Uno de los primeros gritos que de libertad que se dio en el Perú, mucho antes de la independencia de 1821, lo dio Túpac Amaru cuando dio inicio a su gran rebelión.
Y esta no pudo comenzar de la mejor manera, pues el 18 de noviembre de 1780, en el pueblo de Sangarará, ubicado al norte de Tinta (Cusco), se libró la primera batalla crucial de este movimiento.
En este enfrentamiento, las fuerzas rebeldes lograron una victoria decisiva sobre el ejército colonial español, dando inicio a una serie de combates que marcarían un hito en la lucha por la independencia del Perú.
El contexto de la rebelión
La revuelta de Túpac Amaru II comenzó el 4 de noviembre de 1780, impulsada por el rechazo a las políticas de explotación que sometían a la población indígena del Virreinato del Perú.
El líder indígena, que había ascendido al liderazgo de los pueblos originarios, se levantó en armas con el objetivo de abolir la mita, los impuestos, los repartos y la injusticia social que afectaba a su gente.
Con la captura y ejecución del corregidor de Tinta, Túpac Amaru aprovechó para declarar la abolición de la esclavitud el 16 de noviembre, lo que generó un fuerte impacto en el Cusco y sus alrededores.
En respuesta a la creciente amenaza rebelde, el ejército realista, comandado por Tiburcio Landa y el corregidor Fernando de Cabrera Peinado, se movilizó con un contingente considerable. Este ejército se desplazó hacia Sangarará, un pequeño pueblo de montaña, donde se refugiaron en la iglesia del lugar para hacer frente a los insurgentes.
La lucha por la supervivencia
En la madrugada del 18 de noviembre, las fuerzas de Landa se encontraron rodeadas por los rebeldes, que superaban en número y estrategia a los realistas.
Túpac Amaru, con un ejército de alrededor de 6,000 hombres, buscó evitar la matanza y ofreció a los soldados realistas una rendición honorable, respetando sus vidas. Sin embargo, la negativa del corregidor Cabrera a rendirse dio inicio a un enfrentamiento que sería sangriento y devastador.
Los rebeldes, sin esperar mucho tiempo, iniciaron el ataque desde el cementerio adyacente a la iglesia, usando piedras y fusiles con gran precisión. Los realistas, atrapados dentro del edificio, intentaron defenderse con lo que tenían a mano, pero las limitaciones del espacio y la rapidez de la ofensiva rebelde pronto los pusieron en una situación desesperada.
La batalla se intensificó cuando una explosión de pólvora encendió el techo de la iglesia, causando el derrumbe de una pared y la muerte de muchos soldados. El caos reinaba dentro del templo, mientras los rebeldes continuaban con el asedio, arrojando piedras y utilizando sus armas con efectividad.
Victoria rebelde
Después de seis horas de combate, la resistencia de los realistas se hizo insostenible. A medida que el fuego se apoderaba del techo de la iglesia, los soldados de Landa intentaron escapar, pero fueron alcanzados por los rebeldes, quienes los atacaron a palos y con piedras.
La derrota fue aplastante para los coloniales, con un saldo de más de 500 muertos, incluyendo soldados españoles y criollos. Los rebeldes, por su parte, sufrieron bajas mínimas, con menos de veinte muertos en combate.
El informe del capellán realista Juan de Mollinedo, quien fue capturado, relata con detalles la magnitud de la derrota. Según su testimonio, varios de los soldados fueron quemados en el incendio provocado por la explosión, mientras que otros perecieron bajo los escombros del edificio.
A pesar de la carnicería, los rebeldes mostraron un comportamiento humanitario con los prisioneros, liberando a varios criollos heridos.
Un golpe a la autoridad colonial
La victoria en Sangarará representó un golpe certero para el ejército colonial, pero también para la autoridad imperial española. La batalla mostró la creciente organización y fuerza de los insurgentes, que no solo estaban luchando por sus derechos, sino también por la liberación de sus pueblos.
Esta victoria aumentó la moral de los rebeldes y encendió la chispa de la revolución en otros territorios del virreinato.
La respuesta de los realistas no se hizo esperar. Mientras los insurgentes avanzaban, las autoridades coloniales en Cusco tomaron medidas para reunir más recursos y tropas para sofocar la rebelión.
En ese contexto, el obispo de Cusco, Moscoso y Peralta, organizó el envío de dinero y recursos para levantar un ejército capaz de frenar el avance rebelde. Sin embargo, la fuerza de la rebelión liderada por Túpac Amaru II ya era imparable.
El impacto de la rebelión en la sociedad colonial
La Gran Rebelión de Túpac Amaru II trascendió las fronteras del Cusco, convirtiéndose en un símbolo de la resistencia indígena frente a la opresión colonial.
Aunque la lucha no fue homogénea y contó con la participación de diversos grupos sociales, como mestizos y criollos, la rebelión se centró en la reivindicación de los derechos de los pueblos indígenas, quienes vieron en Túpac Amaru un líder capaz de desafiar el poder colonial.
El hecho de que la rebelión lograra reunir a miles de indígenas armados fue un indicativo del descontento generalizado y el deseo de cambio que se vivía en los Andes.
La batalla de Sangarará, como primer gran enfrentamiento de esta insurrección, dejó claro que la opresión de siglos no sería fácilmente olvidada ni derrotada.
Aunque el curso de la guerra llevaría eventualmente a la captura y ejecución de Túpac Amaru II, su figura se erigió como un faro de lucha por la justicia y la igualdad, marcando el camino para futuras rebeliones en el continente.
Este episodio de la historia peruana no solo refleja la determinación de un líder indígena, sino también la resistencia colectiva de aquellos que anhelaban la libertad. A través de esta lucha, Sangarará se convirtió en un símbolo de la búsqueda de la justicia en una sociedad profundamente desigual.