A esta altura, como en los ya célebres picados de fútbol en la quinta de Olivos, la influencia de Marcos Peña en el gobierno de Mauricio Macri es inocultable. "Hay funcionarios de menor rango a los que les he escuchado decir que su máxima aspiración política fue haber llegado a jugar al fútbol en Olivos", se divierte un funcionario con despacho en la Casa Rosada que suele sobresalir los miércoles como integrante del equipo contrario al del jefe de Gabinete, que representa a la Casa Rosada junto a ministros y secretarios de Estado. "El equipo de Marcos": así llaman a la formación de 10 u 11 funcionarios -depende la semana- que viste la camiseta titular de la selección nacional, celeste y blanca. El resto usa la misma, pero azul, la suplente.
La dependencia futbolística de Marcos Peña es un tanto exagerada desde que Mauricio Macri volvió hace unas semanas a la cancha de la quinta presidencial, tras la intervención en su rodilla y la anterior fisura en el arco posterior de la décima costilla durante el verano. Al segundo partido, tras su vuelta, el Presidente malogró un penal muy bien pateado en manos del ministro de Agroindustria, Ricardo Buryaile: hubo cargadas sobre la continuidad del funcionario en el gabinete. Néstor Kirchner no hubiera perdonado jamás semejante gesto de deslealtad. Lo cierto es que, como en Casa Rosada, y a pesar de la vuelta de Macri al fútbol, la influencia del jefe de Gabinete en el fútbol de Olivos es innegable. Y genera comentarios, muy por lo bajo.
Hace algunas semanas, los encargados del predio, encabezados por Christian Claret, administrador de la quinta presidencial, decidieron agregar otro vestuario. El primero, a unos cuantos metros de la cancha, había quedado chico, en especial las duchas, en las que los funcionarios y asesores deben turnarse después de los 80 minutos de partido, separados en dos tiempos de cuarenta. Durante los últimos meses, en plena crisis política por el tarifazo, arreciaron las humoradas sobre la conveniencia de ahorro del agua. Hay carros eléctricos, como los que se usan en el golf, que transportan a algunos de los jugadores hacia la cancha. Los choferes de los funcionarios suelen ser espectadores ocasionales.
El árbitro -Pablo, referí de profesión- empezó a apelar hace algunas semanas a las tarjetas, casi obligado por la sucesión de jugadas bruscas, propias de algunos jugadores fuera de ritmo o poco dotados técnicamente. Una entrada fuerte de Nicolás Massot, "El Colorado", jefe de la bancada del PRO en Diputados, que fue aleccionado por Peña. Un encontronazo entre Jorge Grecco -que empezó la temporada con un inolvidable gol en contra y cuyo nivel, dicen, fue de menor a mayor- y Emilio Basavilbaso, jefe de la ANSES, que dejó al secretario de Medios con el labio roto. Un duro cruce entre Carlos Mac Allister, secretario de Deportes y otro de los "colorados" -el tercero es Diego Santilli, asiduo goleador- y Hernán Iglesias Illa, coordinador de Políticas Públicas de la Jefatura de Gabinete -"un jugador inteligente", según sus rivales-, que terminó con un amague de trompada de este último sobre el ex defensor xeneize. Y dos lesionados: Iván Pavlovsky, vocero presidencial e inexpugnable arquero del equipo de Casa Rosada, con una fisura en su mano derecha tras una volada abajo contra un palo; y Guillermo Dietrich, que arrastra un yeso en su brazo izquierdo después de un pelotazo de Nicanor Crotto, coordinador de Asuntos Legales de la Jefatura de Gabinete, que tomó por sorpresa al ministro de Transporte. En la sala de auxilios de Olivos le restaron importancia al golpe, pero Dietrich tuvo que entrar de urgencia al Hospital Alemán, horas después.
Al jefe de Gabinete -"un buen mediocampista con llegada" según un fino observador futbolístico-, que comparte capitanía con Fernando de Andreis, secretario General de la Presidencia -"mediocampista habilidoso"-, no le gustan los jugadores rápidos, jóvenes, de buen estado físico y, mucho menos, talentosos. Cree, como los más veteranos del gabinete, que desnivelan el juego, de buen nivel a pesar del promedio de edad, de unos 40 años. Macri y Pablo Clusellas, su secretario Legal y Técnico, encabezan el ranking veterano junto a Roberto Moro, jefe del Sedronar, un celoso marcador central.
