La Lima de finales del siglo XVI se presentaba como una ciudad que comenzaba a consolidarse como el centro del virreinato, marcada por la fe, la superstición y profundas divisiones sociales. En esta Lima colonial, donde las diferencias de casta y color segmentaban a la población, surgió Martín de Porres, conocido como el barbero de los humildes y el sanador de todos. Hijo de Juan de Porres, caballero de la Orden de Calatrava, y Ana Velázquez, una mujer afrodescendiente libre de origen panameño, Martín creció en una ciudad rodeada de huertas medicinales y barrios marginales como Malambo y San Lázaro, donde predominaban comunidades afrodescendientes e indígenas.
En este entorno, adquiere conocimientos de medicina y habilidades prácticas que lo convierten en uno de los sanadores más respetados de Lima. Su vida y labor reflejan desde el inicio las complejas realidades de la sociedad en la que vivía, caracterizada por la mezcla de culturas y las tensiones raciales y sociales que definían la época.
Desde los 14 años, Martín inició su aprendizaje en los oficios de peluquero y asistente de dentista. En esa época, estos oficios incluían conocimientos básicos de cirugía, aplicados por quienes realizaban extracciones dentales, curaban heridas y realizaban sangrías. El adolescente en ese momento no solo desarrolló destrezas como sangrador, sino que también comenzó a cultivar hierbas medicinales.
La devoción y la vida en el convento
Poco tiempo después decidió ingresar al convento de Nuestra Señora del Rosario, en Lima, donde adoptó el nombre de Fray Martín. Su condición de mulato, un hombre de “castas”, le impidió ser considerado como un fraile formal, y se le otorgó el estatus de “donado”, un término que alude a personas que dedicaban su vida a servir en conventos sin ser parte plena de la orden. En el convento, le asignaron tareas de limpieza, labor que asumió como una muestra de humildad. Se le conoció como “Fray Escoba”, símbolo de su vida de servicio.
Dentro de la comunidad religiosa, aplicó sus conocimientos médicos para aliviar los sufrimientos de quienes acudían en busca de ayuda. Su dedicación y su habilidad para tratar enfermedades lo convirtieron en una referencia dentro de la ciudad. Esta actividad se intensificó cuando comenzó a sembrar su propio huerto de plantas medicinales en el convento. Según Hugo Benavides Seminario, quien estudió la obra del historiador José del Busto, Fray Martín combinaba el conocimiento empírico de la medicina con su fe, al grado que se le atribuían milagros de sanación, frase que él mismo puntualizaba diciendo: “Yo te curo, pero Dios te sana”.
La práctica del barbero cirujano y el realismo de su figura
Para la comunidad limeña de esa época, Fray Martín encarnaba una figura respetada por sus capacidades en el tratamiento de distintas dolencias. Era frecuente que aplicara técnicas de la medicina tradicional, como tomar el pulso, vendar heridas, entablillar huesos rotos y realizar pequeñas cirugías. Este rol como sanador popular lo llevó a atender a personas de todas las clases sociales, en un contexto en el cual el acceso a la medicina académica era limitado y costoso.
El historiador peruano, José Antonio del Busto, describió en su obra a un Fray Martín que, sin idealización, se enfrenta a las limitaciones de su tiempo y origen, manteniendo siempre una actitud de humildad. El experto buscó en sus investigaciones despojar de mitos y leyendas la vida de Martín de Porres, empleando un método de análisis comparativo de documentos históricos, entre los cuales destaca el proceso de beatificación del santo. En sus textos, describe a un hombre cuya vida y figura reflejan un realismo particular: “Martín de Porras Velásquez, gentilhombre de escoba, barbero sangrador, mulato socarrón, flor de Malambo”. Esta frase resalta el papel dual de Fray Martín como hombre de fe y como un cirujano empírico que se ganó el respeto de la sociedad limeña por su destreza y dedicación.
En la época colonial, la figura del barbero cirujano ocupaba un espacio intermedio entre la medicina formal y las prácticas populares de curación. Fray Martín, al adoptar este rol, se convirtió en uno de los cirujanos más accesibles de la ciudad, especialmente para quienes no podían permitirse un tratamiento costoso. La historiadora Jampier Sánchez Castillo señala que Fray Martín atendía tanto a indígenas como a criollos y españoles pobres, y que su fama como sanador trascendió rápidamente. A lo largo de los años, la mezcla de conocimientos indígenas, africanos y europeos que aplicaba en su labor médica le otorgó un estatus que difícilmente hubiera logrado sin esta dedicación.
Tres relatos que destacan en la tradición popular y que refuerzan esta fama están relacionados con las curaciones que realizó a personas influyentes de su época, como Juan de Figueroa, regidor de Lima; Fray Alonso de Arenas, un fraile dominico a quien sanó de un dolor de muelas sin necesidad de extracción; y una hemorragia severa que controló en otra persona. Estos relatos forman parte de las tradiciones orales que mantuvieron viva su imagen como sanador en Lima, y que con el tiempo contribuirían a su canonización.
Los barrios de Malambo y San Lázaro en la Lima colonial
El barrio de Malambo, donde Fray Martín vivió gran parte de su juventud, era un “arrabal de un arrabal”, en palabras de Del Busto, y se encontraba en las afueras de la ciudad. Este espacio reunía a hombres y mujeres de distintos orígenes, pero principalmente de la comunidad afrodescendiente y de castas. Pedro Benvenutto Murrieta, otro historiador peruano, señala que Malambo y San Lázaro eran barrios humildes y de poca infraestructura. Estas zonas se destacaban no por sus edificaciones, sino por la importancia social que tenía la comunidad negra y mulata, que lograba conservar tradiciones culturales en un espacio con relativa libertad, sin las restricciones que imponían otros sectores de la Lima colonial.
La interacción de Fray Martín con estas comunidades fue clave en su vida. Convivir con personas marginadas le permitió entender sus necesidades y adquirir conocimientos que, más tarde, le serían útiles en su labor de sanador. Por ejemplo, el contacto con los indígenas que vivían junto al río Rímac lo familiarizó con plantas medicinales propias de la región. Fray Martín aprendió a aplicar estas técnicas naturales en el convento, donde muchas veces utilizaba sus propias fórmulas para preparar remedios que distribuía entre las personas que llegaban en busca de ayuda.
El legado de Fray Martín y su canonización
Tras su muerte, el 3 de noviembre de 1639, Fray Martín dejó un legado que trascendió el ámbito religioso. Su figura fue idealizada por la población limeña, que lo veía como un símbolo de la fe y de la sanación. En los años posteriores, la figura de Fray Martín de Porres fue estudiada por distintos historiadores, quienes buscaron reconstruir su vida y desmitificar sus logros, situándolo como un personaje histórico.
Del Busto destaca que la labor de Fray Martín como sanador y su influencia en la sociedad limeña han permitido que su imagen se mantenga como una cercana para el pueblo. Según el historiador, uno de los grandes logros fue “trasladar su amor a Dios en actos concretos, de tal forma que la gente llegó a entender su vida como un ejemplo de santidad en la vida cotidiana”.