Según uno de los secretarios de Estado con acceso irrestricto al despacho presidencial, Marcos Peña "es el corazón del Presidente". En los últimos meses, Mauricio Macri lo enalteció dos veces. La primera, al cierre del retiro de Chapadmalal del primer fin de semana de diciembre, cuando anunció sentado a su lado que las prioridades de la gestión de este año serían monitoreadas por la Jefatura de Gabinete.
La segunda fue diez días después, durante la última reunión de gabinete ampliada del 2016 en el Centro Cultural Kirchner. "Ellos son mis ojos y mi inteligencia, y cuando ellos piden algo, lo estoy pidiendo yo", ordenó Macri frente a unos 600 funcionarios en alusión a Peña y a sus dos vicejefes de Gabinete, Mario Quintana y Gustavo Lopetegui.
Hay dos interpretaciones del contundente respaldo del Presidente a su jefe de Gabinete. La primera es que Macri no hizo otra cosa que ratificar la creciente influencia del funcionario en el Gobierno. La segunda, que tuvo que darle un espaldarazo para cortar en seco la oleada de internas y corrillos de pasillo, fogoneados en parte por el llamado "círculo rojo", que lo tenían a Peña en el centro del debate. En ambos casos, la conclusión es unívoca: Peña es el superministro de Macri.
El mensaje del mandatario frente al auditorio del CCK y la inclusión de Lopetegui y Quintana como sus "ojos" e "inteligencia" esconde, de todos modos, la principal debilidad del jefe de los ministros: su escaso interés por la gestión. Peña, que disimuló a la perfección su ambición ilimitada en los últimos años, cambió debilidad por fortaleza: estrechó el vínculo con sus vicejefes, los auditores ministeriales que acumularon poder durante el segundo semestre pasado.
"Esto es como una probation de dos años", se sinceró Peña los últimos meses ante un puñado de colaboradores en su oficina del primer piso de la Casa Rosada, pegada a la del jefe de Estado, en la que sobresale un recipiente de vidrio repleto de caramelos Sugus. La referencia apunta a las críticas a su modelo de liderazgo, que el funcionario suele definir como "contracultural" -si fuera por él jubilaría a una enorme porción del sistema político y empresario-, y en particular al "círculo rojo", que se hartó de criticar su estilo en privado.
Peña no es Horacio Rodríguez Larreta ni encarna el prototipo de los últimos jefes de gabinete: esquiva la gestión -no va a las reuniones de seguimiento habituales- y mira de costado a la política de costado. Por momentos la menoscaba. Lo suyo es el relato. En eso, y en especial en la consideración de Macri, es imbatible.
Concentró casi la totalidad del poder del entorno presidencial por fuera de los habituales consejeros de Olivos, como Nicolás Caputo, el más íntimo de los amigos de Macri, o Carlos Grosso, cuyo nombre se volvió insistente en las últimas semanas por su virtual intervención en el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sustentable. Caputo y el jefe de Gabinete, históricos integrantes de la mesa chica del PRO, recompusieron la relación durante el primer semestre del año pasado tras un largo chisporroteo producto de la decisión de Macri de elegir a Gabriela Michetti como candidata a vicepresidenta, sillón que Peña ahora relativiza pero con el que había fantaseado hacia mediados de la campaña del 2015. La ascendente influencia del jefe de Gabinete en la cabeza del Presidente inquietó durante buena parte del año a Caputo. El empresario y el funcionario limaron asperezas durante una comida.
La salida de Alfonso Prat-Gay con Macri de vacaciones en Villa La Angostura oficializada por el jefe de los ministros como el encargado de correrlo del gabinete, terminó de instalarlo como el funcionario más preponderante del círculo presidencial. La entrada de Nicolás Dujovne, que había estrechado una buena relación con el jefe de Gabinete, es, en tanto, una muestra de su versatilidad: el economista viene apadrinado por los grupos económicos que durante el año pasado pidieron más de una vez la cabeza del ex secretario General del Gobierno porteño.
Peña -el capitán del equipo presidencial del fútbol de los miércoles de Olivos- tejió en los últimos años una relación simbiótica con Jaime Durán Barba, el histórico gurú ecuatoriano del PRO con el que comandó la estrategia de la candidatura de Macri a contramano de gran parte de la mesa chica macrista que iba en otra dirección. En especial por la negativa a conformar una alianza con Sergio Massa, que Peña disfrutó como pocos.
A comienzos de diciembre, el ministro le prestó a Durán Barba su oficina del primer piso de Casa Rosada para el festejo de 69 años del consultor, ocupado por estos días en las elecciones ecuatorianas: su asesorado, Paco Moncayo, marcha cuarto -último- en todos los sondeos. Un par de meses atrás, Peña y el gurú comunicacional habían tenido algunos chisporroteos que alteraron la relación por un tiempo. Hay quienes le endilgan esos chispazos a ciertas desprolijidades del ecuatoriano. Y están los que lo relacionan a Francisco y aquella frase de que "el Papa no suma ni seis votos". El jefe de ministros todavía atesora un par de cruces de puño y letra con Su Santidad cuando era el jefe del Arzobispado de la Ciudad, en medio de la tensión por el matrimonio igualitario que Peña convenció a Macri de apoyar cuando era jefe de Gobierno porteño.
Como a Macri, al jefe de Gabinete también le obsesiona el rumbo de la economía. Él también sufrió en los inicios del segundo semestre pasado la reprimenda presidencial como buena parte del resto del gabinete por la escasez de buenas noticias. Pero a Peña también lo inquieta Massa. Es, al menos, una de sus obsesiones en los constantes sondeos que encarga y que devora quincenalmente. La relación del Gobierno y del jefe de los ministros con el líder del Frente Renovador fue de mayor a menor: el ex intendente debutó como invitado estelar a la cumbre de Davos, de hace un año, y terminó vapuleado como el "político menos confiable del sistema político" en boca del ministro coordinador. Las últimas encuestas que consumen en los despachos oficiales del primer piso de la Casa Rosada ubican a Massa como el dirigente opositor mejor posicionado.
