Un nuevo grito peronista de corazón: ¡cambiemos!

El paso más duro que tienen por delante Pichetto, Massa y todos los que intenten reformular el peronismo es separarse del populismo, pero los desafíos son multiples

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Sergio Massa y Miguel Angel Pichetto durante una reunión esta semana
Sergio Massa y Miguel Angel Pichetto durante una reunión esta semana

En los últimos dos días los medios reflejaron las conversaciones entre el senador Pichetto y el diputado Massa tendientes a la reconstrucción del peronismo en un partido de centro, nacional, moderno, democrático moderado y sin violencias, según sus declaraciones.

Nada sería mejor para el país y la ciudadanía que contar con una fuerza de tales características representando las ideas y necesidades de una parte importante de su población. La autocrítica implícita en las declaraciones es que eso no ha ocurrido hasta ahora, o por lo menos no ha ocurrido en dos décadas.

Para que ese loable propósito se concrete, se debe recorrer un camino de hierro, que acaso no sea del agrado de los recreadores, pero es ineludible. El movimiento – como lo llamó pragmáticamente su fundador – debe comenzar por abandonar el planteo de frentes múltiples, donde convivían, coordinadamente o no, una suerte de peronismo bueno, con un peronismo malo, con un peronismo o "izquierda violenta" y otros formatos con los que en definitiva conseguía o mantenía el poder.

Por eso debe salir de la trampa en que se ha metido, de negar al menemismo, negar al kirchnerismo, en definitiva, negar su pasado. Carlos Menem, por caso, fue el único líder peronista ungido en una elección interna nacional y directa entre las bases del movimiento. Pero el discurso dice que no fue peronista. Como no lo fueron los Kirchner, según esa línea, un argumento tipo avestruz, de esconder la cabeza para no aceptar la realidad. El peronismo debe hacer su mea culpa, aceptar sus errores o fracasos y desde allí reconstruir. Sin aceptar esa realidad, lo que se construiría sería un nuevo relato, simplemente.

La idea de despegarse del fracasado no es nueva. Perón solía decir "me ha traicionado" cuando alguno de sus representantes o delegados no le servía más. En el caso de Héctor J. Cámpora el apóstrofe fue más contundente y popular, después aplicado a Héctor Parrilli por la ex presidente. No fue distinto en la condena pública a sus aliados guerrilleros en plena histórica Plaza de Mayo: "estos imberbes que ahora gritan". Recordará el mismos Pichetto la frase de Cristo a Judas que le endilgó a Julio Cobos durante el voto de la 125: "haced lo que has venido a hacer". Tal vez hoy Perón diría: "Cristina me ha traicionado". Es hora de aceptar las responsabilidades y crecer, no de negar.

Transformarse en un partido de centro requiere, primero, transformarse en un partido. Esto significa democracia interna, elecciones, abandonar el dedazo y las manganetas que eluden las internas, los punteros, el choripán y los micros alquilados. Lo que hoy se llama peronismo contiene, además de la nostalgia por el líder, un componente muy acendrado de obsolescencia política que debe también renovarse.

Ser un partido de centro tiene otras implicancias y obligaciones. Que también constituyen oportunidades políticas nada despreciables. Una nueva plataforma. Un nuevo catecismo. Una nueva visión. Cuando se habla de la adopción de políticas de Estado, automáticamente la respuesta es "eso es imposible con el peronismo". La idea de que sin el peronismo no se puede gobernar, que ha servido para crear una falsa imagen de poder, también ha aislado al partido.

La primera oportunidad es reducir la grieta. Esto empieza por la absurda (costosa y rentable) sublimación del terrorismo guerrillero, que no sólo transformó a muchos delincuentes en gobernantes, sino que rompió reglas jurídicas y hasta un indulto que había otorgado y consentido un gobierno peronista, enorme dicotomía que incorporó un elenco que terminó costándole las elecciones de 2015 al noperonismo kirchnerista. Ver la nota de esta columna cuando se designa a Carlos Zannini y a otros miembros de La Cámpora como candidatos. ¿Se va a separar el nuevo peronismo de centro de los intereses económicos y de otro tipo detrás del relato de los 30.000 desaparecidos? ¿Va a reivindicar a las víctimas inocentes del terrorismo o las seguirá ignorando? La grieta empezó ahí. Menuda discusión.

