El prestigioso escritor Juan José Sebreli lanzó recientemente Dios en el Laberinto, un estudio de las religiones con un enfoque interdisciplinario que incluyó, en su capítulo 4, una mirada muy particular sobre el papa Francisco.
Publicado por Sudamericana, la obra es presentada como "el proyecto más ambicioso y radical" del intelectual de 83 años: "Es la demolición del fenómeno religioso desde una perspectiva agnóstica y racional y desde el punto de vista teológico, filosófico, político, científico y literario".
"¿Quién no se enojó al leer algún texto de Sebreli que, seguramente, dice algo que uno no hubiera querido leer? No obstante ello, el enojo se disipa rápidamente, porque en ese texto que nos disgusta sabemos que hay un examen certero de los hechos; un análisis reflexivo de los conceptos, los juicios y los valores que se refieren a la cuestión; una investigación relacionada con los intereses que se vinculan con el tema desarrollado y que influyen sobre él. Y, lo más importante, una verdad dicha con estilo y amenidad envidiables, por una persona valiente que, con sus actos, sus palabras y su ejemplo, descubre cuánto de lo indigno se oculta detrás de lo 'políticamente correcto'", aseguró el recientemente fallecido Carlos Fayt en la contratapa del libro.
En esta nota de Infobae, un adelanto de las frases más provocativas sobre el papa Francisco:
La Iglesia romana ha sido consciente de su declinación en Europa Occidental, que fuera durante siglos el centro del catolicismo (….). El Vaticano creyó oportuno comenzar a elegir papas no italianos. El primero fue el polaco Wojtyla, perteneciente a Europa del Este (…). Luego se animó con Ratzinger, un papa de la Europa Central, pero no italiano. América Latina, el continente con el mayor número de católicos en el planeta, su última reserva, impulsó la elección de un papa "del fin del mundo", como el mismo Bergoglio se llamó.
Le tocó suceder a Ratzinger, el profesor alemán de filosofía, un papa con una formación diferente de la de aquel. El jesuita Jorge Mario Bergoglio, el papa Francisco, trajo un bagaje cultural muy distinto del de su antecesor.
Bergoglio, antes que un intelectual -nunca terminó sus tesis doctoral sobre Romano Guardini-, es un hombre de acción, un político en el sentido amplio, más apto que su antecesor, el contemplativo Ratzinger, para dirigir una Iglesia agobiada por graves problemas internos.
Bergoglio, como los jesuitas, era un político antes que un religioso; la preocupación central de su vida fue avanzar en la jerarquía eclesiástica; en los cargos que obtuvo, actuó con exceso de autoridad, aunque tal vez jamás soño con acceder al máximo poder dentro de la Iglesia.
Bergoglio intenta quedar bien con todos. Aparenta satisfacer pedidos que después no cumplirá (…) y así suma y sigue. Su afabilidad con todos, su eterna sonrisa, es una actitud acaso impostada; quienes lo conocieron antes de ser papa afirman que era más bien hosco y sonreía poco.
El papa Francisco es muy distinto de Ratzinger (…). Su procedencia lo ayudó al acercamiento con la gente sencilla: descendiente de inmigrantes italianos, muchacho de barrio, con la vivencia del vecindario de puertas abiertas y casa de Flores.
A veces usa palabras de su infancia, hoy fuera de uso, como decir "salame" por tonto. Su gusto por el lenguaje popular puede llegar a la chabacanería. Ya siendo papa y para justificar indirectamente a los terroristas islámicos que vengaron una burla a Mahoma, usó una expresión guaranga, más propia de un patotero que de un papa: "Si alguien dice una mala palabra en contra de mi mamá, puede esperarse un puñetazo".
En su afán de atraer a la juventud, les dijo a los jóvenes brasileños: "Hagan lío". Consejo innecesario, pues no precisan la autorización del papa para hacerlo. Hubiera sido mucho mejor que les aconsejara "usen preservativos", algo que nunca va a decir.
Señaló muchos males sociales, pero permaneció callado cuando se trataba de perversiones inherentes a las pasiones populares, cualquiera fuera su calidad ética o estética.
Reivindicaba al fútbol como pasión popular, pero evitaba hacer referencia a la corrupción de los dirigentes, al dopaje de los jugadores, a la manipulación política, a la violencia, con frecuentes asesinatos de barras bravas, y al fanatismo de los adictos, que hace tiempo alejaron al fútbol del deporte para transformarlo en un gran negocio para sus protagonistas y en una seudo religión para sus hinchas
Ofició una misa en el santuario profano de Plaza Once, en las ruinas de la discoteca Cromagnon, pasando por alto que las víctimas del fatal accidente eran, al mismo tiempo, victimarios: los fans de una banda de rock que se divertían tirando petardos en lugares peligrosos.
