La inseguridad en Perú no se detiene. De acuerdo con un reciente informe de la Dirección de Inteligencia (DIRIN) de la Policia Nacional del Perú, entre enero al 7 de noviembre de 2024, se han registrado 1.843 homicidios, en los que se detallan: 956 por sicariato, 522 por homicidio calificado, 145 por homicidio simple, 121 por robo seguido de muerte, 85 feminicidios y 14 casos clasificados como otros delitos.
Por otro lado, el informe detalla que ese mismo periodo de tiempo hubieron 2.194 muertos por accidentes de tránsito, 16 mil 204 casos de extorsión. Esto sumado a la creciente percepción de inseguridad por parte de la ciudadanía pese a las medidas del Gobierno muestran un panorama preocupante que podría afectar a los niños y adolescentes.
La creciente ola de violencia y criminalidad en las calles, sumada a la constante exposición de los menores a noticias violentas, está afectando profundamente el bienestar emocional de niños y adolescentes en el país. Expertos alertan que los menores no solo sufren de ansiedad y miedo, sino que también podrían normalizar actitudes violentas y perder sensibilidad hacia los demás, poniendo en riesgo su desarrollo social y emocional.
Inseguridad daña la salud mental de los menores
La Dra. Jullissa Castro de Escalante, médico psiquiatra especializada en niños y adolescentes del Hospital Víctor Larco Herrera, señaló en una entrevista con Infobae Perú que una sociedad expuesta a la criminalidad y la violencia puede generar en los menores una visión anárquica del mundo y un constante sentimiento de peligro. Esto afecta emocionalmente a los niños, lo que podría desencadenar trastornos mentales.
“En una sociedad expuesta a la violencia y al crimen, los menores pueden desarrollar una visión anárquica del mundo, caracterizada por un constante sentimiento de incertidumbre. Esta sensación de peligro afecta emocionalmente a los niños y, a largo plazo, puede tener consecuencias graves para su salud mental. El hecho de crecer en un entorno inseguro puede desencadenar trastornos de ansiedad, entre otros problemas psicológicos. Además, podría favorecer la aparición de conductas sociopáticas en los jóvenes, como la normalización de la violencia.”, explicó
En ese sentido, la especialista menciona que es importante estár atentos a ciertos síntomas característicos en niños o adolescentes que pueden estar siendo afectados por algún tipo de violencia física, psicológica o sexual. Además, dichos cambios pueden tener consecuencia en su aprendizaje.
“Un niño expuesto a violencia puede mostrar síntomas como irritabilidad, aislamiento, cambios en el apetito, problemas para dormir, retroceso en su rendimiento académico y regresiones en habilidades previas, como mojar la cama. Estos signos indican que el niño podría estar siendo afectado por el entorno violento en el que vive”, explicó.
La psicóloga Carla Anampa Escriba, consultada por este medio, coincide con la Dra. Castro y señala que, además de los síntomas mencionados, otras señales preocupantes pueden incluir agresividad, miedo o ansiedad extrema. Por ello, sugiere que es fundamental que los padres estén atentos a estos comportamientos y busquen ayuda si los detectan.
Menores pueden volverse insensibles a la violencia
La médico psiquiatra advierte que la sobreexposición de los menores a hechos violentos en los medios de comunicación puede hacer que los niños y adolescentes normalicen estos comportamientos, al no reaccionar ante ellos. Además, señala que el aumento de la criminalidad en el país fomenta en la ciudadanía respuestas agresivas frente a estos hechos, lo que podría llevar a los jóvenes a percibir la violencia como algo justificado para resolver sus problemas. A largo plazo, esto podría resultar en que las nuevas generaciones sean más propensas a adoptar conductas violentas.
