Un hombre entrenado para la guerra, maestro de la infiltración y dedicado a desarticular las redes del terror, logró cambiar el rumbo de los enfrentamientos internos en el Perú.
Este militar, cuya vida quedó envuelta en misterio y valentía, llevó a cabo una de las misiones más riesgosas de la lucha antisubversiva en el país. Nacido en Lima el 20 de julio de 1951, José Colina dejó una huella imborrable en la historia del combate al terrorismo.
Nacido para las armas
Hijo de Zoila Teresa Gaye y del general Juan Federico Colina, su infancia estuvo marcada por la influencia militar. Su padre, un destacado oficial del arma de infantería que luego migró al servicio de material de guerra, sentó las bases de su carrera futura.
Colina completó sus estudios escolares en el prestigioso colegio Maristas San Isidro, salvo dos años en Francia, debido a la designación de su padre como agregado militar en París. En 1972, ingresó a la Escuela Militar de Chorrillos y dos años después recibió una beca para la Escuela de las Américas, en Panamá.
Allí, perfeccionó técnicas de combate y estrategias contrainsurgentes bajo la supervisión de expertos estadounidenses. Graduado como subteniente de Infantería en 1975, Colina se integró a las fuerzas militares peruanas con la promoción Teniente Coronel Juan Bautista Zubiaga.
Del conflicto al sacrificio
Su experiencia en el conflicto del falso Paquisha, en 1981, le otorgó habilidades estratégicas que lo posicionaron como un candidato ideal para la formación en inteligencia militar. Ese mismo año, se capacitó en el curso básico de inteligencia del Ejército, herramienta clave que lo conectaría con misiones encubiertas.
El inicio de la lucha armada en Perú exigía estrategias audaces. La inteligencia militar necesitaba infiltrar las filas del enemigo, tarea que recaería en un selecto grupo de oficiales.
Colina fue uno de los elegidos para esta operación clandestina, destacándose por su determinación. Argumentó no tener vínculos familiares que lamentarían su ausencia, convenciendo a sus superiores de que era el indicado para la misión.
Una identidad fabricada para vencer
Bajo una identidad falsa, Colina se introdujo en las redes de Sendero Luminoso. En Ayacucho, logró obtener la confianza de sus miembros al participar en ataques y reuniones, acciones necesarias para demostrar su lealtad.
Su labor permitió identificar a líderes clave y recopilar información vital, incluida la estructura de la célula sur, responsable de atentados en Arequipa y Cusco.
Uno de sus métodos para transmitir información al Ejército fue dejar mensajes en puntos específicos. En un caso documentado, escondió detalles cruciales bajo la almohada de un hotel en Andahuaylas, donde sus contactos recuperaron la información. En otro episodio, entregó datos clave en un papel a un agente encubierto en un autobús.
Un final trágico
En 1984, Colina asumió una nueva identidad y fue enviado a Tingo María, región clave para las operaciones antiterroristas. Su misión lo llevó al distrito de Jivia, donde debía infiltrarse y recopilar datos sobre las actividades subversivas. Sin embargo, un fatal malentendido marcó el fin de su carrera y su vida.
La versión más aceptada narra que Colina y otro agente, disfrazados de civiles, portaban una bandera con el símbolo senderista como parte de su encubrimiento. Al ingresar a la plaza, una patrulla militar los confundió con terroristas y abrió fuego. En otro relato, se afirma que su actitud sospechosa dentro de una instalación militar desencadenó un forcejeo que terminó en disparos. José Colina murió el 11 de noviembre de 1984.
Su sacrificio, aunque trágico, simbolizó la entrega total a la defensa de su nación. Ascendido póstumamente a mayor y condecorado por sus méritos, su legado persiste en la memoria de quienes comprenden la magnitud de su valentía.
Tras su muerte, y en medio de la lucha antisubversiva que todavía se libraba en el Perú, el Estado creó una unidad de inteligencia para ponerle fin a este flagelo. Así fue como uno de los miembros del equipo liderado por Santiago Martín Rivas propuso el nombre del oficial caído a manera de homenaje. Sin embargo, este siempre fue de manera informal, pues, al ser una unidad de inteligencia, no podían tener un nombre oficial.