En el Perú, un país de profundas desigualdades, una figura ha conquistado el corazón de las masas sin importar su condición. Conocida por sus acciones desinteresadas y una fe inquebrantable, Sara Colonia Zambrano es hoy una de las santas populares más veneradas.
Sin reconocimiento oficial de la Iglesia católica, su imagen ha emergido como un símbolo de esperanza y protección para aquellos que enfrentan la adversidad.
Nacida el 1 de marzo de 1914 en el humilde barrio de Belén, en Huaraz, Sara fue la mayor de tres hermanos. Desde muy joven, demostró una fuerte espiritualidad y un sentido de responsabilidad que marcarían su breve pero impactante existencia. Su vida estuvo llena de retos, pero también de actos de bondad que dejaron una huella imborrable en quienes la conocieron.
Una niñez de sacrificios y cambios
Sara creció en una familia con recursos limitados. Su padre, carpintero, y su madre enfrentaban dificultades económicas que se intensificaron cuando la salud de Rosalía, su madre, comenzó a deteriorarse.
En busca de mejores condiciones, la familia se trasladó al Callao en 1924. Este puerto, que representaba un lugar de oportunidades para muchos, fue también escenario de arduos sacrificios para los Colonia Zambrano.
La mudanza, sin embargo, no trajo los resultados esperados. Tras unos años, Rosalía falleció, dejando a Sara con la tarea de cuidar a sus hermanos menores. En medio de estas dificultades, Sara abandonó sus estudios en el colegio Santa Teresa, truncando su sueño de convertirse en religiosa. Desde entonces, su vida giró en torno al trabajo y a la familia, desempeñándose en diversos oficios para sostener a los suyos.
De Huaraz al Callao
Tras regresar brevemente a Huaraz después de la muerte de su madre, Sara decidió regresar al Callao, donde encontró empleo como niñera y luego como vendedora en mercados locales. Su vida se desarrolló en un contexto de esfuerzo constante, pero también de una entrega desinteresada hacia quienes la rodeaban.
En el Callao, una comunidad de trabajadores portuarios comenzó a identificarla como una figura de bondad y generosidad. Sin importar su propia situación económica, Sara era conocida por compartir lo poco que tenía, ya fuese un plato de comida o palabras de consuelo.
El 20 de diciembre de 1940, con solo 26 años, Sara falleció. Aunque los registros oficiales señalan el paludismo como causa de muerte, existen versiones que atribuyen su fallecimiento a un accidente o incluso a circunstancias violentas. Fue enterrada en una fosa común en el Cementerio Baquijano del Callao, un acto que marcó el inicio de su transformación en una santa popular.
Nace un culto
La devoción por Sara Colonia comenzó poco después de su muerte. Su padre colocó una cruz en el lugar donde descansaban sus restos, atrayendo a conocidos y extraños que aseguraban haber recibido favores por su intercesión. Con el tiempo, su tumba se convirtió en un punto de reunión para personas de todas las procedencias.
Entre las décadas de 1960 y 1970, el culto a Sarita Colonia ganó un impulso significativo, especialmente entre sectores marginalizados como estibadores, madres solteras y pequeños comerciantes. Incluso miembros del hampa comenzaron a venerarla, viéndola como una protectora en su peligrosa vida.
En este período, sus devotos construyeron una capilla en el cementerio, utilizando sus propios recursos. Este espacio, sencillo, pero lleno de significado, se convirtió en un refugio espiritual para quienes buscaban esperanza en medio de sus dificultades.
A pesar de los años
Hoy en día, la figura de Sarita Colonia sigue siendo objeto de una profunda veneración popular. Cada 1 de marzo y 20 de diciembre, fechas que conmemoran su nacimiento y muerte, cientos de personas se congregan en su capilla para rendirle homenaje. Las ofrendas incluyen desde flores y velas hasta joyas y placas de agradecimiento.
Su imagen, inmortalizada en estampas y esculturas, también ha inspirado expresiones artísticas en música y literatura. Canciones de grupos como Los Mojarras y artistas vernáculos han perpetuado su historia, mientras que miniseries y documentales han explorado su impacto cultural.
Sarita Colonia no solo representa un fenómeno de fe, sino también un testimonio del poder de la solidaridad y la resistencia en una sociedad marcada por la desigualdad. Aunque su culto no cuenta con el aval de la Iglesia, su legado sigue creciendo, reafirmándola como un símbolo de esperanza para quienes buscan consuelo en su historia.