Freddy", y es riquísimo, un miembro del jet set. Fredy tiene muchos contactos en la Justicia, además de ser hermano de su hermano. Hace favores y, mientras tanto, su fortuna crece. Y crece. Y no para de crecer. El vicepresidente está tranquilo. Es gente amiga y razonable.

Sin embargo, las cosas no son como antes.

La Presidenta ya no lo invita a los actos: lo esquiva, lo oculta, le hace sentir la frialdad al que cayó en desgracia.

La chica de la tele se las pica.

Y ya no hay recitales para que se luzca.

Hay banqueros sospechosos.

Hay multitudes en las calles.

Y, en medio de todo esto, se produce la derrota electoral del Gobierno.

Amado Boudou, el día que fue detenido
Amado Boudou, el día que fue detenido

Si todo funciona como debe, el vicepresidente podría terminar detenido. Los jueces especulan un tiempo. Hasta que el Gobierno muestra los dientes y se carga a uno de ellos. El resto entra en pánico. El presidente da la orden de investigar las aventuras de "Freddy", el hermano del juez. Los medios empiezan a describir en detalle la vida de "Freddy". El juez se siente en peligro y, repentinamente, manda a detener al ex vicepresidente. Cierta madrugada, la policía entra a su departamento de Puerto Madero, lo fotografía esposado y en pijamas y distribuye la imagen a todos los medios del país.

El galán, el playboy, se había transformado en un gordo derrotado en pijamas.

Muchos enemigos festejan. Personas sanas sienten que, por fin, se hizo justicia en el país. Algunos desubicados se hacen preguntas: ¿actuó bien el juez? ¿No será que puso al otro preso para quedar él libre? ¿Es lógico que en un país vayan presos sin condena previa personajes con un rol político opositor?

Pavadas. El tipo está en cana. Es un sueño realizado. A llorar a la iglesia.

Allí termina la primera temporada. La imagen final: el ex playboy en una celda pequeña, repleta de cucarachas, en una de cuyas paredes lo esperaba la foto de la pareja presidencial.

No está claro cuánto puede durar la serie ni tampoco cómo termina. Pero hay un nuevo giro en el comienzo de la segunda temporada. Apenas una Cámara revisa la actuación del juez, llega a la conclusión que unos pocos temían: todo lo que hizo era un disparate, estaba mal. No es solo que no lo había condenado: ni siquiera había encontrado material para procesarlo. Por eso, no tienen opción salvo liberarlo.

El ex vicepresidente recupera la libertad.

Sus partidarios lo reciben como un héroe, una víctima, un preso político liberado por la presión del pueblo. Lo llaman "Amado". Encima, días después, su nueva mujer le da mellizos.

El ex vicepresidente dejó un rastro de atracos a cada paso de su carrera política. Era un habitué de la noche, andaba de acá para allá en motos carísimas, vivía en los barrios más snobs de su país. Pese a todo ello, bautiza a uno de sus hijos como León y al otro como Simón, en homenaje a León Trotsky y Simón Bolívar.

Todo emoción.

Los que aplaudían por el supuesto hecho de Justicia se sienten frustrados.

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Los guionistas ahora se debaten sobre el desarrollo futuro de la historia. Tal vez el ex vicepresidente se deje crecer la barba, tome una metra y suba al monte para iniciar la lucha armada. O vuelva a prisión. O se reencuentre con la ex presidenta y terminen lo que tal vez nunca empezó en una lejana isla del pacífico. Para cualquier guionista, hay una fiesta de opciones.

Ahora, si alguien quiere extraer algunas conclusiones de esta historia inverosímil, tal vez pueda elegir entre las siguientes:

-La Argentina es un país generoso, donde demasiados vivos han tenido oportunidades increíbles para hacer fortunas.

-Esos vivos estuvieron en el kirchnerismo pero no solo en el kirchnerismo: hubo empresarios, banqueros, políticos que hoy son oficialistas y jueces.

-Hacer justicia en un país es, necesariamente, un proceso largo y complejo que requiere mucho trabajo y rigor. Si la lógica que lo guía es la de la venganza rápida, seguramente termine en una frustración. Los que aplauden hoy insultarán mañana.

-Si los jueces son sospechosos, probablemente sea muy difícil que el proceso sea limpio: tarde o temprano se descubrirán los hilos.

-Detener a alguien no es lo mismo que hacer justicia. La justicia se produce cuando se detiene a un condenado, no a un sospechoso.

-Cuando los brutos conducen cualquier proceso -político, económico, judicial- es probable que todo termine mal.

-Para que un proceso de lucha contra la corrupción sea creíble debe ser abarcativo. Si todos los detenidos pertenecen al poder anterior, o a un sector político opositor al Gobierno, si se perdonan a quienes pertenecen al actual entorno presidencial, las alegrías serán efímeras: habrá un puñado de detenidos, que tarde o temprano serán liberados, y la corrupción seguirá reinando en el país.

-Si el nuevo gobierno incorpora como tropa propia a los jueces que permitieron la corrupción -como se ve de manera obscena en el caso Triaca- entonces la rueda vuelve a empezar, una y otra vez, de manera interminable.

-La pregunta sin responder es, siempre, la misma: ¿Hay en estos tiempos en la Argentina un proceso serio de lucha contra "las mafias" o lo que existe es apenas una serie de decisiones arbitrarias y poco fundadas contra referentes de "las mafias" ajenas? Es una pregunta abierta. A veces parece una cosa, a veces la otra.

En cualquier caso, si el lector quiere disfrutar de una buena historia, en estos días de calor, búsquela por ahí. La casa de papel es una serie magnífica: adictiva, magnética, atrapante, con personajes por momentos entrañables. Y que se la juegan solos.

A suerte y verdad.

Como Simón Bolívar y León Trotsky, héroes de tiempos que ya no existen.

 
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