Cada octubre, Lima se tiñe de morado. Las calles, rebosantes de devotos, se llenan de un fervor religioso que traspasa las fronteras del Perú hacia el mundo. Se trata de la celebración del Señor de los Milagros, una de las manifestaciones más profundas de la espiritualidad católica en América Latina.
En el centro de esta tradición se encuentra el hábito morado, un traje cargado de simbolismo y devoción, que se ha convertido en el estandarte visual de esta gran festividad. Pero, ¿qué significa realmente esta vestimenta y cómo ha llegado a ocupar un lugar tan importante en la identidad peruana?
Símbolo de fe
La túnica morada es más que una simple prenda; representa un compromiso con la fe y una conexión directa con el Cristo Moreno, cuya imagen es venerada en cada rincón de Lima y más allá. Su origen remonta a una historia de siglos que conecta milagros, sacrificios y un fervor inquebrantable.
En cada procesión, los devotos que llevan este hábito participan en un rito ancestral, unificando sus plegarias bajo el mismo color que visten con orgullo y humildad. La presencia del hábito morado en las calles no es un simple adorno festivo.
A medida que las imágenes del Señor de los Milagros recorren las principales avenidas, es evidente que la vestimenta forma parte del lenguaje simbólico de la procesión. Cada detalle de este hábito tiene un significado, desde las aberturas de los trajes masculinos hasta el velo blanco que adorna las cabezas de algunas mujeres.
Inició con una visión
La tradición del hábito morado comenzó gracias a una aparición milagrosa, protagonizada por Antonia Maldonado, una ecuatoriana que, después de una vida marcada por el sufrimiento, decidió dedicarse al servicio de Dios.
Según la leyenda, mientras rezaba en su hogar en el Callao, Maldonado tuvo una visión de Cristo vestido con una túnica morada y una soga al cuello. En esa aparición, Cristo le confió su traje, con la indicación de que debía ser compartido por otras almas.
Maldonado siguió este mandato divino, fundando el Colegio de Nazarenas en el Puerto del Perú, un espacio donde el hábito morado comenzó a cobrar vida y a extenderse entre los fieles.
Hombres y mujeres
Hoy en día, existen dos versiones de esta túnica sagrada: una para hombres y otra para mujeres. La versión masculina se caracteriza por la ausencia de mangas, con dos aberturas a la altura de los brazos. Se complementa con un capote y un cordón blanco en el cuello, que simboliza el cautiverio de Cristo durante su pasión.
En el caso de las mujeres, el hábito llega hasta debajo de la rodilla, incluye mangas y un cordón a la altura de la cintura. Algunas damas, especialmente aquellas que pertenecen a la Hermandad del Señor de los Milagros, completan su atuendo con un velo blanco, un símbolo distintivo de las sahumadoras y cantoras, quienes acompañan el incienso y los cánticos que elevan la espiritualidad de la procesión.
Además del hábito, otro elemento fundamental es el detente, una pequeña imagen del Señor de los Milagros que se coloca sobre el corazón, recordando a cada portador su devoción y la fe que guía su caminar durante la procesión.
Este pequeño emblema simboliza el vínculo personal e íntimo con el Cristo de Pachacamilla, un lazo que se refuerza con cada paso, cada oración y cada gesto de devoción.
Tres siglos de historia
La procesión del Señor de los Milagros, que se celebra cada año, es una tradición que no solo recuerda los episodios milagrosos vinculados a la imagen del Cristo Moreno, sino también la resiliencia del pueblo peruano.
En 1655, un terremoto devastador azotó Lima y Callao, destruyendo gran parte de la ciudad, pero la imagen del Señor de los Milagros, pintada en una modesta pared de adobe en una ermita de afrodescendientes, permaneció intacta. Este hecho se interpretó como una señal divina y fue el comienzo de una devoción que ha perdurado por más de tres siglos.