¿Y si desaparece el peronismo?

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cristina massa y randazzo 1920
En una avenida del barrio de Palermo, sobrevive un bar extraño, como detenido en el tiempo, de esos que ya no existen. Sus mozos no mueren nunca y, cuando una excepción se impone a esa regla, es una tragedia. Dicen que los clientes tienen asignados sus lugares desde hace treinta o cuarenta años, y que los defienden con alma y vida. Es más: algunos rumores sostienen que las mesas se heredan. Cada tanto, por razones de las que nunca más se habla, uno de los habitués es expulsado. Es fácil reconocerlos cuando pasan a toda velocidad frente al bar, y espían por la ventana el paraíso al que no volverán. Uno de los mozos es una artista genial que merecería exponer en el Pompidou. El tipo tiene una habilidad conmovedora para dibujar sobre la espuma del café. Depende el cliente, puede regalar una rosa amarilla, la copa Libertadores, una sonrisa de emoticón o hasta la cara de Carlos Gardel.

En ese paisaje, en el anochecer del jueves, se oyó una frase tremenda.

—Creo que puedo demostrarlo. El peronismo está por desaparecer.

A la frase, le siguió un silencio expectante, y al silencio, otras palabras, frases, onomatopeyas.

—Gorilón.
—¿Cómo se te ocurre decir una cosa así?
—Shhhhhhh.
—Ah, bueno,¡lo único que faltaba escuchar esta semana!
—¡Uffff!
—¿Y si lo dejan hablar?

El centro de las miradas era un rubio lindón, aunque un tanto desgarbado, vestido con un jogging celeste y un buzo Adidas rojo, con una mirada un tanto perdida, y esa expresion reconcentrada que define, al mismo tiempo, a algunos sociólogos y a ciertos matemáticos. Esos personajes reconcentrados, por alguna enigmática razón, suelen conquistar a las mujeres más hermosas. El rubio tenía a su lado, en la mesa de seis donde estaba sentado, a una morocha, con pecas, un tanto chueca, que era la envidia de todo el bar (y del barrio entero). Ella lo miraba cariñosa pero preocupada, como quien quiere cuidarlo, evitar que se meta en líos, pero al mismo tiempo resignada a lo inevitable.

Lo inevitable era que él expusiera su teoría.

Dijo el rubio:

—Yo entiendo que el peronismo es una identidad. Pero ya no es un partido político. Fíjense: en las últimas ocho elecciones, solo se presentó unido en dos. En las del domingo, era apenas un archipiélago de partidos provinciales. En las presidenciales del 2015, tuvo dos candidatos y perdió. Solo en las presidenciales del 2007 y 2011 se presentó unido, con un liderazgo claro. En el 2003 tuvieron tres candidatos a presidentes. En el 2005, en la provincia de Buenos Aires se partió entre kirchneristas y duhaldistas. En el 2009 y 2013 el peronismo disidente le ganó al oficial yendo por afuera. Hace rato que el peronismo cordobés tiene un rumbo propio y que el peronismo porteño es un club de derrotados. Ahora, incluso, hay peronistas que apoyan a Macri. Eso ya no es un partido político.

Desde una esquina del bar, se escuchó a un hombre pequeño que vestía una corbatita negra.

—Bravo, pibe. Hoy me voy a dormir feliz gracias a vos. Grande, Mauricio.

Y aplaudió, provocador.

La morocha le susurró algo a su rubio.

—Vamos, Manuel. Es tarde.
—Dejame terminar.
—Es que se va a armar quilombo…

Desde otra mesa, asomó un grandote con una voz gruesa, de esas que distinguen a algunos actores.

—A pesar de los bombas, los fusilamientos, los compañeros presos…. -coreó bajito.

El de voz gruesa y el de corbatita negra se miraron mal. Desde distintos puntos del bar se escuchaban murmullos.

—¿Y si hablamos de otra cosa? ¿Vieron que parece que Messi se va del Barsa? -propuso uno.

El mozo del arte efímero se acomodó como quien se dispone a mirar un partido de metegol ajeno: curioso, divertido.

El rubio esperó que los demás callaran, y siguió.

—Tengo más. La identidad peronista tampoco es algo tan fuerte. Estamos en tiempos donde se miden hasta los sentimientos. ¿Ustedes vieron algún acto importante, en las últimas elecciones, donde se cantara la marcha peronista, o donde se ubicara en un lugar destacado a las imágenes de Perón y Evita? ¿Algún candidato se mezcló con los sindicatos? ¿Sonaron bombos en algún lado? Si nada de eso ocurre es porque los equipos de campaña consideran que el sentimiento peronista no suma votos. Y si no suma votos, es porque es débil. Si no hay identidad, y si no hay partido político, ¿cuánto tardará…?

—¿El mozo en traer la cuenta…? -interrumpió el de voz gruesa. ¿Cuanto es, jefe? Yo me rajo.

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—Claro, el pibe te pasa el trapo y vos entonces te vas -lo provocó, otra vez, el de corbatita-. Peronchos eran los de antes. Ahora pierden hasta con Macri.

