
Era el año 1902. En las aulas del Instituto de Química Aplicada de la Universidad La Sorbona, en París, el prodigioso estudiante peruano Pedro Paulet terminaba de diseñar el “autobólido”, una nave espacial inédita para una época en la que ni siquiera había alzado vuelo el primer avión.
Álvaro Mejía, principal investigador de la obra de Paulet, explicó a Infobae Perú que el diseño se basaba en un sistema de “motor-cohete” propulsado por combustible líquido, una mezcla de gasolina y tetróxido de dinitrógeno, lo que produciría hasta 300 miniexplosiones por minuto.
Casi siete décadas después, en 1969, el módulo de la NASA que llevó a los primeros humanos a la Luna usó combustible líquido con una composición parecida a la del motor de Paulet. Sin embargo, la agencia espacial nunca le otorgó crédito por su idea.
El que sí lo hizo fue Wernher von Braun, quien había diseñado el gigantesco cohete de las misiones lunares Apolo. En su libro Historia de la cohetería y los viajes espaciales, el científico alemán reconoció: “Paulet debe ser considerado como el pionero del motor a propulsión con combustible líquido”.

Lamentablemente, ante la falta de financiamiento —tal vez por estar muy adelantado a su tiempo— el invento de Paulet nunca llegó a materializarse.
El prototipo del autobólido
En 1995, Gustavo Quintanilla Paulet, sobrino del inventor, usó los planos dejados por su tío para construir maquetas del autobólido. Finalmente en 2021, estos materiales fueron donados a la Universidad Católica San Pablo (Arequipa, Perú), donde se construyó un prototipo a escala real.
Cuando fue presentado en ese año, el público pudo observar el nivel de detalle que Paulet plasmó en su diseño: alas que se mueven en forma vertical y horizontal , una punta móvil en forma de lanza, y un cuerpo que gira hasta 180 grados.
Con estas características, sumadas a 35 motores-cohete en cada ala, Paulet pretendía que la nave despegue, maniobre en la órbita terrestre sin inconvenientes y amerizara en su regreso, incluso con la capacidad de navegar debajo del agua como un submarino.

La trayectoria de un genio
Pedro Paulet nació en el histórico distrito de Tiabaya, al sureste de Arequipa, en julio de 1874. Desde temprana edad, mostró un interés notable por la química y la física. Tras la pérdida de su padre, fue educado por el sacerdote francés Hippolyte Duhamel, quien lo introdujo en el innovador colegio San Vicente de Paul, donde se forjó una base educativa avanzada.
Durante su infancia, marcada por la guerra entre Perú y Chile, Paulet desarrolló una fascinación por los fuegos artificiales, la pólvora y los explosivos, lo cual avivó una intensa curiosidad científica. Esta motivación lo llevó a fundar el Centro Artístico de Arequipa, donde destacaba como acuarelista, antes de ingresar a la Universidad San Agustín de Arequipa. En una época de limitada oportunidad económica, su talento y notoriedad en la ciudad fue reconocida por el rector que abogó por su admisión mediante un riguroso examen público.
En 1895, Paulet se trasladó a Francia para estudiar arquitectura y formó parte de la Sociedad Astronómica Francesa. Mientras se ganaba la vida como periodista, también avanzó en el campo académico, una etapa crucial donde formuló ideas innovadoras. Tres años después, ingresó al prestigioso Instituto de Química Aplicada de La Sorbona y representó al Perú en la Exposición Universal de 1900.

Eventualmente, Paulet se convirtió en miembro de la Sociedad Química de París y, en paralelo, concibió los planes de su avión cohete propulsado por combustible líquido, un diseño revolucionario para su tiempo, concebido incluso antes del célebre vuelo de los hermanos Wright en 1908.
Tras su enriquecedora experiencia parisina, regresó al Perú para dirigir la Escuela de Artes y Oficios, cerrada desde la guerra con Chile, y contribuyó a la construcción del hospital Goyeneche en Arequipa. Paulet también dirigió el diario El Peruano y promovió la modernización de la armada peruana. A pesar de su compromiso con el progreso local, la falta de reconocimiento en Perú lo llevó a Europa nuevamente, donde sus ideas finalmente captaron la atención de la comunidad científica, principalmente en Alemania y Francia.
Paulet continuó solicitando financiamiento al Estado peruano para materializar su invento, pero no tuvo éxito.
A pesar de ello, vivió sus últimos años como consejero comercial en la embajada peruana en Argentina, donde falleció el 30 de enero de 1945.
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