Esos mismos números también muestran que la construcción del relato ideado por Peña fue exitosa al menos en términos cuantitativos. El Presidente cerró el año con una imagen envidiable si se tiene en cuenta que el Gobierno terminó el 2016 con casi todos los indicadores económicos en rojo y con casi ningún cambio estructural para mostrar. La comunicación elaborada por el jefe de Gabinete fue aún más exitosa cuando se toman las expectativas para el próximo año: la sociedad cree que la situación social y económica no es buena pero que va a mejorar. La comparación con la anterior gestión fue fundamental para la actual administración. Por algo la estrategia de Peña es confrontar con Cristina Kirchner. En las próximas semanas, el funcionario sumará bajo su órbita el control total de las encuestas a través de un convenio marco en el que inscribirán a todas las encuestadoras y que saldrá publicado a través de una resolución oficial. Ningún ministerio debería desconocer ese convenio a la hora de contratar sondeos.
Como a Macri, a Peña le obsesiona el rumbo de la economía
El jefe de Gabinete, el más poderoso de los funcionarios, se convirtió además en un sostén emocional del Presidente. Un consejero privilegiado. Ya había trabado esa relación en la Ciudad; la consolidó con su arribo a Nación. Honesto -es unánime la percepción interna de su sana relación con el dinero- y por momentos secretista en sus pensamientos, Peña supo forjar un nexo de respeto con Emilio Monzó -uno de los abanderados del ala política del PRO- y con Rogelio Frigerio, el ministro más político del gabinete. Desmesurado o no, su modelo de conducción contribuyó a alimentar el mito de que enfrentarlo no es la mejor de las opciones. Prat-Gay nunca se adaptó a ese estilo. Daniel Chaín, uno de los gerentes de la obra pública, tampoco. Lo sufrió Ricardo Buryaile, que quiso evitar el filtro del ministro coordinador y telefoneó a Macri por temas de gestión. El Presidente lo mandó a hablar con Peña: el jefe de Gabinete lo tuvo al ministro varios días en el freezer. La canciller Susana Malcorra también podría estar bajo la lupa del funcionario, un fanático de las cuestiones relacionada con la diplomacia.
Contrariamente, Peña le escapa a las cuestiones judiciales, como los expedientes en los que son investigados tanto el Presidente como algunos de los funcionarios actuales. Evita, por ejemplo, la tensión extrema entre Elisa Carrió y Ricardo Lorenzetti: en el último semestre, Macri derivó en Germán Garavano los reproches semanales del presidente de la Corte Suprema por las constantes amenazas de juicio político de Carrió. El ministro de Justicia se reunió con Lorenzetti en varias oportunidades en los últimos meses.
Esos rubros son exclusivos del Presidente: su jefe de ministros no participa. No intercede, por caso, en la puja entre Daniel Angelici y Fabián Rodríguez Simón, ni se inmiscuye en las cuestiones vinculadas al círculo histórico de Macri del Newman. Sin embargo, colaboró con éxito en la última campaña del presidente de Boca Juniors. Los rumores dan cuenta de que la carrera para suceder a Angelici podría quebrar la armonía entre el dirigente xeneize y el funcionario.
Peña fue el jefe de la campaña presidencial que coronó a Macri y ocupará el mismo rol en las elecciones de medio término de este año, en las que Cambiemos deberá revalidar el triunfo del 2015 para proyectar una gestión de dos mandatos. Peña fue y será el cerebro comunicacional pero no el financiero: la recaudación de aportes, que en el 2015 superó por mucho los límites fijados por ley, es todavía una incógnita de cara a las legislativas de agosto. Fue parte de la charla que mantuvo, asado mediante, con la cúpula del PRO en la sede porteña de Balcarce y Belgrano, la semana pasada.
La principal inquietud se concentra en la provincia de Buenos Aires, el distrito más trascendente y uno de los que más críticos del liderazgo de Peña. "La Casa Rosada no tiene ni idea de lo que es domar al peronismo de esta provincia", se despachó ante Infobae un importante colaborador político de María Eugenia Vidal. Es de los que cree que el jefe de Gabinete de Macri menosprecia la política. Que la subestima. Y que esa subestimación corroe internamente. Es, además, de los que alimenta, por ejemplo, los rumores de una alianza táctica entre Monzó y Carrió para una eventual candidatura de "Lilita" en territorio bonaerense. Vidal, que supo recelarse con Peña y que construyó un buen vínculo con Federico Suárez, los ojos del jefe de Gabinete en la Provincia, prefiere prescindir electoralmente de la líder de la Coalición Cívica. La misma prescindencia que busca Rodríguez Larreta.
En cualquier caso, Peña, que esta semana continuará de descanso en Guazuvirá será una voz determinante en la estrategia comunicacional y política del jefe de Estado en estas legislativas. Tiene un lugar de privilegio en la mesa chica del jefe de Estado. En parte por lealtad absoluta con su jefe. Y en parte por consejos de trascendencia que colaboraron a la coronación de Macri. Es la principal razón por la que hasta sus detractores más acérrimos evitan subestimarlo. Un rol "desafiante", como lo planteó el propio jefe de Gabinete hace algunas semanas antes de irse con su mujer y sus dos hijos de vacaciones a Guazuvirá, una playa familiar de la costa uruguaya a la que va desde hace años y en la que descansará hasta la otra semana. Un desafío en todos los sentidos.