Son pocas las canciones, después del Himno Nacional, que tienen tanta impronta peruana como ‘El Cóndor pasa’. Y es que a pesar de haber sido escrita hace más de 100 años, cada vez que alguien la escucha en cualquier parte del mundo, en lo primero que piensa es el Perú.
Pero desde su nacimiento hasta nuestros días, la historia de esta pieza musical, y la de su autor Daniel Alomía Robles, ha pasado por diversos capítulos que le llevaron la fama y reconocimiento que hoy ostenta.
El origen del artista
Nacido en el corazón de Huánuco, en el Perú, de 1871, Daniel Alomía Robles encontró en la música su brújula desde joven. Hijo de un inmigrante francés y una madre peruana, creció entre tradiciones y melodías andinas que marcaron su sensibilidad artística.
Enviado a Lima durante la adolescencia, cursó estudios en el Colegio Nuestra Señora de Guadalupe y se inició en las artes visuales, pero pronto volcó su atención al canto y la composición. Bajo la tutela de Manuel de la Cruz Panizo y Claudio Rebagliati, aprendió solfeo y exploró los cimientos musicales que definirían su carrera.
La curiosidad por las raíces culturales lo llevó inicialmente a la Universidad de San Marcos para estudiar medicina. Sin embargo, un viaje a la selva central para investigar plantas medicinales encendió su pasión por las melodías ancestrales. Cambió los bisturíes por partituras y emprendió un recorrido por los Andes, rescatando sonidos que dormían en el olvido.
Explorador de sonidos andinos
Desde los 24 años, Alomía Robles se convirtió en un viajero incansable que recorrió pueblos remotos y valles ocultos. En cada parada, recopiló canciones, leyendas e instrumentos que atesoraban la memoria de las culturas prehispánicas. Su colección, nutrida de melodías pentafónicas, documentó el alma musical de los Andes.
La zarzuela El Cóndor Pasa emergió como su obra cumbre en 1913, inspirada en estas expediciones. La pieza, con sonidos evocadores y narrativas andinas, capturó la majestuosidad de la naturaleza y la vida en las alturas.
Décadas más tarde, la melodía cruzó fronteras cuando el dúo Simon & Garfunkel la interpretó, proyectándola hacia el reconocimiento internacional.
Además de esta creación, su legado incluye óperas como Illa Cori, poemas sinfónicos como El amanecer andino y composiciones religiosas como la Misa de gloria. Su música, impregnada de identidad peruana, influyó en generaciones posteriores.
Reconocimiento internacional
En 1917, Robles partió hacia Nueva York, donde sus obras fueron grabadas en 24 discos por sellos como RCA Victor. En Estados Unidos, captó la atención de universidades y fundaciones, destacando su investigación sobre escalas musicales andinas. Incluso se propuso estrenar su ópera Illa Cori en la apertura del Canal de Panamá, pero el estallido de la Primera Guerra Mundial frustró los planes.
Durante su estancia en el extranjero, recibió apoyo de figuras como Edwin Franko Goldman y obtuvo reconocimiento de instituciones como la Universidad de Columbia y la Unión Panamericana en Washington. Su música fue valorada como un testimonio vivo de las raíces latinoamericanas.
A su regreso al Perú en 1933, Robles fue homenajeado y nombrado jefe de la sección de Bellas Artes en el Ministerio de Educación. Su legado fue revisado y celebrado por la Orquesta Sinfónica Nacional bajo la dirección de Theo Buchwald.
Herencia cultural y últimos días
En la cúspide de su trayectoria, Alomía Robles consolidó un repertorio de más de mil obras entre recopilaciones y composiciones originales. Su dedicación no solo rescató la música andina, también estableció una nueva perspectiva sobre la identidad cultural peruana.
Se casó con la pianista cubana Sebastiana Godoy, con quien tuvo diez hijos. Tras la muerte de Sebastiana, contrajo segundas nupcias con Carmela Godoy, hermana de su primera esposa, y formó una familia que dejó huella en las artes. Su hijo Armando Robles Godoy se destacó como cineasta y su nieta Marcela Robles como periodista.
Robles falleció en Chosica en 1942 a los 71 años, dejando inacabadas varias composiciones. Su obra, sin embargo, sigue viva. En 2004, El Cóndor Pasa fue declarado Patrimonio Cultural de la Nación y, en 2013, su partitura original fue restaurada y presentada nuevamente.
Daniel Alomía Robles no solo elevó la música andina a nivel internacional, sino que también estableció un puente entre el pasado y el presente. Su obra resuena como un canto eterno que atraviesa los Andes y las fronteras.