¿Qué pasó con el prostíbulo de Lima que abarcó siete cuadras de luces rojas, violencia y visitas de intelectuales?

Un antiguo barrio limeño que combinaba bohemia y sordidez, donde los escritores encontraron inspiración y la violencia era parte del paisaje nocturno. Su historia sigue viva en la literatura y la memoria colectiva

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Durante décadas, el jirón Huatica
Durante décadas, el jirón Huatica fue el epicentro del comercio sexual en Lima. Composición: WordPress Cangrejo negro/ Infobae Perú

Durante varias décadas del siglo XX, un sector de Lima albergó lo que fue considerado el mayor prostíbulo de la ciudad. Siete cuadras del distrito de La Victoria se convirtieron en un punto de encuentro para la bohemia, el vicio y la marginalidad, lo que atrajo a personajes ilustres, pero también generaron violencia y rechazo entre los vecinos. Este lugar, conocido popularmente como el jirón Huatica, funcionó con relativa normalidad hasta que una orden del gobierno puso fin a su existencia en la década de 1950.

El destino del jirón Huatica ha quedado en la memoria de algunos limeños como un episodio curioso, pero su historia encierra mucho más que el simple hecho de ser un barrio rojo. Detrás de sus fachadas con luces típicas de la prostitución, se gestaron enfrentamientos, se discutieron ideas y se evidenció el abandono de las autoridades frente a las condiciones de cientos de mujeres que trabajaban en el lugar. Su impacto en la cultura popular y en la transformación urbana de Lima es un reflejo de los conflictos entre moral, poder y sociedad.

El auge del jirón Huatica: luces rojas y bohemia en La Victoria

El origen del barrio rojo de Lima se remonta a inicios del siglo XX, cuando las autoridades decidieron concentrar en un solo lugar la actividad de las trabajadoras sexuales para intentar controlar el comercio carnal. La ubicación elegida fue La Victoria, en un sector del jirón Huatica que abarcaba siete cuadras llenas de burdeles, bares y cantinas.

(Kaveh Golestan)
(Kaveh Golestan)

El decreto municipal de 1928 formalizó la zona como un espacio destinado a la prostitución, estableciendo ciertas reglas para su funcionamiento. Las mujeres, tanto peruanas como extranjeras, debían permanecer en casas de citas identificadas con luces rojas en las ventanas. Desde allí, esperaban a los clientes, quienes llegaban en gran cantidad debido a la fama del lugar. Lima, en pleno proceso de modernización, comenzaba a atraer migrantes y aventureros que encontraban en Huatica un refugio de placer y exceso.

Este sitio no solo era visitado por obreros y comerciantes, sino también por intelectuales y artistas. El escritor Eloy Jáuregui recuerda que algunos de los nombres más reconocidos de la literatura peruana de la época fueron clientes asiduos. Entre copas de pisco y melodías de vals criollo, el lugar se convirtió en un espacio donde se cruzaban la cultura popular y las discusiones sobre el futuro del país.

Jerarquías, tarifas y violencia en el prostíbulo más grande de Lima

A pesar de la aparente organización, el jirón Huatica era un reflejo de la desigualdad y la violencia de la época. Las trabajadoras sexuales estaban sometidas a estrictas jerarquías que determinaban su posición dentro del prostíbulo. La ubicación de sus habitaciones dentro del barrio, así como las condiciones en las que ejercían su labor, dependía de distintos factores, como la edad, la experiencia y la nacionalidad.

Las tarifas por sus servicios variaban entre tres y veinte soles, dependiendo del nivel en el que se encontraban. Algunas mujeres lograban mejores condiciones gracias a sus contactos o por contar con el respaldo de ciertos personajes influyentes. Otras, sin embargo, se veían obligadas a trabajar bajo el dominio de proxenetas que operaban con total impunidad.

Las condiciones de vida en Huatica eran precarias. La violencia era parte del día a día, con enfrentamientos entre clientes, robos y agresiones que ocurrían con frecuencia. La falta de seguridad y la intervención mínima de las autoridades permitieron que el lugar se convirtiera en un refugio para delincuentes y forajidos.

Un refugio para bohemios, intelectuales y políticos

El jirón Huatica no solo era un sitio de placer clandestino, sino también un refugio de la bohemia limeña. Según información recopilada por La República, entre los personajes que frecuentaron sus pasillos destacan dos grandes figuras de la literatura peruana: Julio Ramón Ribeyro y Mario Vargas Llosa.

Ribeyro, conocido por su estilo melancólico y realista, dejó entrever en sus relatos una relación con una trabajadora sexual apodada ‘La Mona’. Se dice que el escritor, observador minucioso de la vida urbana limeña, encontraba en el jirón Huatica una fuente inagotable de historias que luego plasmaría en sus cuentos.

Vargas Llosa, por su parte, retrató el prostíbulo en La ciudad y los perros con una precisión que hace pensar en un conocimiento de primera mano.

Mario Vargas Llosa, acompañado de
Mario Vargas Llosa, acompañado de su hijo Álvaro Vargas Llosa, regresó al jirón Huatica de La Victoria. (Foto: X/Álvaro Vargas Llosa)

En el libro, Vargas Llosa también detalla la jerarquía y los precios dentro del lugar: “La más cara —la de las francesas— era la cuarta cuadra; luego, hacia la tercera y la quinta, las tarifas declinaban hasta las putas viejas y miserables de la primera, ruinas humanas que se acostaban por dos o tres soles (las de la cuarta cobraban veinte)”.

Años después, el novelista regresó a la calle que inspiró su novela. Su hijo, Álvaro Vargas Llosa, compartió imágenes del reencuentro en sus redes sociales, mostró al Premio Nobel con una sonrisa pícara junto a la vía que antaño fue punto de encuentro de cadetes, escritores y personajes de la noche limeña.

El rechazo de los vecinos y el desalojo del barrio rojo

A medida que la ciudad creció, la presencia del barrio rojo generó cada vez más molestia entre los habitantes de La Victoria. Las denuncias por delincuencia y desorden se volvieron constantes. Las protestas de los vecinos no se limitaban a la actividad sexual en sí, sino también a la inseguridad y a la imagen que proyectaba el distrito.

El rechazo social aumentó y llegó a su punto máximo en la década de 1950, cuando las presiones llevaron al gobierno a tomar acción. En 1956, el presidente Manuel Prado Ugarteche ordenó un operativo para erradicar el prostíbulo del jirón Huatica. La intervención policial provocó la salida de las trabajadoras sexuales, quienes recogieron sus pocas pertenencias y se trasladaron a otros sectores de la ciudad.

(Kaveh Golestan)
(Kaveh Golestan)

Algunas de ellas se establecieron en la zona del cerro El Pino, cerca de la avenida México, donde continuaron con su labor en condiciones aún más adversas. La desaparición del prostíbulo de Huatica no significó la eliminación del comercio sexual, sino su dispersión y clandestinidad, agravó los problemas de explotación y violencia en otras partes de la ciudad.

La memoria de un barrio olvidado

Hoy, las siete cuadras que una vez formaron el prostíbulo más grande de Lima han cambiado su fisonomía. Comercios y viviendas ocupan el lugar donde antes se ubicaban burdeles y cantinas. Sin embargo, la historia de Huatica persiste en la memoria de quienes vivieron su auge y decadencia.

El caso del jirón Huatica es una muestra de cómo la ciudad ha intentado ocultar ciertos episodios de su historia. Lima ha cambiado, pero las mismas problemáticas que hicieron de este barrio un centro de violencia y exclusión social siguen presentes en otros rincones de la capital.

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