Por Dolores Caviglia
Ahí está él. Es el que viste el traje gris oscuro con camisa blanca, el que está a la derecha del ministro Julio De Vido y lo escucha hablar ante un amplio público en la sala de conferencias del Ministerio de Economía. Es agosto de 2011, tiene los brazos cruzados y la mirada fija, los ojos bien abiertos. Ahí está él, ahora con saco y pantalón gris claro, a la izquierda del ministro Julio De Vido, posando para la foto junto al ex gobernador de Buenos Aires Daniel Scioli en diciembre de 2014, cuando ya se hablaba de que en la provincia iban a aumentar las tarifas eléctricas, la sonrisa apenas esbozada. Ahí está, entre una gran cantidad de funcionarios rusos que han llegado al país para invertir en energía nuclear. Ahí está, junto al ministro de Economía Axel Kicillof, en la puerta del edificio de YPF en Macacha Güemes 515, Puerto Madero, en febrero de 2012, cuando el Gobierno nacional ya dejaba entrever sus planes de expropiar la petrolera y los dueños españoles no los dejaban entrar porque solo él estaba autorizado. Ahí está, durante una de las tantas conferencias de prensa que brindó el jefe de Gabinete Jorge Capitanich desde la Casa Rosada en diciembre de 2013, cuando había millones de argentinos sin luz, corbata anaranjada, el pelo tupido y canoso, las manos entrelazadas en la espalda, como poniendo el pecho.
Roberto Baratta estuvo siempre. Durante los doce años de kirchnerismo fue el hombre del ministro de Planificación Julio De Vido en todo lo que tuviera que ver con la energía. Su cargo formal era el de subsecretario de Coordinación y Control de Gestión del ministerio: debía organizar todas las áreas, asistir al ministro y estar detrás de proyectos, programas, planes y acciones para corroborar que se cumplieran. Pero hizo mucho más. Desde su oficina en el piso once, un despacho pegado al de Julio, como llamó siempre a su jefe, y con una pantalla enorme en la que veía minuto a minuto qué barrios tenían luz, cuáles no y dónde estaban a punto de quedarse sin ella, Baratta tomaba todas las decisiones del kirchnerismo — muchas de ellas, decisiones clave— relacionadas con la energía. Él, que había entrado a la función pública con apenas 30 o 31 años y sin ninguna experiencia en gestión, tuvo la última palabra en cada movimiento del sector energético, el pilar del gran megaministerio del último gobierno.
Quienes no estaban vinculados a la energía lo veían como uno más. Un hombre de segunda plana. Porque Baratta se movió en las sombras, desde un anonimato cabizbajo que le permitió dirigir los hilos sin levantar revuelo. Si pasaba algo —un apagón, cientos de apagones, protestas en las calles— , los medios casi nunca lo señalaban a él. Sin embargo, y según un ex empleado de Edenor, "Baratta es una persona central en esta historia". Según Daniel Cameron, secretario de Energía del kirchnerismo desde 2003 hasta mitad de 2014, "no era un tipo con experiencia administrativa, ni un intelectual descollante. No tenía especialidad en servicios". Y según Alejandro Macfarlane, CEO de Edenor entre 2005 y 2012, Baratta era el que "cagaba a gritos" a todos en la época en que junto a su gente, y por una decisión conjunta, tomada por él y el ministro De Vido, se metió literalmente en las distribuidoras para controlarlas desde adentro. "Un día lo vi y le dije: Pará, loco, ¿qué te pasa? No grites más boludo, ¿qué te pensás?", cuenta que le dijo una vez Macfarlane al cruzarlo en el Ministerio de Planificación.
Los cortes de luz del verano de 2013 habían enfurecido a los usuarios de Edenor y Edesur, que bloquearon calles, quemaron gomas y reclamaron ante las cámaras de televisión, tanto a las empresas como al Gobierno. Baratta sabía que alguna medida debía tomarse. Para los que estaban por encima de él, expropiar no era una opción. Pero sí intervenir en silencio: así fue como su equipo entró en las empresas para dar órdenes, para comandar desde dentro. Llevó más gente a Edesur que a Edenor, porque la primera siempre tuvo mayores problemas y el Estado no contaba con acciones propias en la compañía como para poner un director —lo que sí había sucedido en la otra distribuidora—.
