El silencio se rompe desde dentro. Kay Schmalhausen, obispo emérito de Ayavirí (Puno) y miembro del Sodalicio de Vida Cristiana (SCV) por 40 años, reveló su experiencia dentro del grupo religioso investigado por el Vaticano. En un artículo publicado en el portal Religión Digital, el exsodálite describe a la organización como una secta peligrosa, donde los abusos físicos, psicológicos y sexuales fueron sistemáticos durante su tiempo dentro de la institución. Asimismo acusa que, a pesar de ser obispo, altos cargos de la Curia del Vaticano desestimaron sus denuncias hacia su fundador, Luis Fernando Figari.
Schmalhaunsen confesó: “Sé perfectamente de lo que se habla cuando se describe al Sodalicio como una comunidad sectaria, como una jaula invisible de encierro mental, como una organización de dependencia y control. Con el abuso convertido en sistema, con una cultura interna tóxica, con comportamientos mafiosos, siempre actuando en la sombra y tras el trono. Un pulpo con tentáculos en todos los ámbitos de poder: eclesiásticos, financieros y civiles”.
“Manipulación, sometimiento y quiebre de la voluntad”
A los 14 años, Schmalhausen ingresó al Sodalicio con una fe intacta y la esperanza de servir a una causa noble. Sin embargo, lo que siguió fue una serie de abusos de poder que comenzaron a los pocos meses de su llegada. Esta cultura de violencia física, psicológica y sexual incluía un régimen de control extremo donde las reglas de la comunidad dictaban cada aspecto de la vida de los miembros, desde sus pensamientos hasta sus relaciones personales.
“A partir de mis 14 años -y hasta al menos los 25- sufrí los más diversos abusos, maltratos, humillaciones, burlas e insultos. Para la mayoría de las personas, inimaginables. Lo que quiero decir es que, en el rango de los abusos de los que se acusa al Sodalicio, no quedé libre de ninguno. Y todo esto comenzó a los pocos meses de mi vinculación como menor de edad, en casa de Alberto Gazzo, sodálite y luego exsacerdote. Conozco de primera mano las dinámicas de manipulación, sometimiento y quiebre de la voluntad.”
En 2013, Schmalhausen decidió denunciar al fundador y líder carismático de la institución, Luis Fernando Figari, y se chocó con la frialdad y la inacción de las autoridades eclesiásticas. El obispo menciona haber intentado múltiples vías para denunciar los abusos y la corrupción financiera dentro del Sodalicio, incluyendo comunicarse con altas esferas de la Iglesia en Perú, Roma y Boston, pero todas sus iniciativas resultaron en silencio y puertas cerradas. A lo largo del artículo destaca que, a pesar de ser obispo, sus denuncias no encontraron eco en estas instituciones. “Toda puerta tocada se convirtió para mí, a pesar de ser un obispo de la Iglesia, en puerta cerrada y sellada”.
En la actualidad, Luis Fernando Figari enfrenta acusaciones de abuso sexual, lesiones graves, secuestro y asociación ilícita. En agosto de este año, la Santa Sede lo expulsó tras una investigación que concluyó con “certezas adquiridas” las acusaciones de abuso sexual infantil, ordenándole vivir aislado al sur de Italia. Desde entonces, 14 miembros adicionales han sido expulsados de la organización por crímenes sexuales, algunos contra menores.
“El dinero compra conciencias”
El testimonio de Schmalhausen revela no solo el abuso que vivió personalmente, sino también un presunto entramado de corrupción financiera dentro del Sodalicio de Vida Cristiana. Describió cómo las autoridades de la organización coordinaron acciones delictivas, especialmente en relación con los fondos destinados a programas sociales. El obispo emérito puso especial énfasis en el control que Erwin Scheuch intentó ejercer sobre la Prelatura de Ayaviri y los recursos del Fondo Minsur, descubriendo años después los malos manejos de grandes sumas de dinero por parte de los líderes de la comunidad.
“Conocí de primera mano la malicia de las autoridades de mi otrora comunidad. Los vi coordinar y organizar a escondidas, con absoluta impunidad, decisiones y acciones delictivas (...) Y es que, si hablamos de los posibles mil millones de dólares en cuentas offshore y a nombre de testaferros (da pena decirlo de una institución religiosa), el dinero significa poder, y el poder es capaz de comprar conciencias y decisiones sobre personas e instituciones.”
Un llamado a la transparencia
A lo largo de los años, el Sodalicio ha admitido al menos 67 víctimas de abuso, aunque se estima que el número real podría superar el centenar. El Vaticano también ha tomado medidas contra el imperio empresarial del Sodalicio, que según Schmalhausen, ha operado como “un pulpo con tentáculos en todos los ámbitos de poder”, incluyendo sectores eclesiásticos, financieros y civiles. Las denuncias sobre el Sodalicio continúan siendo investigadas, y el Papa Francisco ha mostrado su apoyo a los periodistas que han destapado el escándalo, dejando entrever la posibilidad de la disolución de la organización religiosa.
A pesar de las adversidades, Schmalhausen sigue comprometido con la Iglesia y llama a romper el silencio cómplice que permitió los abusos. Propone transparencia, integridad y rendición de cuentas como pasos fundamentales para cambiar la cultura de impunidad:
“Puedo decir hoy con cierta paz espiritual que amo este tesoro, que amo al Señor y amo a la Iglesia. Pero seamos honestos, callar no ayuda a nadie. En consecuencia, las autoridades en la Iglesia deberíamos ser los primeros en romper el silencio”.