La última de las batallas que lo decidió todo para el bando patriota. Teniendo como escenario principal la Pampa de Quinua (ubicado a más de 3,400 metros sobre el nivel del mar, cerca de Ayacucho, Perú) esta victoria marcó el destino de Sudamérica y puso fin a siglos de dominio colonial.
Este hecho histórico, ocurrido el 9 de diciembre de 1824, producto de semanas de maniobras militares en la imponente cordillera andina, fue el resultado de una serie de estrategias y contratiempos que dejaron huella en ambos bandos y que consolidó la emancipación del Perú y otros nuevos estados del continente.
Los previos
Tras la derrota del ejército realista en Junín, el virrey José de la Serna convocó a Gerónimo Valdés desde Potosí, quien llegó a marchas forzadas con refuerzos.
Reunidos en el Cusco, los líderes monárquicos optaron por evitar un ataque directo debido a la precaria preparación de sus tropas, compuestas en gran parte por campesinos reclutados recientemente.
En su lugar, cruzaron el río Apurímac, intentando cortar las líneas de suministro del general Antonio José de Sucre, lo que derivó en continuas marchas y contramarchas entre ambos ejércitos.
El choque en Corpahuaico, también conocido como Matará, se saldó con una victoria táctica para los realistas. A pesar de sufrir solo 30 bajas, infligieron severas pérdidas al Ejército Unido, dejando a los patriotas sin gran parte de su artillería y municiones.
No obstante, Sucre logró mantener el orden entre sus filas y evitó que el virrey explotara esta ventaja, replegándose hacia posiciones seguras como el campo de Quinua.
Todos unidos
En el lado patriota, el Ejército Unido contaba con fuerzas multinacionales. Además de los peruanos, destacaban unidades como el batallón Rifles, formado mayoritariamente por británicos, y veteranos de las guerras napoleónicas y la independencia estadounidense.
La variedad en la experiencia militar fue crucial para resistir las adversidades de la campaña, que incluía deserciones y enfermedades que mermaron las filas de ambos bandos.
Para los realistas, la situación era crítica. Aunque ocupaban una posición ventajosa en el cerro Condorcunca, la escasez de alimentos amenazaba con disolver sus fuerzas en pocos días. La necesidad de actuar los llevó a un enfrentamiento decisivo en la pampa de Ayacucho.
El balance de fuerzas era ajustado. Registros de la época sugieren que los patriotas contaban con 6,783 efectivos y los realistas con 6,906, con diferencias en la composición y el armamento.
Los patriotas, aunque con menor número de piezas de artillería, se mostraron decididos. Sucre arengó a sus tropas destacando el impacto histórico de la jornada: “De los esfuerzos de hoy depende la suerte de América del Sur”.
A sus posiciones
Mientras los realistas intentaron organizar su ataque desde las quebradas, los patriotas desplegaron una línea angular, distribuyendo unidades colombianas, peruanas y chilenas bajo el mando de generales como José María Córdova y José de La Mar.
Por su parte, el virrey La Serna encabezó un contingente compuesto principalmente por soldados locales, reforzado por europeos que habían llegado durante los últimos años del virreinato.
El terreno accidentado y la determinación de ambos bandos definieron un combate que, aunque breve, fue feroz. Las acciones en la pampa de Ayacucho no solo consolidaron la independencia del Perú, sino que sellaron el destino de las fuerzas monárquicas en Sudamérica.
La hora de la verdad
La batalla, que se extendió por alrededor de tres horas, inició con una carga agresiva de los realistas desde el flanco izquierdo, buscando desestabilizar el centro patriota.
Sin embargo, las tropas de Córdova lograron resistir y contraatacar con tal ímpetu que el avance realista fue contenido rápidamente. Su grito de guerra, “¡Paso de vencedores!”, resonó en la pampa como un símbolo de la resolución independentista.
La confusión reinó en las filas realistas cuando el virrey La Serna fue herido y capturado. Este golpe moral resultó devastador, desarticulando su liderazgo. Las tropas restantes, bajo el mando de jefes menores, intentaron mantener la formación, pero el embate patriota fue abrumador.
El general Sucre, desde su posición estratégica, supo capitalizar el caos enemigo, ordenando un avance general que terminó por desmoronar las líneas monárquicas.
La rendición realista fue formalizada al final de la jornada mediante la firma de la Capitulación de Ayacucho. Este documento no solo reconocía la victoria patriota, sino que también estipulaba la evacuación de las tropas españolas restantes del territorio peruano. Con ello, se selló el fin de la presencia colonial en Sudamérica.
La importancia de la victoria
La trascendencia de la batalla no solo se mide por su impacto político y militar, sino también por su simbolismo. Ayacucho se convirtió en un emblema de la resistencia y la unidad continental.
Los sacrificios de miles de soldados, muchos de ellos anónimos, dieron paso a la consolidación de repúblicas libres y soberanas en el continente.
Hoy, dos siglos después, la pampa de Ayacucho sigue siendo un lugar de memoria histórica. Cada año, ceremonias conmemorativas reúnen a peruanos y visitantes de otras naciones para rendir homenaje a quienes hicieron posible la libertad de América del Sur.
Esta batalla, recordada como la culminación de años de lucha, continúa inspirando a generaciones con su lección de valentía y esperanza en el futuro.