Baratta era, además, según la resolución 3/2014 publicada en el Boletín Oficial, la mano del Gobierno que coordinaba el Focede —el cargo que se cobró en las facturas a los usuarios desde 2012 hasta 2016—, y el director titular designado por el Estado nacional en YPF cuando Repsol todavía estaba al mando de la petrolera. Buscarlo y encontrarlo no es difícil. Lo difícil es que hable. Aunque ni siquiera eso: lo difícil es que hable on the record. Todo, con Baratta, es anónimo, subrepticio, escurridizo, esquivo. Puede responder un mensaje o un llamado en pocas horas, en apenas minutos o tardar días. Mostrarse con ganas de hablar, pero no hacerlo. Leer un mensaje de chat en el celular y no contestarlo. Nunca. Llamar para excusarse por las vueltas. Esfumarse de nuevo y reaparecer como si no se hubiera ido. Baratta puede contestar un correo con un saludo repleto de signos de admiración, volver a mostrarse dispuesto y, a la primera pregunta incómoda, responder con un simple: "Chusma". También es capaz de llegar a un encuentro puntualísimo, pese a una lluvia torrencial, y con el paraguas transparente a lunares blancos y rosas de su hija porque no pudo encontrar el suyo. De manejar una charla con la seguridad de quien se conoce y sabe que no va a trastabillar. De controlar el tiempo. De abandonar una conversación abruptamente, como si el tema se hubiera agotado, o lo hubiera agotado. (…) Pero Baratta no quiere que lo citen, no en las cosas importantes.
En cambio, los que lo trataron, los que lo necesitaron, los que lo ayudaron, los que lo repudiaron, los que lo sufrieron o los cuestionaron hablan por él. Y dicen que era el primero que aparecía en las distribuidoras cada vez que se cortaba la energía masivamente, o que la demanda estaba a punto de estallar. Que atendía a todos a los que De Vido no quería ver, como al español Borja Prada, presidente del grupo Endesa, empresa bajo la órbita de Enel, dueña a su vez de Edesur. Que era el más fiel, el súbdito preferido. Que aprobaba las inversiones que proponían las distribuidoras según la afinidad política: los intendentes seguidores de Cristina Fernández, como Verónica Magario, de La Matanza, y Gustavo Menéndez, de Merlo, eran beneficiados con fondos para obras de infraestructura; a los opositores, como Jorge Macri, de Vicente López, les negaba el dinero. También dicen que Baratta —que tiene la voz ronca, rota, afónica, como si recién acabara de gritar los goles de su equipo— fue quien sacó a los españoles de YPF.
Son varios lo que aseguran que Baratta —que cuando llega a un encuentro para una entrevista siempre deja una puerta de salida rápida, anunciando que a tal hora tiene que irse porque, por ejemplo, tiene que ir a buscar a sus hijos al colegio o asistir a una reunión— era el que tomaba todas las decisiones en Enarsa, la empresa pública de energía creada por el kirchnerismo, aunque no formaba parte del organigrama. (…)
El CEO de Edenor, Ricardo Torres, dice que Baratta era capaz de amenazar para conseguir lo que quería: "Te llamaba y te decía, textual: Te voy a meter esa carta en el culo, te voy a cagar a patadas, vas a terminar preso, no me sigas jodiendo, no vas a poder vivir, sé dónde estás". Otros aseguran que a sus espaldas le decían monje negro, verdugo. (…) Según escriben los periodistas Diego Cabot y Francisco Olivera en el libro "Hablen con Julio" (2011, Sudamericana), Baratta —un hombre de poco más de 40 años, que en el bolsillo de su camisa suele guardar dos atados de cigarrillos— era capaz de maltratar en público a cualquiera que dijera que existía una crisis energética. Baratta —que se autodefine como un bombero que salió a dar la cara y apagar el fuego en los momentos en los que la ciudad ardía por el calor y la falta de energía— trabajó doce años codo a codo con De Vido, el hombre de quien, en junio de 2016, la diputada por el bloque Cambiemos, Elisa Carrió, dijo: "Yo fui la que dijo que efectivamente De Vido era cajero de Kirchner en el año 2004 y lo repetí y lo repito. El señor De Vido es el más grande cajero del ex presidente Kirchner y de Cristina a lo largo del tiempo".
