"Esta es una llamada proveniente del Servicio Penitenciario de la Nación"…
Era jueves. El 30 de junio pasado, al mediodía, había mucha humedad y todo era pesado, viscoso. Esperaba esa llamada que provenía de la cárcel de Ezeiza, el mismo lugar y la misma voz que escuché cuando del otro lado de la línea estaba otro "preso famoso" vinculado a la corrupción K: Leonardo Fariña. Pero ahora era otro el interlocutor esperado. A quien le había dedicado ya varias horas y que, en ese momento, iba a aceptar ser grabado para este reportaje.
– "¿Lázaro?", pregunté. – "¿Don Luis?", replicó. La voz de Lázaro Báez, inconfundible, y mi respuesta pusieron en marcha el breve diálogo que debía aprovecharse al máximo. Hablar con un preso -sobre todo con "ese" preso"- no suele ser cómodo. Interferencias, incomodidades e impaciencias, de adentro y de afuera.
Detenido desde el 5 de abril por orden del juez federal Sebastián Casanello por la causa conocida como "ruta del dinero K", Lázaro Báez habla con un periodista y acepta ser grabado por primera vez. Dice estar tranquilo a pesar de que siente que ya está condenado "mediáticamente". Desconfía -y lo desliza- del magistrado que lo investiga. El empresario santacruceño niega ser testaferro de la familia Kirchner y asegura que no existe ningún tipo de pacto de silencio con la ex presidente de la Nación. En la soledad del penal de Ezeiza –Báez no quiere que sus hijos lo vean preso y son pocas las visitas que aceptó recibir- decidió a romper el silencio.
A tres meses de la detención, los insultos a sus hijos y las diferencias con el juez Casanello empujaron a Lázaro Báez a romper el silencio
Lo hizo tras varias idas y vueltas, luego de conversar con su círculo de confianza integrado por sus hijos, su amigo Diego Navarro y los abogados que lo representan: Daniel Rubinovich y Rafael Sal-Lari. No todos estuvieron de acuerdo: "Van a poner lo que ellos quieran", le advirtieron. Molesto con las publicaciones periodísticas que aseguraban que era un preso vip, el empresario amigo de Néstor Kirchner explica que "esa mentira me podría haber costado la vida" y que "se dicen muchísimas mentiras; me tiran con todo".
Báez estaba callado. Cuando mencioné su apellido, el dueño de Austral Construcciones preguntó si del otro lado estaba yo. Comenzó nuestra primera charla informal. Una semana antes había conocido a Liliana Costa (39), una empleada de la AFIP de Comodoro Rivadavia, a quien vinculaban sentimentalmente con el empresario de Santa Cruz. Según la mujer, estaba siendo perseguida en su lugar de trabajo y su relación consistía, únicamente, en un vínculo de "amistad" con la familia Báez. Había llegado a ella gracias a la insistencia de la colega Alicia Panero.