Barones, jefes territoriales: son denominaciones que disfrutan muchos intendentes del Gran Buenos Aires porque aluden a un dominio personal y casi blindado de los distritos, incluso sobre los votantes. El problema es que algo de eso tambalea en estos días.
Las PASO exhibieron los límites de su convocatoria, con resultados por debajo de las expectativas iniciales -también de la imagen de gestión, según sus encuestas-, y el desafío es ahora cómo conservar poder.
En Unidad Ciudadana, la idea de despegar la boleta local de la suerte de Cristina Fernández de Kirchner ya superó la categoría de rumor. Y en Cambiemos, al revés, los intendentes derrotados dejan el juego individual para pegarse a la estrategia oficial. La campaña va entrando en el tramo decisivo.
Fuentes del gobierno provincial, del peronismo y del massismo coinciden en un punto acerca de la característica central de la campaña de agosto y de la que arrancó hacia octubre. Destacan el efecto de nacionalización que produce la disputa central entre el Gobierno y el kirchnerismo. No se trata tanto de pura polarización, sino de una tensión casi excluyente que supera los límites de la provincia y trasciende aún más los municipales. De un lado, Mauricio Macri y María Eugenia Vidal, y del otro, Cristina Fernández de Kirchner. Tal vez no lo sopesaron debidamente, de entrada, muchos jefes locales.
En el caso del peronismo, la figura de la ex presidente fue promovida naturalmente y de entrada por los intendentes del kirchnerismo duro: se trataba de lealtad y de la única carta para la disputa dentro del PJ. Otros lo aceptaron como un hecho por cálculo para nada ideológico. Creyeron que Fernández de Kirchner les garantizaba un polo competitivo, con un piso parecido al techo, del 35 por ciento, aunque mejorable a escala local.
Diversos sondeos sobre valoración de gestión colocan a buena parte de los intendentes, de diferente origen, por encima de los 50 puntos porcentuales de evaluación positiva en sus distritos. Es sabido que la buena imagen en las encuestas no es trasladable automáticamente al caudal de votos: las urnas mostraron otra realidad, menos grata y más compleja, y los pronósticos para el 22 de octubre no registran algo mejor.
No se trata únicamente de evaluaciones de laboratorio electoral. Kirchneristas duros y peronistas más tradicionales lo vieron reflejado en los números de sus distritos. Ni siquiera en La Matanza, la boleta encabezada por la ex presidente llegó al 50 por ciento. En Avellaneda arañó el 40 y en Ezeiza, Lomas de Zamora y Berazategui superó por poco ese escalón.
La posibilidad de cierta falta de entusiasmo en el trabajo de los intendentes fue motivo de inquietud cerca de Fernández de Kirchner apenas pasadas las primarias. Además de poner en marcha una campaña más fuerte y sonora, la ex presidente dejó trascender a través de sus operadores que los jefes locales tendrían un papel más protagónico y el discurso, un tono más peronista. Es decir, la contracara de la previa a las PASO.
Bien entendido, o al menos en la interpretación de veteranos de estas peleas, más que un mensaje generoso hacia los intendentes, o un reconocimiento tardío de su peso territorial, fue un modo de mantenerlos cerca frente a tentaciones de juego propio. Por ahora, los actos mostraron algo más de presencia en el escenario. "Esto ya está jugado", dice un intendente peronista que confía poco en cambios dramáticos de tendencia.
El fantasma del corte de boleta empezó a circular más fuerte en los últimos diez días, en la medida que se sumaron encuestas sobre un posible triunfo de Cambiemos. Se ve más preocupación en el peronismo, con alarma sobre una ventaja oficialista de unos cuatro puntos, que en las cercanías de Vidal. En La Plata prefieren ser prudentes. Hablan de un margen de dos puntos y de la necesidad de un "esfuerzo grande" en las próximas semanas, con Macri y sobre todo la gobernadora en primera línea.
La idea del corte de boleta poco tiene ver con lo que se define tradicionalmente como un ejercicio individual y a la vez más o menos extendido. Por el contrario, en medios políticos sobran las anécdotas y recuerdos que ilustran acerca de un ejercicio desde las estructuras locales: desde el reparto de boletas sólo de nivel municipal hasta la oferta de listas distritales propias combinadas con las de otros partidos o frentes en alza.
Se trata de un fantasma que merodea muchas elecciones y a veces se corporiza. En 2013, el beneficiario fue Sergio Massa, ganador de una batalla que no asomaba sencilla: varios intendentes alineados formalmente con el poder kirchnerista de entonces le hicieron saber que en sus territorios sólo defenderían las listas propias de concejales. Síntomas parecidos empiezan a ser advertidos ahora en las cercanías del oficialismo.
También Massa hace una lectura local de los resultados de agosto y las perspectivas de octubre, puesto otra vez a remar en un juego difícil para terceros. Fuentes del massismo señalan preocupación por lo ocurrido en el propio distrito de origen, Tigre, donde al margen de la valoración de la gestión municipal, la lista de cargos locales ganó por un puñado de votos, con el aporte del padrón de extranjeros.
Cambiemos tampoco quedó afuera de este juego y debió darse a la tarea de ajustar piezas con algunos intendentes de sus filas, aunque por razones diferentes, según admiten fuentes del oficialismo. El problema más visible está centrado en partidos donde sus jefes desplegaron campañas de tono marcadamente local -en algunos casos, más bien personal- y perdieron.
Las campañas basadas centralmente en la supuesta potencia de la gestión municipal fracasaron, por ejemplo, en Lanús, Quilmes y Pilar, donde el kirchnerismo terminó imponiéndose por entre tres y cinco puntos. La lista de la ex presidente no hizo allí una elección excepcional –osciló en los 36 puntos-, pero Cambiemos estuvo lejos de lo imaginado por sus referentes territoriales. Los resultados de agosto, los reproches posteriores, las encuestas de estos días y las necesidades de octubre se sumaron en el análisis para alinear la campaña oficialista en esos distritos.
Está claro que los cálculos políticos no se limitan al futuro de cada intendente. Más bien, las cuentas están girando alrededor de dos puntos que van de la mano: el impacto nacional de la pelea entre Cristina Fernández de Kirchner y el oficialismo, y la futura integración de la legislatura bonaerense, un centro provincial de poder y negociaciones. Lo que pase, entonces, es vital para la gobernadora, también para la ex presidente.