Pero ante todo, según dicen, Baratta era la mano que "bajaba la palanca". Desde su oficina en un piso alto, en Plaza de Mayo, cada vez que en una pantalla gigantesca veía subir el consumo de energía más de lo que la red podía soportar, levantaba el teléfono, llamaba a las industrias de la zona en rojo, les pedía que suspendieran la producción y, si no le hacían caso, los desconectaba del sistema, los dejaba a oscuras. (…)
LEER MÁS: Procesaron a Roberto Baratta y a otros ex funcionarios por administración fraudulenta
Baratta fue denunciado por la Oficina Anticorrupción en 2016, junto al ex ministro De Vido, acusado de comprar a través de Enarsa barcos gasíferos a Rusia que costaron al Estado millones de dólares, que no contaban con la documentación necesaria y que nunca llegaron al país.También fue denunciado por irregularidades en la caja chica del Ministerio de Planificación: desde esa misma oficina aseguran que gastaba 45.000 pesos en café por mes y que una vez compró libros por más de $200.000. El ex secretario de Energía del gobierno de Fernando de la Rúa, Emilio Apud, dijo en una entrevista para este libro que Baratta "tiene que conseguir buenos abogados, cometió delitos con consecuencias muy graves". Según documentos de la Justicia de Brasil, Baratta —a quien le gusta tomar café con crema y no tiene cuenta en ninguna red social— se reunió seis veces con representantes de Odebrecht, la constructora protagonista del escándalo de corrupción más grande y grave de las últimas décadas en América Latina, entre abril de 2007 y septiembre de 2011.
No es el único caso de renombre en el que estaría envuelto; de acuerdo al fiscal federal Eduardo Taiano, Baratta puede que haya sido el hombre que consiguió facturas truchas para esconder el pago de coimas para la realización de dos gasoductos en el caso que se hizo conocido en 2005 como Skanska, la compañía multinacional sueca dedicada a la construcción y la industria petrolera. Y para el fiscal Germán Moldes, quien pidió su detención en agosto de 2017 pese a que Baratta ya había presentado una exención de prisión, él fue uno de los artífices del multimillonario desvío de fondos en el proyecto de la minera Río Turbio, al que el Estado destinó 26.600 millones de pesos aunque la obra nunca se hizo. Sin embargo, otros, como Darío Arrué, jefe del Área de Análisis Regulatorios y Estudios Especiales del ENRE desde 1998, entienden que agarrárselas con Baratta, el hombre que encabezó el proceso de quita de subsidios en las facturas de luz a partir de 2011, es injusto, porque era apenas el mensajero.
Las noticias que hay sobre él por estos días en los medios aseguran que tiene una consultora propia y que se dedica a la actividad privada. De acuerdo con lo publicado por el diario Clarín en una nota del 21 de julio de 2016, Baratta "conoció a Kirchner y a De Vido vendiendo billetes de lotería en un bar porteño", y según el vicejefe de Gobierno de la Ciudad, Diego Santilli, antes de ser la mano derecha del ministro fue su chofer personal. En la AFIP aparece inscripto desde el 1º de enero de 2016 como monotributista con categoría G, que lo habilita a facturar hasta 42.000 pesos por mes. Según una nota del diario Perfil de agosto de 2016, tiene como actividad principal los "servicios de transporte automotor de pasajeros, mediante taxis o remises".