Durante el kirchnerismo, los opositores imaginamos que el sectarismo y la grieta eran un problema de ellos; en estos pocos meses tenemos que asumir que esa agresividad es un problema de nosotros. Digo "nosotros" porque la pelea no para nunca y no sólo no se focaliza sino que se expande a lugares tan novedosos como el agarrárselas con el Papa, no sea cosa que algo quede fuera de nuestro talento para cuestionar que -desde ya- resulta directamente proporcional a nuestra impotencia por coincidir.
Tuve la suerte de poder conversar durante más de una hora con Su Santidad, y en un momento le dije: "Si Usted hubiera nacido en Brasil, al que lo criticaba lo colgaban del Maracaná". Pero nació en Argentina, sociedad donde nunca logramos nada digno de ser compartido. "Cuando Usted era Cardenal le importaba a pocos, cuando llegó a Papa les molesta a muchos". Hablamos de todo. En relación a Mauricio Macri, me comenta: "Durante ocho años, creo que sólo tuvimos una discusión". Dudó, y me dice: "Creo que dos; no entiendo realmente qué cuestionan". La religión no ocupa el lugar de la política y menos en una sociedad en la que no se caracterizan por construir consensos. En cada tema, fue dando su propia interpretación. En un momento, le cuestioné algunos voceros. Me respondió "¿cómo evitarlo?", pero quedaba en claro que no entendía qué nos pasaba con sus gestos. En rigor, yo le expresé que es parte de nuestra eterna mediocridad, que él se convirtió en alguien a quien el mundo admira, que nosotros no podemos dejar de ser originales y no lo podemos aceptar.
Le dije con humor que no cualquiera se daba el gusto de confrontar con un Papa y le manifesté mi asombro por la marea de gente que todos los días se acercaba y circulaba por la plaza de San Pedro para verlo, por ese fenómeno increíble que movilizaba a delegaciones de todos los pueblos. Y por la cantidad de argentinos que uno saludaba por allí; parecía que había más que en casa.
La altura espiritual de Francisco asombra, conmueve. Le digo que tengo 74 años y me canso con sólo verlo desarrollar su actividad. Me responde que él también se asombra de la energía que Dios le da. Y escucha con una atención como la que únicamente expresan los sabios. Uno siente que no se pierde un detalle del diálogo. Cuando luego intenté recordar la charla, debí asumir que se me mezclaban mis palabras con las suyas, como si uno hubiera encontrado en el interlocutor a un aliado. Pero era otra cosa, era el respeto al invitado, no cuestionaba, tampoco asentía siempre, a veces había que percibir en su silencio un posible desacuerdo.
Ese fenómeno colectivo es resultado del enorme peso de sus palabras en un mundo donde las ideologías agonizan sin propuestas para la esperanza
Pocas veces en mi vida disfruté tanto un momento como la concentración del domingo en San Pedro y su mensaje llegando al silencio de la multitud. Conmovedora, su bendición fue el momento donde reencontré las lágrimas. Tardé en tomar conciencia de que ese hecho era también un profundo sentimiento compartido. Y paso de la charla personal a la multitud reunida en la plaza, porque ese fenómeno colectivo es el resultado del enorme peso de sus palabras en un mundo donde las ideologías agonizan sin propuestas para la esperanza. Asombra que ante esa infinita dimensión de un fenómeno popular como pocos, los intelectualoides individualistas de siempre nos hablen de "populismo".
La grieta no era sólo culpa del kirchnerismo
Hablé mucho con el Papa. Nunca me molestaron los ateos; siempre tuve un gran desprecio por los impíos. Uno puede creer o no, a lo que jamás tendrá derecho es a despreciar la fe del otro, la convicción o la pertenencia de los demás merece respeto. Asombran tantos opinadores dando cátedra sobre el Papa en una sociedad donde no somos capaces ni siquiera de construir un clima de convivencia que nos permita compartir la vida, la política y hasta a veces el mismo fútbol. Durán Barba dice que el Papa no tiene votos, se me ocurre que nosotros tenemos provocadores para exportar y que en consecuencia es un gran error haber importado uno que además se la cree.
La grieta no era sólo culpa del kirchnerismo, la grieta es el fruto de ese absurdo derecho que demasiados tienen de despreciar al otro, al que piensa distinto. Soy católico y peronista, me esfuerzo siempre para que aquello que expreso sea respetable por los que opinan distinto. Me canso de ver a demasiados que siembran críticas, odios y rencores sin jamás hacerse cargo de las consecuencias. Nunca habrá lucidez en aquellos que no se hacen responsables de las consecuencias de sus palabras.
La charla fue larga. Antes de irme, le pedí que se inspirara para visitarnos, le dije que su visita era una necesidad para la mayoría. Recordamos la relación de los polacos con su Pontífice en tiempos en que la división era en serio, pero somos raros, impotentes para la coincidencia, apasionados por la confrontación.
Un connacional llegó a Papa, pero quedaron decenas dispuestos a enseñarle cómo debe hacer
Un connacional llegó a Papa, pero quedaron decenas dispuestos a enseñarle cómo debe hacer. Pareciera que alguien salió por encima de esta cotidiana frustración en la que vivimos y eso, en lugar de merecernos respeto, nos da bronca, como si le pidiéramos que vuelva para compartir esta degradante mediocridad en la que habitamos, esta manera de ir de fracaso en fracaso sin que nadie se haga cargo de nada, eso sí, siempre dejando en claro que la culpa la tuvo el otro.
Hoy el Papa Francisco es la persona cuya opinión es sin duda la más respetada en el mundo, por los creyentes desde ya, pero por una enorme cantidad de no creyentes que valoran la sabiduría de sus palabras. Decir que nadie es profeta en su tierra es un lugar común, menos común que la imbecilidad que expresan los que usan la palabra "populismo" como los niños cuando aprenden a decir "caca" definiendo todo aquello que les desagrada.
Si fuera tan solo culpa de los kirchneristas la grieta se estaría cerrando sola, pero en ese amor por el odio no estaban solos, los otros no serían populistas pero esa bronca contra todo, esa falta de respeto por el otro, es un fenómeno colectivo. La grieta es muy profunda porque sectarios somos todos, al menos los que nos creemos dueños de la verdad, muchos para tanto fracaso, que finalmente es lo único que compartimos.
Creí que ver al Papa Francisco me haría más bueno, queda claro que tampoco en mi caso su sabiduría lo logró. En un país de pontificadores la vida nos dio un Pontífice y muchos, demasiados, gritan como si les estuvieran robando el trabajo. Está claro, el Papa es humilde, y duda, sus críticos están marcados por la soberbia y no se atreven a dudar. Los sectarios y los dogmáticos no necesitan creer en nada, con la admiración desmesurada por sus propios egos se dan por hechos. La fe de los otros a veces les genera envidia, otras, sólo molestias. Como decía el poeta Armando Tejada Gómez, "tiene un perro, una amante y un psicoanalista que le amansa la muerte dos veces por semana".