En los valles fértiles y las quebradas de los Andes peruanos, una fruta dulce y singular acompañó a las civilizaciones durante miles de años: el pacay. Este alimento, conocido también como pacae o guaba, no es solo una delicia refrescante, sino un símbolo de la conexión ancestral entre los peruanos y su tierra. Desde las manos de un agricultor en la costa norte hasta su representación en la cerámica prehispánica, este delicioso fruto cuenta una historia que se extiende desde el pasado más remoto hasta la actualidad.
Con su vaina alargada de color verde y su interior esponjoso y blanco, el pacay no solo destaca por su sabor, sino por su relevancia cultural. Fue parte de la dieta de las primeras comunidades del Perú y desempeñó un papel clave en la vida de culturas como los Moche y los Chimú. Incluso los incas lo consideraban un obsequio digno de sus gobernantes, como lo demuestra la crónica que relata cómo Atahualpa envió una canasta de pacay a Francisco Pizarro durante su primer encuentro. En este recorrido por su historia, se explora cómo esta fruta, aparentemente sencilla, fue un pilar en la gastronomía, la salud y las tradiciones del país.
Un fruto milenario en la historia del Perú
El consumo del pacay en el Perú tiene un origen que se remonta a miles de años. El Complejo Arqueológico El Brujo reporta que la evidencia más antigua de este fruto en el territorio peruano proviene del sitio de Nanchoc, en el valle de Zaña, Lambayeque. Aquí se encontraron restos de almidón de pacay en sarro dental de esqueletos fechados entre los años 7.142 y 5.802 a.C. Esto sugiere que la guaba no solo era parte de la dieta diaria, sino también un recurso importante en el desarrollo de las primeras comunidades del país.
Durante el periodo precerámico tardío, el fruto también se registró en otros sitios arqueológicos como Bandurria, Caral, Cerro Lampay y Salinas de Chao. En esa época, las sociedades construían los primeros centros ceremoniales y desarrollaban una relación estrecha con el entorno natural, incluyendo el cultivo y consumo de frutos como el pacay. Más adelante, culturas como Cupisnique, Paracas, Moche y Chimú inmortalizaron este alimento en sus representaciones cerámicas, reafirmando su relevancia en la vida cotidiana y ceremonial.
Un obsequio digno de reyes
En la época incaica, el pacay era considerado un regalo especial, como lo demuestra su inclusión en relatos de la conquista. Pedro Pizarro, hermano de Francisco Pizarro, relata que el inca Atahualpa envió al conquistador una canasta de pacay como muestra de hospitalidad. Este gesto subraya la importancia simbólica del fruto en la sociedad andina, donde los alimentos no solo cumplían una función nutricional, sino también un papel en las relaciones diplomáticas y sociales.
“Cuando los españoles llegaron, lograron identificar la importancia del pacay, logrando identificar su cultivo en los valles interandinos de la costa y sierra peruana. Tanto es así que Pedro Pizarro, hermano del conquistador, cuenta que Atahualpa envió a Francisco Pizarro una canasta de pacay como obsequio. Más tarde, el obispo de Trujillo en el virreinato del Perú, Baltasar Jaime Martínez Compañón, registró este fruto en su famosa obra Trujillo del Perú de Bernabé Cobo, a mediados del siglo XVI”, narran en la página oficial del Complejo Arqueológico El Brujo.
Un legado botánico y cultural
El pacay, cuyo nombre científico es Inga feuilleei, pertenece a la familia de las leguminosas. Su cultivo se extiende por diversas regiones de América Central y del Sur, pero en el Perú encuentra un lugar especial en los valles interandinos de la costa, la sierra y también en la selva. Según la filóloga Martha Hildebrandt, el término “pacay” deriva del quechua pakay o paqay, que significa “esconder”. Esta referencia podría aludir a la forma en que el fruto se encuentra oculto dentro de su vaina.
El Dr. Elmo León, del Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú, destaca que el pacay desempeñó un papel importante tanto en la alimentación prehispánica como durante la conquista. Las comunidades lo apreciaban no solo por su sabor, sino también por sus propiedades nutritivas y medicinales, muchas de las cuales siguen siendo valoradas hoy en día.
Propiedades y beneficios del pacay
El pacay es mucho más que una fruta dulce. Su capa blanca, que envuelve las semillas, tiene bajo poder calórico y es ideal para dietas enfocadas en la pérdida de peso. Además, es rica en fibras solubles e insolubles, lo que favorece la digestión y alivia problemas como el síndrome del colon irritable.
La semilla, a menudo subestimada, posee un alto contenido de antioxidantes, como ácido gálico, quercetina y epicatequina, que ayudan a prevenir el cáncer y enfermedades crónicas. También contiene micronutrientes esenciales coo magnesio, selenio y zinc, que fortalecen el sistema inmunológico. En algunas comunidades, las semillas se rallan y se agregan a platos y postres para potenciar su valor nutricional.
La corteza y las hojas del pacay también tienen usos medicinales. Su infusión puede aliviar dolores de cabeza y nerviosismo, mientras que la corteza cocida se emplea para tratar el reumatismo gracias a sus propiedades antiinflamatorias. En el caso del cabello, una preparación a base de semillas hervidas se aplica como tónico para prevenir su caída.
Hoy en día, el pacay sigue ocupando un lugar especial en la vida de los peruanos. Es común verlo en los mercados locales y supermercados como un snack refrescante y dulce. También es popular entre los niños y adultos, quienes disfrutan del reto de pelar las vainas para descubrir su contenido algodonoso.
El reto de cosechar pacay también forma parte de su encanto cultural. En las zonas rurales, es frecuente ver a personas utilizando palos con ganchos o lanzando piedras para derribar las vainas desde los árboles, que pueden alcanzar hasta 15 metros de altura.