La primera vez que lo vi, quedé asombrado por el sólo hecho de tener a un funcionario a menos de 10 metros de distancia; para mí, los políticos estaban en la tele y en general no eran buena gente. Corría el año 2006 y yo no me podía ubicar más allá del recorrido de la línea 93, que me llevaba a la Universidad en la que estudiaba Ciencias Políticas. Confieso que estaba algo perdido en la gran ciudad, a donde había llegado hacía muy poco desde General Pico, La Pampa.
Esteban Bullrich era diputado nacional, había ido a mi facultad para dar una charla y esa fue la oportunidad para conocerlo. Lo escuché hablando de la necesidad de que los jóvenes se comprometieran con la política y a lo largo de su charla me dio la sensación de ser un tipo honesto, con una enorme vocación para cambiar un país que venía hacía ya varias décadas de crisis en crisis.
Es por eso que con un compañero nos animamos a acercamos para charlar y, ante nuestra sorpresa, nos invitó a comer al Congreso. Al día me propuso sumarme a su equipo; me dijo que había mucho por hacer para cambiar la Argentina y que todo el que quisiera acompañar en ese camino estaba invitado.
Me llamó la atención la humildad con la que se sentó a comer con un pibe del interior a quien no conocía, un pibe que no tenía mucho más para dar que sus ganas de sumar. Tiempo después me di cuenta de que esa humildad y esa confianza con la que me dio a mí, y a muchos otros, una oportunidad, son características de su manera de vincularse y trabajar; de formar equipos.
De más está decir que acepté la invitación que Esteban me hizo en esa oportunidad y pude acompañarlo desde distintos roles y con distintas responsabilidades durante casi una década en la que pude conocer lo mucho que tiene para darle a este país.
Y también pude descubrir la enorme vocación con la que se acerca a la gente, con la que busca estar cerca, estar al servicio del otro. Un ejemplo: a unos meses de asumir como ministro de Educación se generó un debate en el equipo de trabajo. Esteban quería mandar un mail a cada docente con su teléfono celular. La mitad del equipo estaba en contra; otros, a favor. El desempate fue suyo y fue contundente: "O estoy para servir a chicos, padres y docentes como ministro de Educación, o no sirvo como ministro". Miles y miles de docentes recibieron el teléfono del ministro. Decenas de mensajes entraban por día y tuvimos que generar una reunión específica todas las semanas con Esteban para responder a cada mensaje y seguir cada caso. Nunca un ministro de Educación había estado tan cerca de los maestros, los alumnos y sus familias. Como pocas veces había pasado, la política se estaba poniendo al servicio de la gente; y no la gente al servicio de la política, como venía sucediendo.
Cercanía y humildad son los pilares de algo que todos buscamos y que hace tiempo venían escaceando en la política argentina: liderazgos íntegros. Y nunca dejó de impresionarme Esteban se condujo de esa manera en cada uno de los roles en los que lo vi desempeñarse.
Como diputado nacional fue uno de los primeros en denunciar graves hechos de corrupción y mantenerse firme cuando comenzaron las presiones que siempre persiguen a quienes se animan a poner el grito, y la mirada, en el cielo. Como ministro de Educación de la Ciudad de Buenos Aires, demostró que es posible llegar a acuerdos que garanticen la continuidad de los chicos en el aula y desde la Nación comenzó a mostrarnos que la única revolución posible y necesaria es la de la Educación y caminó los primeros pasos de esa gesta.
Pero atravesando todo eso, en un mundo como el político de familias rotas, padres ausentes y mujeres puestas en lugar de acompañantes, Esteban siempre puso a los suyos en el centro, para ir decidiendo junto con su mujer y sus hijos su camino en la política. Y ellos siguen siendo, para muchos de los que nos aventuramos en la vida política, un ejemplo de familia a imitar.
La causa profunda de la crisis Argentina de los ultimos 40 años -desde la decada del 70 empeoramos como país en casi todos los indicadores- tuvo que ver con una dirigencia que no estuvo a la altura de las circunstancias. Hoy eso esta cambiando. Hay mujeres y hombres como Esteban que no sólo son un ejemplo de vocación y de capacidad de transformación, sino que son buena gente, familiera, íntegra y cercana.
Por todo eso, agradezco tener a Esteban Bullrich como uno de los referentes de nuestro espacio; seguir viéndolo pelear la buena batalla
y preservar su fe en el cambio y en una Argentina mejor.
El autor es Presidente del Instituto de la Vivienda de la Ciudad