No olvidemos que iniciando la temporada 2024, tras la debacle del año pasado donde se echó por tierra un bicampeonato frente a Universitario de Deportes en el estadio Alejandro Villanueva, desde los adentros de Alianza Lima había una meta trazada a cumplir: recuperar el camino victorioso a partir de una reconstrucción en cada una de las áreas correspondientes.
Así fuimos testigos de las llegadas de Alejandro Restrepo (director técnico), Bruno Marioni (director deportivo) y Néstor Bonillo (asesor externo). Honestamente, todos los movimientos eran apuestas que terminaron contando con el respaldo de la afición. Pero con el avance del tiempo quedó en evidencia una mala planificación deportiva reflejada en partidos puntuales de Liga 1 como en confrontes de alto calibre de la Copa Libertadores -donde dicho sea de paso no se ganó ningún partido de la fase de grupos-.
La salida de Bonillo, de los personajes más infames que desfilaron por Matute, para regresar a los brazos de Ricardo Gareca en una aventura hoy catastrófica en la selección de Chile, fue la primera grieta del proyecto. Al día de hoy, si me permiten, no logró encontrar una explicación a su llegada. ¿Por qué se hicieron de los servicios de un personaje cuyo foco estaba lejos de los propósitos de una institución en reconstrucción y que no contaba con los pergaminos para ejecutar las funciones encomendadas? Ojalá alguien pueda explicarlo.
Tampoco se salva de la rigurosa evaluación el argentino Marioni, quien jamás demostró las capacidades adecuadas para ubicarse en el sitial de la Dirección Deportiva en Alianza Lima. Su toma de decisiones, en muy buena parte del periodo actual, no estuvo exenta de controversias: la separación rotunda de Carlos Zambrano -al que luego incluyó en la nómina configurando un retroceso en su determinación-, el mal manejo del tema Paolo Guerrero -con el que cerró un acuerdo a mitad de temporada pese a ignorarlo en su planificación inicial-, las contrataciones extranjeras que, en su mayoría, no dieron la talla como el caso simbólico de Jeriel de Santis, la salida de Alejandro Restrepo con el club en la cima del Clausura 2024, la acometida inexplicable en la contratación del sucesor Cristian Díaz -a quién luego dejó en el aire ocasionando una problemática a nivel FIFA- y sus desacertadas declaraciones que iban desde “tenemos el mejor plantel” hasta “seremos campeones a fin de año”.
Hasta aquí, el camino de los Blanquiazules ya era preocupante. Y se agudizó entremedias con un torneo novedoso -llamado la Copa Ciudad de los Reyes- que se terminó esfumando en propia casa para aumentar la cólera de los hinchas. Se intentó un propósito de enmienda cerrando un vínculo con Mariano Soso y con Paolo Guerrero. Y si bien se llegó con aliento hasta la recta de definición regular, aún existía la deuda de la modalidad de juego en cuanto a producción y resolución.
Todo quedó arruinado, finalmente, en el partido de cierre de año frente a Cusco FC, en Matute, cayendo por un sonrojante 1-2. Ese resultado nadie lo vio venir y con ello se allanó el sendero para que la ‘U’ se proclame bicampeón nacional en su centenario institucional. Hay bronca, tristeza y desazón entre los aliancistas, porque nadie se hace responsable de una nueva debacle. Las cabezas a cargo están administrando mal el fútbol desde que asumieron. Demuestran, con mucho respeto lo digo, incapacidad para los sitios que ocupan. Si no hay autocrítica y una remodelación a conciencia esto va a terminar muy mal. Alianza Lima, por su historia y lo que significa para el Perú, no merece vivir en esta situación tan desalentadora.