Cada octubre, las calles de Lima se llenan de vida al paso de la procesión del Señor de los Milagros, pero detrás de la marea morada y los rezos fervorosos, surge otro ritmo, el del comercio dinámico que acompaña esta festividad. A medida que los cantos se elevan y el incienso impregna el aire, los puestos de turrones aparecen en cada esquina como pequeñas constelaciones dulces que invitan a todos a probar sus sabores.
Mientras las multitudes siguen la imagen del Cristo Moreno, las arterias de la capital se transforman en un corredor donde las tiendas de turrones predominan. Los escaparates se llenan de cajas coloridas, adornadas con cintas, al tiempo que los vendedores acomodan cuidadosamente las torres de este dulce tradicional, que parecen multiplicarse con cada nuevo cliente.
Los transeúntes, inmersos en la devoción y el ajetreo de la procesión, son atraídos hacia las vitrinas, donde el aroma del turrón invita a detenerse. Cada puesto, con su colorido despliegue de dulces, revela historias de recetas heredadas. En esos momentos de pausa, los compradores no solo buscan satisfacer su paladar, sino también conectar con las tradiciones que dan vida a la festividad.
Habiendo contado ello, es importante conocer la historia del turrón de Doña Pepa y su conexión con el Señor de los Milagros. Esta información ayudaría al lector a apreciar el significado cultural que tiene durante la festividad.
El origen del turrón de Doña Pepa
Algunas historias han perdurado a través de los siglos gracias a la tradición oral, esa voz viva que conecta generaciones. En la época del Virreinato del Perú, cuando los libros eran privilegio de unos pocos, los relatos orales se convertían en las arterias culturales de las familias. Estos relatos preservaban leyendas, anécdotas e historias que de otro modo habrían quedado enterrados en el olvido.
Una de estas historias gira en torno al origen del turrón de Doña Pepa. Se cuenta que la génesis se remonta a los últimos años del siglo XVIII, en tiempos de la colonia del Perú. Según la tradición oral, una cocinera llamada Josefa Marmanillo vivía en el valle de Cañete, cerca de Lima. En una de las casas que se encontraban en esta locación, preparaba postres para sus amos, pero uno destacaba por encima de todos: un turrón que hacía con especial maestría.
La vida de Josefa, una esclava en el virreinato, cambió drásticamente cuando comenzó a sufrir una enfermedad que le paralizó los brazos, impidiéndole seguir trabajando en las cocinas.
Este padecimiento le permitió obtener su libertad, pero le quitó la capacidad de ganarse la vida de la misma manera. Aun así, la mujer decidió no rendirse y comenzó a preparar el turrón dentro de una vivienda con un fin determinado. Poco imaginaba que ese mismo postre, con el tiempo, llevaría el diminutivo de su nombre y se convertiría en un símbolo ligado a la devoción del Señor de los Milagros.
El vínculo entre el turrón y el Señor de los Milagros
A causa de la enfermedad que sufría, la afroperuana Josefa decidió unirse a la procesión del Señor de los Milagros en la ‘Ciudad de los Reyes’, con la esperanza de recibir su sanación. Su fe era inconmensurable y, según se cuenta, experimentó el milagro que tanto anhelaba. Agradecida por la gracia recibida, regresó poco tiempo a la capital para ofrecer al Cristo Moreno su turrón como muestra de agradecimiento y devoción.
Este gesto se convirtió en una tradición anual, y el dulce comenzó a ganar fama entre los fieles. Con el paso del tiempo, el dulce era conocido por la historia detrás de su creación. Los abuelos solían relatar esta historia de generación en generación.
Acerca de lo que ocurrió tras la curación de la enfermedad de Josefa, la investigadora Ana Alcívar Rodríguez escribió lo siguiente: “En la siguiente salida del Señor (de los Milagros), Josefa levantó el turrón y se lo ofreció. De cualquier forma, en los años posteriores, siempre regresó a Lima para ofrecer su turrón en las procesiones del Cristo Morado (...) tradición que continuaron su hija, su nieta y generaciones posteriores”.
Finalmente, un sector de la población limeña empezó a llamar ‘Doña Pepa’ a Josefa, puesto que así la designaban de manera cariñosa. Al referirse al turrón que ella ofrecía al Señor de los Milagros, solían decir ‘el turrón de Doña Pepa’.