En una ciudad donde las esquinas cuentan historias, la cultura afroperuana continúa reclamando un lugar que durante siglos le fue esquivado. Cada 4 de junio, el Perú detiene por un instante su inercia para recordar el nacimiento de Nicomedes Santa Cruz, figura esencial del renacimiento afrodescendiente en el país. Pero más allá de los actos simbólicos o los discursos oficiales, persiste una pregunta que no encuentra eco constante: ¿qué tanto se comprende realmente la afroperuanidad en la historia nacional?
A pesar de una presencia evidente en la música, la comida y expresiones folclóricas, la identidad afroperuana todavía parece leerse desde la superficie. Las referencias suelen detenerse en rostros conocidos, ritmos festivos o platos típicos, mientras permanece diluida una narrativa más amplia que explica su rol en la construcción del país. En una entrevista con Infobae Perú, el investigador Kristhian Ayala, docente de la Universidad Católica Sedes Sapientiae, ofrece un recorrido profundo por estas omisiones, revelando un pasado que la historia oficial apenas ha esbozado.
“La cultura afroperuana se conmemora el 4 de junio porque es la fecha de nacimiento de Nicomedes Santa Cruz”, explicó Ayala. “Este año se cumplen 100 años de su nacimiento, así que es una fecha significativa para la afroperuanidad.”
Sin embargo, el reconocimiento institucional o académico apenas roza la profundidad del asunto. Para Ayala, la clave está en desmontar una larga cadena de invisibilización y estereotipos que distorsionó por siglos la imagen real de los afrodescendientes en el Perú.
Desde la historia oficial

Durante el siglo XVII, la presencia afrodescendiente en el Perú no solo era significativa, sino mayoritaria en muchas zonas urbanas, especialmente en Lima
Con la instauración del Virreinato del Perú, la esclavitud y el comercio de hombres y mujeres africanos se incrementó de tal manera que, según el censo de 1614, el número de negros esclavos en Lima llegó a 10,386, superando incluso a los españoles que alcanzaban los 9,630. Los afrodescendientes representaban el 69% de la población total en la capital, que llegaba a 25,154.
Pese a ello, la memoria colectiva del país los redujo a funciones subalternas o figuras anecdóticas, borrando su participación como actores centrales de la historia.
“La influencia de la Iglesia era muy fuerte y muchos negros terminaron convertidos al cristianismo; no fue una imposición tan fuerte como con los indígenas, sino una adaptación a la vida cotidiana”, relató. A diferencia de otros países de la región, en el Perú el sincretismo religioso no generó religiones paralelas, como en Brasil, sino que permitió el surgimiento de figuras como San Martín de Porres, el primer santo negro de América Latina.
Su canonización, sin embargo, tardó décadas. “Fue beatificado mucho antes, pero recién en el siglo XX fue canonizado”, señaló Ayala. Mientras Santa Rosa de Lima fue elevada rápidamente a los altares, San Martín tuvo que esperar el curso del tiempo y los cambios de mentalidad para ser reconocido plenamente. “Era un personaje muy querido, como hoy sucede con el papa León XIV”.
El primer esclavo negro en Perú

La llegada del primer esclavo africano al Perú, según el historiador José Antonio del Busto, se convirtió en un episodio que revela el impacto visual y simbólico de lo diferente. “Los indígenas de Tumbes no se sorprendieron por los animales extraños ni por la tecnología o la ropa de los españoles, pero sí se sorprendieron al ver al africano de piel negra”, explicó Ayala. El gesto de ofrecerle agua para que se lavara la cara, con la expectativa de que el color desapareciera, marcó un primer contacto cargado de desconcierto.
Ese tipo de relatos, con tintes de leyenda, pero raíces históricas, permite entender cómo la diferencia fue asimilada en un país donde la mezcla y el mestizaje fueron norma. “No creo que ver extranjeros fuera completamente novedoso para ellos, pero sí debió causar sorpresa ver afrodescendientes africanos recién llegados.”
Nicomedes, Victoria y el renacimiento cultural