La exclusión llevó a los más jóvenes, funcionarios de segundas y terceras líneas, a armar sus propios partidos los jueves, un día después del fútbol presidencial. Esos picados, organizados por Rosendo Grobocopatel -secretario del jefe de Gabinete e hijo del empresario multirubro- y Mauricio Colello, mano derecha del ministro Rogelio Frigerio, se desarrollan en el predio que la Policía Federal tiene en el bajo porteño, cerca del club River Plate. Fue la cancha que usaron los ministros nacionales cuando el césped de la quinta de Olivos fue resembrado, durante el invierno. Allí suelen jugar el hijo de José Torello, "Toto" -funcionario de la ANSES-, y Mariano Lomolino, secretario privado del Presidente. Torello padre, amigo de Macri y asesor en jefe de la Presidencia, jamás se calzó los cortos: va directo al asado, después de los partidos, del que alguna vez también participó Gustavo Lopetegui, uno de los dos coordinadores de la Jefatura de Gabinete. El otro, Mario Quintana, confeso fanático del fútbol, nunca fue, a pesar de las reiteradas invitaciones. Sufre las secuelas de una operación de rodilla, dicen.
En el resto de los habituales jugadores de los miércoles de Olivos hay de todo, según el análisis de un avezado observador. "Un 5 con llegada" como Frigerio, "un 2 con oficio" como el viceministro del Interior, Sebastián García de Luca; "un 6 superior que hace goles de tiros libre", como Hernán Lacunza, ministro bonaerense; "un habilidoso" como Lucas Llach, director del Banco Central; Federico Suárez, el legislador Francisco Quintana, el asesor Horacio Reyser y el ministro Alfonso Prat Gay, que celebró un gol memorable antes de viajar a la cumbre del G20 en China, en plena disputa con Federico Sturzenegger. Y "un bocón que vuelve loco al árbitro, de buen toque", como Héctor Baldassi. Algunos asesores de prensa, por ejemplo, todavía resisten el filtro de la convocatoria, que arranca vía WhatsApp los lunes por la tarde, en manos de Pavlovsky y bajo la supervisión de De Andreis y de Peña.
A los picados de Olivos, sin embargo, no van los amigos del Presidente. "Es sólo para los empleados", se queja uno de ellos, exagerado. Sí hubo participaciones esporádicas de Fernando Niembro, del conductor Mariano Iúdica y del ex tenista Gastón Gaudio. Los funcionarios aún recuerdan un memorable túnel del "Gato" sobre el ministro Dietrich en su primera intervención.
El asado, que suele durar entre las 10 y apenas pasadas las 11 de la noche, y que ya se convirtió en un ritual semanal como el fútbol, está mucho menos politizado que aquellas tertulias nocturnas que Néstor Kirchner encabezaba, regadas con abundante whisky, después de los picados de los viernes por la noche. "No hay rosca", abundan. Peña sí copió algunos vicios del ex presidente en la dirección técnica: como Kirchner, siempre quiere a los mejores jugadores en su equipo. La única diferencia es que, antes, había una sola condición: vestir la camiseta de Racing. El inicio de esta temporada había sido con las camisetas de River y de Boca, pero el "superclásico" fue dado de baja en la primera fecha por orden del Presidente. Para no herir susceptibilidades, explicaron.
En los asados de los miércoles, de política se habla poco y nada. Es, paradójicamente, una de las principales quejas que varios miembros del gabinete y dirigentes de la coalición Cambiemos le endilgan al modelo de gestión de Macri: "Falta política", dicen. Los más fastidiados -varios ministros y un número para nada despreciable de secretarios de Estado y funcionarios de menor rango- agregan cortocircuitos en la coordinación entre las diversas áreas de gobierno. Algunos se los achacan al estilo de conducción del jefe de Gabinete, el más influyente. Hay, hasta ahora, un jugador que nunca pisó la cancha de Olivos desde que el tradicional picado se instauró en la quinta presidencial: Horacio Rodríguez Larreta, alejado del fútbol desde hace unos largos meses. El jefe de Gobierno porteño manejó la gestión de la Ciudad durante los ocho años de Macri.
