Mar del Plata-. El pedido de 44 salvavidas por parte de la Armada de Estados Unidos en la tarde noche del miércoles sumergió a propios y extraños en la perplejidad. El desconcierto funcionó como un mágico haz de luz sobre el clima profundamente sombrío de un día soleado.
La primavera parece no haber llegado aún a Mar del Plata en la base naval los últimos días de noviembre huelen como un invierno cruel. Cuando los más empezaban a aceptar el peso de lo irreversible y a prepararse para transitar el duelo, desde Comodoro Rivadavia piden chalecos salvavidas y de ropa de abrigo para los tripulantes del ARA San Juan.
"Si no creyeran que están con vida no los pedirían. Están convencidos de que los van a rescatar y esas cosas ayudan", sumó el responsable de Defensa Civil de Comodoro Rivadavia Walter Flores, mientras disponía la carga en el Sophie Sien, en gigantesco buque de la Total prestó a zarpar hacia la zona cero. El supuesto requerimiento sonó como algo extemporáneo, extraño, sospechosamente perverso. Una coartada a la ilusión.
El parte de la mañana de este jueves, en el que el vocero de la Armada Capitán de Navío Enrique Balbi dijo que la "anomalía hidroacústica" detectada daba cuenta de que la nave sufrió un evento, singular, corto, violento, no nuclear consistente en una explosión marcó para la mayoría el drástico final de toda esperanza. Nunca se dijo oficialmente que todos están muertos. Consultado uno y otra vez, de todas las maneras posibles, Enrique Balbi siempre eludió poner en palabras la sentencia final.
Nadie sabe aún dónde está el submarino, si siquiera se sabe precisamente que ocurrió con la nave. Todos los plazos lógicos de supervivencia han expirado pero hay quienes todavía aguardan un milagro.
Testimonios de esperanza y desazón
Hernán Darlinger y Diego Cautogno se presentan ante la guardia de periodistas de la Base Naval. Dicen ser amigos entrañables del segundo Comandante del San Juan, el Capitán de Corbeta Jorge Ignacio Bergallo y esperan verlo volver. Para ellos no está dicha la última palabra.
Se aferran a la mística de la armada, a esa potente hermandad que conocieron de sus padres. Hijos los tres de militares crecieron esperando el regreso de largas y heroicas travesías y aquí están, para dar testimonio de la esperanza.
"Los buscarán hasta la última balsa", asegura Diego mientras enhebra historias recientes que le tocó vivir y que dan cuenta de esa entrega incondicional que conoció siendo apenas un niño cuando vio partir a su padre en misión de rescate a Malvinas. Hablan con los ojos húmedos pero brillantes. Todos los relatos coinciden en definir a los submarinistas como una raza de élite.
Hernán, hijo de uno de uno de ellos, dice que son tranquilos, que andan despacio, que no conocen de ansiedad, que imponen en su alrededor una impronta de paz y serenidad, que son en extremo concentrados y que nunca, nunca dejan de estudiar. Se demoran evocando al compañero y amigo que todavía creen van a ver de regreso.
Mucho más duro y contundente es el Capitán de Navío Jorge Bergallo padre. Para este hombre de mar el sacrificio de los 44 tripulantes del ARA San Juan, entre los que está su propio hijo, ha sido "póstumo y total" y espera que este episodio sirva para hacer "un país, una Marina y una política mejores"
Luis Tagliapietra no es militar pero ama el mar y seguirá navegando en su velero. Ya imagina que eso lo mantendrá unido para siempre a Alejandro Damián, su hijo de 27 que está en el San Juan. Para Luis, un abogado penalista que se define "antisistema", lo suyo recién empieza hoy. Pasmado por el dolor, exhausto pero entero, asegura que irá por la verdad y la justicia, una tarea que ya se puso al hombro trajinando el día más duro de su vida hablando de medio en medio.
Entre los que no tienen ni un hilito de esperanza están Jorge y María Rosa Villarreal, padres de Fernando, Jefe de Operación del buque. Ellos buscaron como refugio y consuelo el mar. Abrazados miran el horizonte seguros de que una y otra vez volverán a encontrar la silueta del submarino emergiendo como las incontables veces que vinieron a esperarlo