“Este entorno afecta la estructura cognitiva de los menores, quienes pueden crecer pensando que es aceptable usar la violencia en circunstancias “justificadas”. Esto es preocupante, ya que estamos educando a las nuevas generaciones en la violencia. Así, muchos jóvenes crecen con poca empatía, insensibilidad y, a menudo, con resentimiento hacia los demás, lo que puede dar lugar a comportamientos violentos”
En ese sentido, explica que es importante estar atentos, ya que la exposición a estos entornos puede provocar cambios en el comportamiento de los jóvenes, llevándolos a adoptar actitudes desafiantes, rebeldes y opositoras.
Por su parte, Anampa Escriba explica que, aunque los menores son naturalmente más sensibles y empáticos ante el sufrimiento ajeno, la exposición frecuente a la violencia, ya sea en las noticias, en el vecindario o fuera de él, puede llevarlos a normalizarla o insensibilizarse. Esto puede manifestarse en desinterés por estas situaciones, una baja reacción emocional ante sucesos graves e, incluso, en la imitación de conductas violentas.
Percepción de inseguridad afecta a la empatía y aprendizaje
De acuerdo con la especialista del Hospital Larco Herrera, un entorno superado por la inseguridad y el crimen puede afectar el desarrollo de habilidades fundamentales, como la empatía. Aunque los niños y jóvenes sepan que deben ser empáticos, vivir constantemente en una posición defensiva, producto de la desconfianza y el miedo, dificulta mantener una empatía adecuada con los demás.
“La sociedad, al fomentar un estado constante de alerta, interfiere con la capacidad de los jóvenes para ponerse en el lugar del otro. A largo plazo, esto dificulta la empatía, no solo por la exposición a escenas violentas, sino también porque la inseguridad social promueve el aislamiento, lo que reduce las interacciones sociales y agrava la falta de empatía”, explicó
Castro señala que vivir en un entorno inseguro genera en los menores una constante sensación de miedo y estar siempre a la defensiva. Esta sensación de peligro mantiene al organismo en un estado de alerta que finalmente afecta su concentración y en consecuencia su aprendizaje.
“Los niveles elevados de cortisol, causados por vivir en un entorno inseguro, afectan la concentración y la atención de los menores, ya que para poder enfocarse es necesario estar tranquilos y con plena conciencia. El temor constante de que haya armas en su colegio, escuchar disparos en la calle o enfrentarse a situaciones relacionadas con las noticias de crímenes violentos que ven en televisión, les impide concentrarse en sus estudios. Como resultado, su rendimiento académico se ve afectado, lo que provoca una disminución en sus notas”.
Inseguridad puede provocar ansiedad u otros transtornos
La psiquiatra señala que la percepción de inseguridad puede provocar trastornos en los menores, quienes se encuentran en un constante estado de alerta. Este estado, a su vez, genera miedo e incertidumbre, lo que afecta su bienestar emocional.
El miedo genera incertidumbre, lo que puede dar lugar a trastornos de ansiedad, como la ansiedad de separación, la fobia social, la fobia escolar, entre otros. Además, si una familia ha sido directamente afectada por la ola de delincuencia, es posible que los menores desarrollen depresión. En casos más graves, cuando los menores han sido víctimas de hechos violentos como un robo o un asalto, pueden incluso llegar a sufrir un trastorno de estrés postraumático.
La psicóloga Carla Anampa detalla que, además, pueden producirse cambios en el comportamiento de los menores, como la imitación de conductas disruptivas y dificultades para formar relaciones saludables. Todo esto impacta negativamente en su desarrollo integral, tanto en niños como en adolescentes.
¿Cómo ayudar a los menores a procesar los hechos violentos?
Según explica la Dra. Jullisa Castro para proteger el bienestar de los menores, es fundamental proporcionarles un entorno familiar libre de violencia, ya que este es el pilar de su desarrollo emocional. Es decir, no se puede esperar que los niños y adolescentes manejen adecuadamente el impacto de la violencia externa si dentro de su hogar toleramos comportamientos violentos.
Además, señala que los niños y adolescentes aprenden principalmente por imitación, por lo que es crucial que los adultos gestionen sus emociones de manera adecuada, sirviendo de modelo. “Al manejar nuestras propias reacciones, los niños también aprenderán a hacerlo, lo que influye directamente en su capacidad para enfrentar situaciones difíciles de manera saludable”, explicó.
