Las calles que alguna vez fueron símbolo de la grandeza incaica y colonial hoy reflejan un panorama preocupante. En el centro histórico del Cusco, reconocido como Patrimonio Cultural de la Humanidad, el desorden y los excesos han tomado protagonismo, encendiendo alarmas sobre el riesgo de que la ciudad pierda su estatus ante la UNESCO.
El centro histórico, hogar de imponentes muros incas y angostas calles coloniales, enfrenta una transformación negativa. Declaraciones de residentes, turistas y autoridades exponen una realidad que ensombrece la imagen de la Ciudad Imperial que fueron captadas por un informe de Cuarto Poder.
“Es indignante lo que está pasando. Todos los días amanecemos con basura, vómitos y paredes manchadas de orines. Estas calles, que alguna vez eran un orgullo, hoy parecen cualquier cosa menos un patrimonio”, señaló Manuel Amat, un cusqueño que camina a diario por CoriCalle, la antigua calle del Oro.
Las noches en Cusco se han convertido en un problema recurrente. Discotecas clandestinas disfrazadas de restaurantes operan sin control, vendiendo alcohol sin licencia y alterando la tranquilidad del centro. Juvenil Zereceda, gerente de Desarrollo Urbano de la Municipalidad de Cusco, explicó que estas actividades prosperan debido a amparos legales otorgados por el Poder Judicial.
“Estos señores logran medidas cautelares que les permiten seguir operando a pesar de nuestras clausuras. Es inconcebible que instituciones judiciales favorezcan este tipo de negocios que destruyen nuestro centro histórico”, comentó la autoridad.
Una amenaza directa al turismo
El caos no solo afecta a los residentes, sino también a los turistas que llegan buscando la majestuosidad del Cusco. Aquellos que se hospedan en calles como Suecia y Procuradores se encuentran con gritos, peleas y actos vandálicos desde altas horas de la noche hasta el amanecer.
El impacto de esta problemática también recae sobre los negocios formales. Betsy Quispe, administradora de un hotel a pocos metros de la Plaza de Armas, afirmó que su establecimiento ha perdido reservas debido al ruido y la inseguridad.
“Invertimos más de 80 mil dólares en ventanas antirruido y puertas dobles para intentar controlar el impacto, pero es imposible. Esto no solo afecta nuestras ganancias, también la imagen de Cusco como destino turístico”, expresó.
El problema trasciende el ámbito nocturno. Miguel Ángel Núlez, director del colegio histórico San Francisco de Borja, manifestó su preocupación por el entorno que enfrentan sus estudiantes al salir de clases.
“Estamos rodeados de jóvenes borrachos, gente drogándose en plena calle y chicas tiradas esperando que alguien las recoja. Esto contradice por completo los valores que intentamos inculcar en los niños. Pareciera que no hay interés por proteger nuestra historia ni nuestra comunidad”, afirmó Núlez.
El riesgo de perder un legado
Ronald Peralta, arquitecto y defensor del patrimonio cusqueño, advirtió que Cusco está cerca de ingresar en la lista de ciudades en peligro de perder su calidad patrimonial. La acumulación de problemas, desde los actos vandálicos hasta la falta de control sobre el uso del espacio histórico, podría tener consecuencias irreversibles.
“El Cusco está a punto de entrar en la lista de ciudades en peligro de perder su calidad de patrimonio”, señaló.
Un desafío que supera a las autoridades
La Municipalidad del Cusco realiza clausuras semanales en discotecas clandestinas. Sin embargo, el problema persiste debido a las trabas legales y a la permisividad de los entes judiciales. Este conflicto entre el derecho al trabajo y la protección del patrimonio pone en evidencia la falta de soluciones efectivas.
“Cerramos de dos a tres discotecas por semana, pero siempre reaparecen. Algunas logran reabrir sus puertas gracias a medidas cautelares, y otras simplemente se mudan a otro local cercano”, explicó Zereceda.
Mientras tanto, los residentes del centro histórico viven una realidad desgastante. Rudy Béjar, propietaria de un hospedaje cercano a la Plaza de Armas, expresó su frustración:
“Ya no es un privilegio vivir aquí, es un calvario. No podemos dormir, no podemos trabajar tranquilos. Este lugar que debería ser un reflejo de nuestra historia se está convirtiendo en algo irreconocible”, lamentó Béjar.