Figura fundamental en la evolución arquitectónica del Perú durante el siglo XX. Su trabajo se destacó por la creación de una arquitectura moderna, pero a la vez profundamente enraizada en las tradiciones y el patrimonio cultural del país.
Con una carrera que abarcó más de cuatro décadas, Enrique Seoane dejó un legado que aboga por la integración de lo moderno con lo local, una propuesta que sigue vigente en el debate arquitectónico contemporáneo. Y esta es su historia.
Viajero permanente
Nacido en Lima el 12 de enero de 1915, Enrique Seoane fue hijo del diplomático peruano Buenaventura Seoane y Rosario Ros, una dama española. Su infancia estuvo marcada por el movimiento constante de su familia, debido a la carrera diplomática de su padre.
Esto le permitió conocer diversas regiones del país, como Arequipa y Ayacucho, lo que cultivó en él un amor por la rica diversidad cultural peruana.
Desde joven, Seoane mostró interés por las artes, particularmente el dibujo y la pintura, lo que eventualmente lo llevó a estudiar arquitectura en la Escuela Nacional de Ingenieros, la predecesora de la actual Universidad Nacional de Ingeniería.
Todos los caminos
El camino hacia la arquitectura moderna para Seoane no fue inmediato. A sus inicios, fue un ferviente exponente del estilo neocolonial, el cual se popularizó en el Perú de los años 30 y 40. Sin embargo, con el paso de los años, su obra fue mutando hacia un estilo más moderno, pero siempre con un marcado enfoque en las raíces culturales peruanas.
Su trabajo más emblemático de este periodo fue el Edificio Rizo Patrón, que le valió el reconocimiento de la Municipalidad de Lima en 1940. Su capacidad para combinar influencias modernas con elementos autóctonos lo consolidó como un innovador dentro del panorama arquitectónico nacional.
A lo largo de su carrera, Seoane fue un defensor de la integración de la arquitectura moderna con la identidad local. Uno de los ejemplos más claros de este enfoque fue su diseño para el Ministerio de Educación, culminado en 1956, un edificio que representó el máximo exponente de la arquitectura moderna en el país.
La estructura, que en su momento fue la más alta de Perú, integró en su fachada elementos que evocaban las formas del Perú prehispánico, logrando una fusión de modernidad y tradición que caracterizó toda su obra.
Futuros colegas
Pero su legado no se limitó únicamente a la construcción de edificios emblemáticos. Seoane también se dedicó a la enseñanza de la arquitectura, impartiendo clases en la Universidad Nacional de Ingeniería y, más tarde, en la Universidad Nacional Federico Villarreal.
Fue un referente para generaciones de arquitectos, muchos de los cuales adoptaron sus propuestas y continuaron su búsqueda de una arquitectura que hablara tanto de lo global como de lo local.
En los años posteriores, Seoane experimentó con otros estilos, como el neobrutalismo y el neoexpresionismo, adaptándose a los cambios en la práctica arquitectónica a nivel global. Su acercamiento al posmodernismo reflejó su inquietud por explorar nuevas formas de expresión, aunque siempre manteniendo un vínculo con la tradición cultural peruana.
Durante este periodo, se trasladó a Panamá, donde realizó importantes proyectos como el Hotel Sheraton y el edificio Carfa, buscando nuevos horizontes profesionales debido a la falta de reconocimiento que, en su opinión, recibía en su propio país.
A lo largo de su vida, Seoane obtuvo múltiples distinciones, entre ellas el Premio Nacional “Chavín” en dos ocasiones, en 1950 y 1953, por sus contribuciones excepcionales a la arquitectura peruana.
Marca personal
Su producción fue una constante búsqueda por dotar a la arquitectura de una identidad nacional que no solo se limitara a copiar estilos europeos, sino que fusionara lo mejor de la tradición prehispánica con los avances tecnológicos y estéticos de la modernidad.
Su enfoque, que evitó el conformismo de la imitación, le permitió desarrollar una obra rica en significados y profundamente conectada con el entorno social y cultural de su país.
La influencia de Enrique Seoane sigue viva en la arquitectura contemporánea peruana. Su trabajo, reconocido tanto a nivel nacional como internacional, continúa siendo un referente indispensable para aquellos que buscan un equilibrio entre la modernidad y la identidad cultural.
A través de su enfoque único, Seoane logró que la arquitectura no solo sirviera como una herramienta funcional, sino también como un vehículo para expresar la esencia de un país en constante transformación.