El siglo XX trajo consigo una nueva ola de visibilidad afroperuana, especialmente desde las artes. Nicomedes y Victoria Santa Cruz, desde el barrio de La Victoria, encendieron una recuperación que no solo fue poética, sino también política. “El siglo XX fue el siglo del fútbol, el cine, las artes y la música; por eso hubo la necesidad de rescatar tradiciones que antes solo se bailaban en privado.”
Victoria Santa Cruz, por ejemplo, reinventó el festejo desde una perspectiva escénica. Su vestuario no era reproducción histórica, sino interpretación artística. “La ropa típica de la cocoliche, con puntos blancos, fue una performance histórica, no un vestuario auténtico del siglo XIX”, explicó Ayala. Estudió en Francia y desde allí conectó con las raíces africanas del lundu brasilero, equivalente al landó peruano.
Desde Porfirio Vásquez hasta los Ballumbrosio, la genealogía del festejo y la música afroperuana tomó impulso desde lo familiar hasta lo colectivo. “Sin ellos, figuras como Caitro Soto o los Ballumbrosio, la herencia podría haberse perdido”, advirtió.
En la televisión, la presencia afro fue casi inexistente. Zelmira Aguilar fue una de las pocas conductoras afrodescendientes y su paso por los medios dejó una huella silenciosa. “Ella fue una de las pocas negras en televisión cuando aún era en blanco y negro, una época difícil para destacarse en los medios.”
Educación y estereotipos: una herencia difícil de romper

La distorsión de la identidad afroperuana se construyó, en buena parte, desde las aulas. “Por la educación, que arrastra el negacionismo de ese pasado negro en Lima y en el Perú, y acaba reduciéndolo a la comida y, con suerte, a algunos aspectos folclóricos como el festejo”, sostuvo el investigador. Durante décadas, la cultura afroperuana fue reducida a lo festivo, sin mayor profundidad ni reconocimiento estructural.
Hace solo treinta años, ser afrodescendiente en el Perú era sinónimo de ser bailarín o bailarina de festejo. Y, con suerte, se hablaba de figuras como Lucha Reyes o de “los negritos de Alianza”. “No se analizaba su presencia a nivel fenotípico ni de capacidades. Todo se limitaba a expresiones como ‘los negritos de Alianza’, sin un reconocimiento pleno.”
Incluso los propios afrodescendientes muchas veces se resistían a esa identidad. “Recuerdo el caso de una chica que negaba su negritud a pesar de sus rasgos y ascendencia materna. Estas clasificaciones antiguas la hubieran considerado una zamba, por la mezcla. Ella no quería reconocerse”, explicó Ayala.
A diferencia de otros países de la región, el Perú no ofrece políticas públicas diferenciadas para sus comunidades afrodescendientes. “En Brasil, por ejemplo, existen becas para afrodescendientes”, apuntó Ayala. “Aquí hemos negado incluso la Lima negra que figura en la historia, donde más del 60% de la población en el siglo XVI era negra.”
Entre los resabios de esa herencia está el pregonero de “Revolución Caliente”, personaje limeño que durante años caminó por el centro con su saco blanco y un farol encendido. “Solo con verlo pasar, uno percibía una presencia misteriosa”, recordó Ayala. Es quizá el último eslabón de una cadena de costumbres que mueren sin dejar testimonio, pero que durante siglos han sido parte del paisaje urbano limeño.
La zona del Rímac, especialmente Malambo, fue uno de los primeros espacios formales de presencia afroperuana. “Pachacamilla también quedaba fuera del damero de Pizarro, eran los extramuros”, detalló Ayala. Con el auge de la modernidad, las comunidades negras se desplazaron a barrios como La Victoria, donde encontraron refugio y también nuevos desafíos.
Y mientras el país escucha con emoción el “Contigo Perú” de Zambo Cavero o siente el cajón retumbar en una celebración, se vuelve inevitable preguntarse: ¿qué otras historias aguardan aún para ser contadas, reconocidas, enseñadas y transmitidas desde la voz de los propios afroperuanos?
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