Con el paso del tiempo, el jirón Angaraes, en el popular barrio de Monserrate, se ha convertido en un testimonio vivo de la evolución de Lima a lo largo de los siglos. Desde sus inicios como una pequeña calle colonial hasta su expansión posterior a la guerra con Chile, Angaraes se convirtió en un punto clave del desarrollo limeño.
Este jirón, originalmente compuesto por tres cuadras, se extendió tras la guerra del Pacífico, cuando las huertas de la zona cedieron paso a nuevas construcciones que marcarían el crecimiento urbano.
La calle conserva una rica herencia arquitectónica y cultural. En la actualidad, se pueden ver desde casas coloniales hasta edificaciones del siglo XX que siguen siendo testigos de la transformación de Lima. Sin lugar a dudas, cada cuadra del Jirón Angaraes cuenta una parte fundamental de la historia de la ciudad.
Un particular inicio
La primera cuadra de Angaraes, conocida como el Callejón de los Pericotes, es un lugar que carga consigo una particular anécdota. Se cree que su nombre proviene de los roedores que se encontraban en la zona.
Sin embargo, el paso del tiempo le dio una nueva relevancia. En este tramo, un alemán de apellido Jürgen abrió una caballeriza que convirtió a este rincón en un punto de encuentro para limeños que necesitaban alquilar caballos.
La segunda cuadra de Angaraes es testigo de la historia política y cultural de Lima. En ella se encuentra una casa que perteneció a Luis Gallo Porras, un destacado político que ejerció funciones como alcalde de la ciudad (hasta tres veces) y vicepresidente del Perú.
Esta casa, además, se convirtió en un centro neurálgico para el comercio en la zona, ya que en sus dependencias funcionaban pulperías, sastrerías y, curiosamente, una fábrica de chocolates. La cercanía con el canal de Monserrate permitió que empresarios aprovecharan la fuerza hidráulica para mover sus máquinas, impulsando la actividad comercial de la zona.
Cambio a la modernidad
La tercera cuadra del jirón Angaraes es un claro ejemplo de la transición hacia la modernidad en la ciudad. En 1938, en este sector se construyó la Casa Obrera, un importante complejo habitacional diseñado por el arquitecto Rafael Marquina, conocido por sus trabajos en varios edificios de la capital.
Este complejo no solo marcó un hito en la arquitectura limeña, sino que también tuvo un impacto social, pues albergó a obreros que trabajaban en las industrias cercanas.
La cuarta cuadra de esta calle es testigo del inicio de la era republicana en Lima, con viviendas multifamiliares que reflejan el crecimiento urbano de la época.
En este sector destaca un restaurante tradicional: el Tío Candela, famoso por su pescado frito, que ha sido un ícono de la gastronomía limeña durante más de 60 años. Su presencia en esta cuadra no solo muestra el crecimiento comercial, sino también la importancia de mantener vivas las tradiciones culinarias de la ciudad.
En la quinta cuadra, la historia comercial continúa con la presencia de la Farmacia Universal, inaugurada en 1934. Esta farmacia, una de las primeras en Lima, conserva la tradición de los boticarios que preparaban medicamentos a mano. La farmacia no solo es un lugar de referencia para los limeños, sino que también es un símbolo del compromiso con la salud pública que ha marcado la evolución de la ciudad.
Música y jarana
Esta popular calle del Centro de Lima es también un sitio cargado de música y tradición. En la sexta cuadra, creció la cantante criolla Cecilia Bracamonte, un referente de la música peruana. Aunque la casa donde vivió ya no existe, la zona sigue siendo un centro de cultura y recuerdos para quienes vivieron la época dorada de la música criolla en Lima.
A pocos metros de allí, la antigua botica de Julio César Alvarado, locutor y promotor de la música criolla en los años 50, se convierte en un punto de interés para los amantes de este género musical.
La arquitectura del siglo XX también tiene su espacio en el Jirón Angaraes. La séptima cuadra alberga el antiguo cine Folie Rouge, un lugar que destacaba por su elegancia y la calidad de sus instalaciones.
Aunque el cine fue reconstruido tras un incendio y cambió de nombre a Cine Venecia, sigue siendo un referente del pasado. Hoy en día, el lugar se encuentra cerrado, pero su legado como punto de encuentro cultural sigue presente en la memoria de los limeños.
Cada cuadra del Jirón Angaraes es un reflejo de la evolución de Lima, una ciudad que ha sabido adaptarse a los cambios, sin perder de vista sus raíces y tradiciones.