Al modelo de conducción del Presidente ahora le empiezan a estallar las internas entre sus funcionarios. Nueve meses después del desembarco en la Casa Rosada, comienzan a recrudecer más de la cuenta. Emilio Monzó contra toda el ala política de la provincia de Buenos Aires. Elisa Carrió y Daniel Angelici. Alfonso Prat Gay y Federico Sturzenegger. Francisco Cabrera y gran parte del gabinete. La cúpula del Ministerio del Interior y Daniel Chain, de AYSA. Patricia Bullrich y Eugenio Burzaco. Y Patricia Bullrich con Juan José Gómez Centurión.
La noche del viernes 19 de agosto, horas después de pedirle la renuncia preventiva al desplazado jefe de la Aduana, Macri no pudo pegar un ojo en toda la noche. El día siguiente se desahogó durante horas por teléfono con algunos de sus más íntimos. A uno de ellos, un funcionario de peso, le explicó que estaba dolido, pero que no tuvo alternativa. La decisión del Presidente, que hasta ahora no habló en público sobre la separación de Gómez Centurión, más allá de haberlo recibido en Olivos, generó desconcierto en el seno del gabinete. Y marcó las primeras diferencias entre el modelo nacional y el bonaerense. María Eugenia Vidal ya mandó a investigar más de dos denuncias contra su jefe de policía, Pablo Bressi, pero lo sostuvo en el cargo. Macri hizo lo contrario: primero separó al jefe de la Aduana, y después ordenó profundizar en la investigación. El tarifazo marcó la otra gran diferencia entre ambas gestiones. El jefe de Estado pagó un enorme costo político por no convocar a audiencias públicas antes de aumentar en forma drástica las tarifas. La gobernadora no solo hizo las audiencias, sino que nadie se enteró de las protestas que hubo alrededor del estadio mundialista de Mar del Plata, donde se llevaron a cabo.
En el seno del gabinete nacional empiezan a preguntarse si la falta de articulación entre algunas áreas de gobierno no se debe, entre otros factores, a la decisión de aumentar en cuatro el número de ministerios respecto de la administración K y en más de cuatro decenas el de secretarías y subsecretarías. El ejemplo más notorio es el del gabinete económico: un abanico variopinto de funcionarios que empieza a crujir. La campaña legislativa del próximo año traerá inevitablemente cambios en el elenco macrista.
La duda es si los futuros cambios de gabinete alterarán el estilo de liderazgo de Macri, que pasó de rodearse de una mesa con una impronta mucho más política en los últimos años -en especial durante la campaña presidencial- a una más técnica, integrada, además de Peña, por Lopetegui y por Quintana. "El grupo Excel", como los llama con malicia un amigo del Presidente en alusión a la devoción de los coordinadores de la Jefatura de Gabinete por los números. Frigerio es uno de los ministros que también suele integrar esa mesa.
La otra incógnita es la influencia de Nicolás Caputo, el más íntimo de los amigos del Presidente, ausente del país con cada vez más frecuencia. Viene de un viaje de casi dos meses por los Estados Unidos y Europa, y en las próximas semanas se vuelve a embarcar hacia los Estados Unidos. La última vez que Caputo visitó la quinta de Olivos fue días antes de que Macri partiera hacia China, a la cumbre del G20. Cenaron en el chalet presidencial, decorado en tonos blancos por Juliana Awada, con dos de los cuñados de la primera dama, la diva Susana Giménez y un puñado de amigos de celoso perfil bajo. Ayer había previsto un encuentro entre Macri, Peña, Caputo y Jaime Durán Barba junto a su socio Santiago Nieto. Habrá que ver si esas reuniones, ahora muy espaciadas, empiezan a realizarse con más frecuencia.
Parece a propósito, pero lo cierto es que varios de los principales ministros y funcionarios se quejan de la "ausencia" de Caputo, y aseguran que su influencia debería ser mucho más decisiva de lo que se publicita en los medios: es que el más íntimo de los amigos del Presidente fue, desde que Macri se metió en política, un actor clave en el esquema del jefe de Estado y en la estrategia política del PRO. A su entorno, "Nicky" les jura que el 23 de noviembre, un día después de la victoria, él y Macri acordaron una distancia prudente.
Esa noche, en el búnker de Costa Salguero, Carrió y Caputo se conocieron por primera vez. En el entorno de "Lilita" cuentan que ella encaró al empresario y le advirtió: "De vos y de mí depende el éxito de Mauricio".