Fastidiado, el de voz gruesa se paró, separó la silla y se acercó a la mesa central. Varios temieron lo peor. Miró al rubio, que le sostuvo la mirada.

—Ustedes, los universitarios, nunca entendieron al peronismo. Viven en su probeta. En una época lo combatieron. En otra época se quisieron hacer peronistas. Pero nunca lo entendieron. Decime, pibe, ¿cuánto tiempo creés que van a gobernar estos tilingos? Estudiá un poco de historia. Leé lo que se escribía en 1957: que estábamos muertos. O lo que se decía en 1977: Perón había muerto, el peronismo no volvería más. Solo es cuestión de esperar. En poco tiempo, volverá con toda la fuerza, como siempre.

Fue un discurso encendido, voluntarioso. El mozo del arte efímero miraba todo con satisfacción: el bar aun tenía su alma.

Entonces, en la mesa de seis, la del rubio, se paró un petiso con gorrita azul y oro.

—No hay nada eterno, flaco. Ni los dinosaurios, ni vos, ni yo, ni los comunistas, ni los radicales, ni los peronistas. Yo entiendo que te angustie. Pero del polvo venimos y al polvo vamos. ¿Cómo se te ocurre que el peronismo va a durar para siempre? ¿Qué es? ¿El non plus ultra de la excepcionalidad? Para mí, que las dictaduras beneficiaron a peronistas y radicales, porque no tuvieron que superar la prueba de gobernar. Cuando tuvieron que hacerlo…

El de corbatita negra, en voz alta, enardecido:

—Y los peronistas gobiernan mal y son chorros, así que desaparecen.

El de voz gruesa, descontrolado:
—Repetilo y te cago trompadas, gorilón.

En ese momento exacto sonó un ruido salvador: el de la cafetera. El artista se había dispuesto a preparar el café. El silencio ganó terreno.

El rubio había pasado a segundo plano y aprovechó para aclarar algo.

—Yo quiero decirles que no se si quiero que desaparezca el peronismo. De hecho, en la última yo voté a Filmus.
Nadie esperaba esa confesión.

—Pero los datos son los datos. ¿Ustedes se dieron cuenta que en algunas provincias el peronismo ya no existe? Miren Santiago del Estero. O Misiones. Son dos provincias recontraperonistas. Y, sin embargo, en ambos casos la fuerza mayoritaria es un partido provincial, conducido por radicales.

Otra vez no pudo terminar la idea. Una nena con morral se levantó de su silla, la de al lado de la puerta del baño.

—Cristina gana en la Provincia y todo se ordena en dos minutos -desafió.
—Vamos a volver, a volver -agregó su novio.

Y el de voz gruesa, "fanfa":

—Dale, rubio, explicale tu teoría a los pibes.

Entonces, el de corbatita negra se subió a una silla. Era pequeñito, de verdad. Y teniá un bigote ralo.

—Shhhhh. Hagan silencio -pidió-. Escuchen.
Curiosamente, todos callaron.

—Escuchen su corazón. No dice tictac tictac tictac.
Y entonces, el petiso empezó a susurrar:

—Sí, se puede. Sí, se puede.

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Un loco el tipo. Empezaron los empujones. La morocha dirigió al rubio una mirada clásica de reprobación. Él sonrío con malicia. El de la gorrita de Boca trató de separar a la turba. El de voz gruesa tiró una piña que esquivó el de boca. El de corbatita se escondió bajo la mesa. La chica tomó fuerte de la mano a su novio. Le nena del morral levantó una silla para arrojarla.

Y en el momento exacto, otra vez se instaló la magia. El artista cruzó el salón con una bandeja enorme colmada de cafés. Era una ceremonia sagrada. Todos los sabían. El que la interrumpiera sería expulsado del bar, condenado a mirar para siempre a través de la ventana. Las reglas son las reglas.

El primer café fue para la morocha: sobre la espuma, un corazón rojo, perfecto, latía fuerte. El segundo café, con la cara del Diego, fue para el hincha de Boca. El de voz gruesa recibió un bombo, el de corbatita un globo amarillo, la nena del morral, una rosa roja y así: acá y allá, una gallina, una pin-up girl, un gato negro, una luna rodeada de estrellas.
Hasta que le tocó al rubio.

A él le sirvió un café con leche grandote. Sobre la espuma, la hermosa imágen del abrazo de Perón y Evita, el del renunciamiento histórico. El rubio sonrió, timido. Le puso azucar y revolvió. La imagen se deshizó y volvió armarse. El rubio lo tomó como un desafío. Volvió a revolver: la imagen desapareció pero, a los segundos, Perón y Evita volvían a abrazarse. Nadie entendía nada.

Entonces, el rubio, se tomó el café con leche de un sorbo.

—Buenísimo, José. Es el mejor café que probé en mi vida.

Hoy paga la casa, dijo José.

Algunos lo aplaudieron, y todo el mundo volvió a su mesa de siempre, como si nada hubiera sucedido.

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