De acuerdo con la especialista, otro punto importante es fomentar la comunicación abierta. Si los menores se exponen a noticias violentas, los padres deben hablar con ellos para aclarar dudas y validar sus emociones, como el miedo o la ansiedad, sin minimizar lo que sienten. Además, es recomendable limitar su acceso a información violenta y, cuando sea necesario, acompañarlos para explicarles la situación de manera apropiada.
La psicóloga clínica coincide en la importancia de moderar la información sobre violencia que los menores reciben y resalta la necesidad de fortalecer los lazos familiares a través de actividades que promuevan valores como la tolerancia, el respeto y la solidaridad. Además, enfatiza que una conversación abierta con adultos de confianza, en un ambiente seguro, es crucial para ayudar a los menores a gestionar el impacto de la violencia que enfrentan en su entorno.
Masificación de la percepsión de inseguridad
En una conversación con Infobae Perú, Stefano Corzo, sociólogo y exintegrante del Instituto de Defensa Legal (IDL), explicó que, aunque los indicadores de criminalidad en Perú han aumentado considerablemente en los últimos meses, la exposición en los medios de comunicación juega un rol crucial en la percepción de inseguridad. Esta constante cobertura contribuye ‘directa o indirectamente’ a intensificar el miedo a convertirse en víctima de estos delitos. Corzo señala que este fenómeno afecta de manera similar tanto a jóvenes como a adultos.
Estudios han demostrado que, aunque los índices de victimización en Perú no son tan elevados en comparación con otros países de la región, la percepción de inseguridad en la sociedad peruana sigue siendo una de las más altas de América Latina. En Lima Metropolitana, por ejemplo, hasta un 90% de las personas se sienten insegura, según Corzo.
La exposicíón a la violencia no solo afecta la percepción subjetiva de los jóvenes, sino que también influye en su comportamiento. Si bien no se ha evidenciado que los menores adopten conductas violentas como resultado directo de ver noticias de crímenes, la normalización de la violencia dentro de sus entornos sociales sí podría estar generando una creciente “insensibilidad” frente a estos hechos.
En muchos casos, los menores se ven obligados a “ignorar” la violencia que los rodea debido a la constante exposición a agresiones y criminalidad en su entorno diario. Este fenómeno es especialmente evidente en los barrios más vulnerables, donde la delincuencia se manifiesta de manera habitual en el hogar, la escuela y la calle.
Cada vez más jóvenes en banda criminales
Un aspecto preocupante de la creciente criminalidad en el país es el aumento de adolescentes y jóvenes involucrados en delitos violentos. Según Corzo, el perfil de los perpetradores de estos crímenes muestra una tendencia hacia personas cada vez más jóvenes, incluyendo a menores de edad. Las bandas criminales aprovechan las ‘lagunas legales’, como la menor responsabilidad penal de los adolescentes, para reclutar a jóvenes con promesas de poder, estatus y una vida de consumismo a la que muchas veces no pueden acceder por vías tradicionales, como la educación.
En ese sentido, el sociólogo indica que la falta de oportunidades orilla a los jóvenes a optar por una vida criminal que pueda sustentar sus deseos y cubrir sus ‘necesidades’. “Entonces, la mayoría de estos chicos son reclutados en entornos empobrecidos y precarizados, donde muchas veces la única forma de salir de esa situación o de lograr un cierto nivel de estatus social es uniéndose a organizaciones criminales o bandas organizadas. No se trata solo de una cuestión de supervivencia, sino también de una cuestión de estatus”.
Corzo considera que enfrentar esta situación no basta reducir la edad de imputabilidad y buscar sanciones, sino que “la sociedad y, en particular, el Estado deberían enfocarse en proporcionar oportunidades, especialmente en aquellos entornos donde la posibilidad de ascenso social es escasa, por no decir inexistente.