Cada año, millas de fieles emprenden una impresionante travesía en homenaje al Señor Cautivo de Ayabaca, una de las festividades religiosas más importantes del norte peruano. Entre ellos destaca la hermandad Señor del Mar del Callao, la cual recorre más de mil kilómetros a pie desde El Callao hasta Ayabaca, convirtiendo su camino en una conmovedora muestra de fe y devoción. Este impresionante recorrido, que se extiende por varios meses, es un testimonio vivo del fervor religioso que trasciende las fronteras y desafía las limitaciones personales.
En conversación con Infobae Perú, Manuel Miranda compartió detalles de esta ardua travesía que año tras año une y fortalece a la hermandad. No solo avanzan a pie durante todo el trayecto, sino que algunos de sus miembros cumplen promesas especiales al llegar al destino, muchos suelen llegar de rodillas o incluso arrastrándose hasta los pies del venerado Señor Cautivo. Este viaje, lleno de desafíos y adversidades, es un acto de entrega que cautiva y llama la atención tanto de fieles como de curiosos que, cada octubre, son testigos de su fervorosa llegada al santuario en Ayabaca.
Inicio de la festividad del Señor Cautivo de Ayabaca
La festividad del Señor Cautivo de Ayabaca es reconocida como una de las celebraciones religiosas más importantes en el norte de Perú.
Según El Peruano, es una de las festividades más concurridas del calendario nacional y ha sido declarada Patrimonio Cultural de la Nación, destacándose como una de las expresiones de piedad popular más antiguas de Piura.
Cada año, se calcula que más de 145.000 peregrinos llegan a Ayabaca para rendir homenaje al Señor Cautivo, considerado un símbolo de fe y esperanza. La celebración religiosa se lleva a cabo cada 12, 13 y 14 de octubre, siendo el día 13 el momento central, cuando el fervor alcanza su máximo apogeo con actividades litúrgicas, procesiones y manifestaciones culturales. La imagen del Señor Cautivo, resguardada en la iglesia de San Juan Bautista, se convierte en el epicentro de la devoción y las promesas de los fieles, atrayendo a visitantes de diversas partes del país y del extranjero en busca de espiritualidad y tradición.
Aún desde más lejos
Manuel Miranda, de 68 años, líder de la hermandad Señor del Mar, compartió su experiencia tras peregrinar al Señor Cautivo de Ayabaca desde 1997. Miranda, quien recorre más de 2000 kilómetros desde Tacna, comenzó su travesía el 14 de mayo, marcando paso por diversas ciudades como Paita para llegar finalmente a Ayabaca.
A lo largo de este camino, ha sido testigo de numerosos milagros, tanto personales como de otros miembros del grupo. “Camino por muchos milagros concebidos por mí y por nuestros hermanos”, comentó a Infobae Perú.
Para Miranda, el desafío del largo recorrido no es un obstáculo; la fe que lleva es muy grande y, según él, “no hay frontera para nosotros, ni desde Chile ni Ecuador”. Con los miembros de su hermandad, provenientes de diversos lugares, se enfrentan a esta extenuante ruta cantan y celebran su fe inquebrantable. “Aquí estamos con toda la hermandad chalaca, año tras año demostramos y agradecemos todo lo que nuestro moreno hace por nosotros”, dice con promesa mientras prepara su participación en las ceremonias a las 6:30 de la mañana. La llegada a Ayabaca no solo marca el cumplimiento de una promesa personal, sino también una oportunidad para reunirse con viejos amigos y mantener vivas las tradiciones.
¿Cómo surgió la devoción al Señor Cautivo de Ayabaca?
La historia del Señor Cautivo de Ayabaca se ha transmitido de generación en generación, se conserva la rica tradición que rodea este icono de fe. En 1751, el sacerdote español García Guerrero, inicialmente devoto de la Virgen del Pilar, buscó crear un patrón para la provincia de Ayabaca, un pueblo caracterizado por sus numerosas chacras. Un día, un campesino del lugar, mientras cortaba madera para arar su tierra, observó que de un tronco comenzó a emanar un líquido similar a la sangre. Alarmado, corrió a informar al sacerdote sobre este extraño fenómeno.
García Guerrero, al enterarse, interpretó este suceso como un deseo del tronco de ser venerado. Con este propósito, la comunidad se dispuso a extraer el misterioso madero. Sin embargo, enfrentaron varios obstáculos: la muerte de una yunta de toros y la rotura de una de sus patas, lo que imposibilitó el transporte del tronco, extremadamente pesado por razones desconocidas. Ante esta situación, el sacerdote reafirmó que el madero debía ser venerado, lo que impulsó a los pobladores a buscar escultores para dar forma a una imagen sagrada.
En su búsqueda, se encontraron con tres hombres vestidos con ponchos blancos de lana y montados en caballos blancos. Estos individuos se identificaron como escultores y se ofrecieron a esculpir la imagen del Señor Cautivo, pero exigieron privacidad completa para trabajar. Con el paso de los días, la curiosidad de los habitantes del pueblo creció, pues no veían avance alguno. Algunos comenzaron a dudar y decidieron forzar la puerta del lugar donde se realizaba el trabajo. Para su sorpresa, los escultores habían desaparecido, habían dejado detrás la tallada y venerada imagen del Señor Cautivo de Ayabaca, a quienes desde entonces se les consideró ángeles que obraron este milagro.