En la Lima de mediados del siglo XIX, en plena era del guano, se gestó un evento que resonaría en la historia social y política del país.
Era la época en que José Rufino Echenique gobernaba, y a las afueras del centro de la capital se encontraba la hacienda “Villa Victoria”, propiedad de su esposa, Victoria Tristán de Echenique.
Esta lujosa finca, que más tarde daría nombre al distrito de La Victoria, fue escenario de la fiesta más fastuosa que había visto Lima desde su fundación, un evento que marcaría la cima del derroche de la élite guanera.
A lo grande
El 15 de octubre de 1853, Lima vivió una noche sin precedentes. El motivo: celebrar la elección de Echenique como presidente de la República, a pesar de haber ganado en 1950. Ricardo Palma, joven de 19 años en aquel entonces, fue uno de los privilegiados testigos de esa extravagancia, y lo relata con detalle en sus célebres Tradiciones Peruanas.
Según los diarios opositores, la pareja presidencial invirtió cerca de 60 mil pesos de la época (actualmente unos 2 millones dólares) en la reparación y acondicionamiento de la villa, incluyendo alfombras importadas de Flandes, un sistema de iluminación que deslumbró a todos, y muebles de lujo que decoraron los amplios salones.
Al evento asistieron 239 damas y señoritas, y más de mil caballeros, representando a la aristocracia y la élite política de la época.
El centro del patio principal de la hacienda estaba dominado por un enorme pino australiano, cuya sombra servía de refugio para muchas de las señoras que, tras horas de baile, se sentaban a descansar. Ese patio, convertido en salón de baile al aire libre, era el corazón de la fiesta.
A medida que avanzaba la noche, la animación se trasladó allí, superando incluso la actividad que se desarrollaba en los elegantes salones interiores. En los bordes del patio se alzaban tabladillos donde ministros, senadores, jueces y diplomáticos intercambiaban conversaciones mientras disfrutaban de los placeres de la velada.
Decorado de lujo
Uno de los espacios más admirados de la hacienda era el salón de arte, decorado con cuadros de gran valor. Propiedad del coronel Pascual Saco, familiar del presidente Echenique, ese salón exhibía obras originales de maestros como Velásquez, Murillo y el Españoleto.
También destacaba una pintura del peruano Ignacio Merino, premiada en París. Mesas de la China completaban la decoración, mientras los invitados podían disfrutar de un bar atendido por Marcenaro, un famoso dulcero italiano que ofrecía un refresco de naranja con ron de Jamaica, una de las bebidas más solicitadas de la noche.
La fiesta, sin embargo, no era solo baile y conversación. A la una de la madrugada, los invitados gozaron de una pausa en la que las cantantes de ópera Clotilde Barilli y Elisa Biscaccianti ofrecieron arias que deleitaron a los presentes.
La orquesta, dirigida por el maestro César Lietti, mantenía el ambiente en constante movimiento, y cuando los músicos necesitaban un descanso, las bandas militares de la Artillería y los Granaderos tomaban el relevo, asegurando que el ritmo no cesara.
Las mejores joyas
Un aspecto que quedó grabado en la memoria de los asistentes fue el despliegue de alhajas. Las damas de la antigua aristocracia colonial no escatimaron en lucir sus joyas de plata. Sin embargo, las recién enriquecidas familias del boom del guano las superaron en ostentación, presentando vestidos y alhajas engarzadas en oro que eclipsaban a las de sus antecesoras.
La esposa de un general, por ejemplo, portaba un collar de perlas que, según se decía, habría sido el centro de atención en cualquier corte europea.
Otra dama, casada con un coronel, lucía un vestido adornado con brillantes y rubíes, complementado con joyas de alto valor. La esposa del presidente, en cambio, optó por una exhibición más discreta, portando únicamente alhajas de plata, quizá como un gesto simbólico hacia su linaje colonial.
El lujo no solo se manifestaba en los salones y los vestidos. Las instalaciones para las invitadas también eran dignas de mención. El baño para señoras, decorado con un gusto exquisito y con toques orientales, contaba con una conexión directa a una pequeña sala donde la costurera madame Dubreuil y sus seis asistentes se encargaban de reparar cualquier desperfecto en las faldas de las invitadas, causado por el vigor de los bailes.
Todos a comer
A las tres de la madrugada, comenzó la cena, que fue servida para 240 comensales en su primera ronda, pero el servicio se renovó tres veces más para satisfacer a todos los presentes. A medida que el alba se acercaba, los invitados se prepararon para el cotillón, un baile que marcó el cierre de una noche que, para muchos, sería inolvidable.
Sin embargo, el lujo y el esplendor de la fiesta no pasaron desapercibidos para los opositores políticos. La extravagancia del evento fue vista como un insulto para muchos, especialmente en un país marcado por desigualdades.
Poco después, estalló una guerra civil, en gran parte motivada por el descontento generado por el derroche del gobierno de Echenique. Esta contienda culminaría en 1855, cuando Ramón Castilla venció a Echenique en la batalla de La Palma, marcando el fin de su mandato y el inicio de una nueva era política en el Perú.
La fiesta en Villa Victoria no solo fue el baile más fastuoso de Lima, sino también un símbolo de los excesos de una época que terminó en conflicto.