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La penetración del narco en la sociedad, un virus terminal, y el piqueterismo como institución, el corte cuasi subversivo sistemático en calles y rutas, que le cuesta dinero a la población y dinero en las coimas que el gobierno de turno paga a las pseudo organizaciones para calmarlas, son aspectos donde el nuevo partido deberá tomar posiciones muy claras. ¿Podrá, o seguirá atado a los D' Elía, Del Caño, y otros profesionales del desorden y el caos? El peronismo debe dejar de ser la opción del descalabro. No es posible un país donde se crea que sin peronismo no se puede gobernar. Como tampoco lo es un país en el que se acepta cualquier cosa de Cambiemos porque si no, vuelve el peronismo.

La sociedad en un todo, y mucho más las madres de las clases más bajas, no ignoran la destrucción sistemática de la educación, único recurso universalmente aprobado como infalible en la lucha contra la pobreza. El nuevo peronismo de centro deberá ser contundente y fulminante en este punto. Separarse de un tajo del manejo irresponsable de los contenidos – una rémora heredada de su fundador – del odio contra próceres como Sarmiento o Roca, que planta teorías siempre disolventes. Pero más importante, deberá disciplinar junto con los demás partidos al sindicalismo docente en su sabotaje continuado a la enseñanza, que está matando el futuro.

Aspectos como la corrupción del Estado y la Justicia – de culpabilidad mutipartidaria, hay que decirlo, también ofrecen oportunidades políticas, si se encuentra el coraje para encararlos. Coraje multipartidario, se entiende. Un peronismo de centro implica ineludiblemente un acuerdo político de fondo en el país. De lo contrario sólo será un cambio formal. Lo que Cristina está diciendo es: "todos robamos". Enorme defensa.

El avance judicial contra el gremialismo periférico mafioso y ladrón evidencia otra falla que deben encarar los reformadores. Qué hacer con la columna vertebral de su movimiento, como la llamara Perón. Una opción es propender a una reforma profunda de la democracia interna de los sindicatos, y hasta del sistema que vía indirecta obliga a la afiliación. Es cierto que la presión judicial, tenderá a ceder, gracias a la Justicia flexible, pero la sociedad no ignora que está siendo expoliada. La sociedad peronista tampoco.

Aunque el paso más duro que tienen por delante Pichetto, Massa y todos los que intenten reformular el peronismo es separarse del populismo. Y reconocer que muchas de las conquistas históricas, en especial las de la década ganada, más allá de si merecidas o no, fueron falsas conquistas, que no se sostienen ni son reproducibles en lo inmediato. O se sostendrían, pero con un cambio del paradigma económico del país.

Perón soñó que el total de los salarios debía alcanzar el 50% del total de la economía, en su forma poco académica de expresarlo. Lo implantó por ley en un año. Y creó de un plumazo la endemia inflacionaria de que aún gozamos. Separarse del populismo implica, además, una prédica ardua, laboriosa y heroica entre sus seguidores, muchos de los cuales están ahí porque los subyuga el facilismo inducido y fomentado, justamente la esencia del flagelo.

La correspondencia biunívoca entre populismo y peronismo le ha hecho mucho daño al país, al partido y a la democracia. La convicción que tiene Cambiemos, por ejemplo, de continuar en su línea insoportable de gasto para que no "le quemen el país" muestra indirectamente que para que haya otra Argentina, hace falta otro peronismo, o acaso que, para que haya otro peronismo, hace falta otra Argentina.

Pichetto y Massa dicen haberse puesto esa tarea sobre sus hombros.

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