Con el pretexto de acoger a pecadores apenas arrepentidos, recibe a corruptos no recuperables. Su afán por estar junto a la gente lo lleva a exhibirse con figuras mediáticas y parece sentirse muy a gusto relacionándose con lo más superficial de la farándula, banalizando así al Vaticano al que se propuso transformar.
En una entrevista se quejó: "Siento que los políticos argentinos me están usando", pero se rodea de políticos de bajo nivel moral e intelectual, incluye entre sus visitantes a lúmpenes al servicio de la corrupción política. Su apego acrítico al populismo y aun a lo populachero, confundido con lo popular, tiene su provecho, le permite adquirir el don de los ídolos: la gente común puede proyectarse en él como alguien que llegó muy alto y, al mismo tiempo, identificarse con quien se parece a todos. Su papel de ídolo popular favorece sin dudas a la difusión masiva de la Iglesia, pero la perjudica en su credibilidad como religión trascendente.
Su estilo de vida campechano y el humor sarcástico tienen alguna similitud con los de un jesuita argentino de otra época, Leonardo Castellani, también cercano al peronismo y candidato a diputado por una agrupación nacionalista católica -la Alianza Libertadora Nacionalista- que jugó un papel similar al de Guardia de Hierro en Bergoglio.
La Iglesia siempre dio importancia a los gestos y Bergoglio abunda en ellos. Siendo cardenal viajaba en colectivos y subterráneos, no tenía televisión ni internet ni teléfono celular, y cuando fue designado arzobispo usó la ropa de su antecesor.
Siendo papa rompió con los protocolos y desechó los oropeles de su rango; lejos están sus gastados zapatos negros de los elegantes mocasines colorados de Ratzinger. Cuando le quisieron poner sobre los hombros la capa revestida de armiño y orlada de seda, indumentaria copiada por los papas de los emperadores romanos, la rechazó diciendo: "El carnaval se ha terminado, guarden esa ropa". Esos gestos vestimentarios componen el guardarropa populista como la camisa de Perón.
Tampoco el lujo y la opulencia del Palacio Renacentista del Vaticano eran el decorado propicio para su modalidad y optó por el simple hospedaje de Santa Marta. La elección de Bergoglio de residir en un hotel para huéspedes no solo era otra exhibición de su humildad, sino también debe haber incidido el recuerdo de la dudosa muerte de Juan Pablo I, en el castillo de sombras acechantes del Vaticano.
Hablar de persona a persona con gente anónima, mezclarse con la multitud en un acto público, alzar a un niño, besar a un enfermo son los recursos habituales de la demagogia de todos los líderes carismáticos. El papa humilde como un cura de aldea esconde un político habilísimo y astuto, dones imprescindibles para haber llegado adonde está. Es el maquiavélico Ignacio de Loyola travestido en el dulce Francisco de Asís, aunque esta duplicidad estaba también en el primer Francisco. Chesterton llamó "divino demagogo" a la figura elegida por Bergoglio como inspirador.
En los actos multitudinarios, sobre todo con público juvenil, recurre a trucos de animador de teatro de variedades: el seudodiálogo con una pregunta y la respuesta implícita, a la que el público debe contestar afirmativamente en coro, para que entonces el orador con su mano derecha detrás de la oreja reitere -"no escucho- obligando a un nuevo "¡sí!" más estridente.
En situaciones difíciles -durante la dictadura militar, por ejemplo- optó por el prudente silencio, por no pronunciarse, y aconsejó a los sacerdotes a evitar las situaciones peligrosas.
Una vez más se comprueba que, en la religión como en la política, el relato no coincide con la realidad. Los temas candentes que debe afrontar por ahora solo se reducen a exhortaciones, algunas bastantes inocentes como pedirles a los narcotraficantes que dejen de serlo si no quieren ir al infierno. Es difícil que ese reto haga arrepentirse a algún mafioso.
Además, con uno de sus habituales gestos, eligió a jóvenes musulmanes pobres para lavarles los pies en Semana Santa. Intentó también con la audaz empresa de un encuentro "por la paz" con un dirigente israelí y uno palestino. El resultado paradojal fue que pocos días después estalló una nueva ola de violencia en Gaza. Bergoglio debió intuir la nula capacidad de éxito de esa reunión, pero no le importaba; consiguió una vez más ser titular de los diarios del mundo, venía de un país donde se festejan hasta las derrotas.
Es significativo también su desinterés frente al asesinato del fiscal Nisman que conmocionó al mundo. Fue el único, junto con Cristina Kirchner, que no envió condolencias a los familiares del muerto. El mismo día de la Marcha del Silencio en homenaje a Nisman, el papa marcó así sus preferencias, al recibir al presidente de la comisión de familiares de muertos de la AMIA vinculados con el kirchnerismo y críticos de la actuación del fiscal asesinado.