En el corazón del distrito de Antioquía, en la provincia de Huarochirí, se ubica Sisicaya, un pequeño pueblo que ha vivido una transformación peculiar a lo largo de su historia.
Este lugar, que se encuentra a unos 46 kilómetros de Lima, es un refugio natural rodeado de ríos, rocas y una fauna variada. No obstante, a pesar de su belleza escénica y su hospitalidad, este encantador rincón del Perú se ha ganado el título de “pueblo maldito”.
El pueblo destaca por su iglesia de paredes amarillas y naranjas, un símbolo de su identidad. Sin embargo, el tránsito de personas por sus calles es escaso, lo que le otorga un aire de desolación que contrasta con la calidez de sus habitantes.
Para muchos visitantes, Sisicaya resulta ser un lugar acogedor, lleno de tradiciones y festividades, lo que hace aún más intrigante su reputación como un sitio maldito.
Un pasado preincaico
La historia de Sisicaya se remonta a tiempos anteriores a la llegada de los incas, cuando el área era parte de la cultura Ychsma. Este pequeño poblado funcionaba como un tambo, un punto de descanso para los viajeros que se dirigían al santuario del dios Pachacamac.
Se dice que los incas reconocían la región como ideal para la producción de hoja de coca, destacando su relevancia histórica. La leyenda que atribuye a Sisicaya su aura de maldición se encuentra en la obra “Tradiciones peruanas” de Ricardo Palma. En esta crónica, Palma describe a Sisicaya como un lugar maldito debido a un hecho particular que ahí habría sucedido.
Sin embargo, muchos que llegan a conocer esta parte del Perú han llegado a considerarla como una tierra bendita, a pesar de su apariencia a menudo desolada. La percepción del pueblo como un sitio fantasma es un aspecto interesante que contrasta con la rica historia que lleva en su seno.
La crónica de “Los Malditos”
La narrativa que rodea la fama de Sisicaya como un pueblo condenado proviene de un relato titulado “Los malditos”, que remonta sus orígenes a la época del noveno virrey del Perú, Luis de Velasco y Castilla. En 1601, el autor presenta a dos prósperas villas, entre ellas San Pedro, donde se desarrolló un evento trágico que involucró el asesinato de un sacerdote.
El relato inicia con una extraña devoción de la población indígena hacia una cabra de plata adornada con cuernos, patas y pezones de oro. Un día, el sacerdote olvidó su libro de rezos y envió a su sacristán a buscarlo.
Al regresar, se encontró con la insólita ceremonia de adoración hacia la cabra, lo que le causó gran temor. Alarmado, el sacerdote regresó rápidamente a la capital para informar al virrey, quien le otorgó permiso para celebrar una misa de excomunión en la comunidad indígena de San Pedro.
Cuando el cura finalmente se presentó en San Pedro para llevar a cabo su misión, se encontró con un pueblo desolado. Los indígenas, alertados por el sacristán, habían huido y despojado a las villas de sus tesoros. Ante esta situación, las autoridades españolas decidieron enviar cinco misioneros para asistir al sacerdote en su labor de conversión.
Sin embargo, la comunidad de Sisicaya no estaba dispuesta a someterse a la autoridad española, y emboscaron al cura, dándole muerte a golpes. A pesar de que se envió otra tropa para intentar la excomunión, Sisicaya siguió el destino de San Pedro y quedó desolado.
Desde entonces, la leyenda sostiene que nadie se atreve a habitar la casa del cura asesinado. Se dice que durante las noches, quienes pasan cerca pueden observar una mano apareciendo por una ventana, golpeando a los desafortunados transeúntes.
El legado de un pasado sombrío
A partir de aquel episodio, cualquier mención de un indígena involucrado en delitos solía ir acompañada de la frase “este cholo ha de ser uno de los malditos”, en clara referencia a los habitantes de Sisicaya y San Pedro. Esta etiqueta ha perdurado en el tiempo, ensombreciendo la rica historia cultural del pueblo.
Sisicaya, a pesar de su oscura reputación, continúa siendo un lugar de interés. Su belleza natural y su legado histórico atraen a curiosos y turistas que desean explorar las tradiciones de esta comunidad.
La aldea, con su historia de sacrificios y su gente trabajadora, sigue ofreciendo una calidez sorprendente a quienes se atreven a descubrir su esencia más allá de las leyendas que la envuelven.