A lo largo de su vida, este incansable luchador vivió entre las montañas y los valles de Tacna, liderando ejércitos con una determinación inquebrantable. Desde su juventud, Gregorio Albarracín Lanchipa se distinguió por su férrea lealtad a la causa de su patria.
Nacido en 1817, en un hogar humilde, pasó sus primeros años trabajando como arriero, llevando mercaderías entre los pueblos de Tacna, Arica y La Paz.
Pero su destino no sería el de un comerciante, sino el de un guerrero que se haría conocido como el “Centauro de las Vilcas”, en honor al árbol tacneño que alguna vez sostuvo la bandera de su país. Y esta es su historia.
Luchador de la vida
Albarracín fue hijo de Melchor Albarracín y Tomasa Lanchipa Saco, quienes lo criaron junto a sus hermanos en una vida de trabajo y esfuerzo. Ya en su juventud, las circunstancias lo llevaron a alistarse en la milicia, participando en las guerras civiles que marcaron a Perú durante el siglo XIX.
Fue un luchador incansable, enfrentándose en las batallas de Lluta, Arica y Poconchile, y recibiendo cargos importantes a lo largo de su carrera militar. En 1845, el prefecto Juan Mendiburu lo nombró Comandante de la Policía, cargo que ocupó por casi una década, consolidando su reputación como un líder eficiente y respetado.
Gregorio también encontró tiempo para formar una familia. En 1848, contrajo matrimonio con María Berríos, con quien tuvo varios hijos, entre ellos Ramón, Rufino y María Dominga. A pesar de las constantes campañas y conflictos, mantuvo el contacto con su familia, demostrando su profundo sentido de responsabilidad tanto en el ámbito militar como en el personal.
Su primera vez
Uno de los episodios más destacados de su vida fue su participación en la guerra entre Perú y Bolivia en 1841, una contienda que marcó los inicios de su carrera militar. Durante esta guerra, fue parte de una guerrilla que logró derrotar a las tropas bolivianas en el valle de Sama.
Bajo el mando de Manuel Mendiburu, Gregorio y sus hombres lograron expulsar a los invasores bolivianos de Moquegua. Aquella campaña concluyó con las victorias en Montón y Orurillo en 1842, dejando claro que Albarracín era un combatiente a tener en cuenta en futuras contiendas.
Las guerras civiles en Perú le brindaron más oportunidades para demostrar su valía en el campo de batalla. En 1842, en medio de una de estas guerras, Albarracín se unió a las fuerzas constitucionalistas lideradas por Ramón Castilla, enfrentándose a las tropas que apoyaban a Juan Francisco de Vidal.
En la Batalla del Intiorko, su habilidad como jinete fue clave para asegurar la victoria. Su lealtad al gobierno constitucionalista lo llevó a recibir el grado de Teniente después de esa campaña.
Sin descanso
Pero Albarracín no descansaría. Apenas un año después, en 1843, participó en la lucha contra el autodenominado presidente Manuel Ignacio de Vivanco. En una de las campañas más complejas de su carrera, Gregorio estuvo al mando de hombres reclutados en Tacna, retoma del puerto de Arica, y el enfrentamiento constante con las fuerzas vivanquistas.
En esos combates, demostró una y otra vez su coraje al mando de la caballería, siendo herido en varias ocasiones, pero nunca doblegado. Para cuando logró expulsar definitivamente a las fuerzas de Vivanco en la batalla de San Antonio, Albarracín ya había sido ascendido a Capitán y era un héroe en los ojos de sus compatriotas.
Su participación en la Guerra del Pacífico también es recordada con gran admiración. Durante este conflicto, Albarracín lideró el Escuadrón Tacna, compuesto por apenas cincuenta hombres, incluyendo a su propio hijo, Rufino.
Juntos participaron en la Batalla de Tarapacá y otras acciones menores, donde su valentía y táctica lo convirtieron en un símbolo de la resistencia peruana. Realizó incursiones nocturnas y ataques a la retaguardia chilena, moviéndose con una audacia que confundía y desconcertaba a sus enemigos.
Aunque no todas sus batallas fueron victorias, su capacidad para reorganizar fuerzas, incluso en momentos de extrema adversidad, le permitió seguir luchando hasta el final. Tras la derrota en la Batalla del Alto de la Alianza, en mayo de 1880, Albarracín no se rindió. Se retiró a Tarata, donde organizó una guerrilla con cien hombres dispuestos a seguir luchando. Su convicción en la defensa de su patria no disminuyó, a pesar de las crecientes dificultades y la ocupación chilena.
Su vida por el Perú
El final llegó en 1882, cuando Albarracín, al frente de sus guerrilleros, se enfrentó a una columna chilena en Saucini. El combate fue feroz y desigual. Durante el enfrentamiento, el comandante chileno José Francisco Vergara exigió su rendición, pero Albarracín, fiel a su carácter indomable, respondió con firmeza que “un coronel peruano no se rinde jamás”. En esa última batalla, Gregorio Albarracín cayó junto a su hijo Rufino, luchando hasta el último aliento por su tierra y su pueblo.
Gregorio Albarracín Lanchipa dejó un legado imborrable en la historia militar de Perú, siendo recordado no solo por su destreza como estratega, sino también por su inquebrantable lealtad a su patria.
Sus restos, que inicialmente fueron sepultados en Chucatamani, descansan hoy en la Cripta de los Héroes en Lima, un testimonio de la grandeza de un hombre que vivió y murió por su país.
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Guerras en las que participó Gregorio Albarracín
Gregorio Albarracín Lanchipa participó en varias contiendas, destacándose como un valiente líder militar. Era reconocido por su audacia y habilidad táctica en el campo de batalla. Entre los conflictos en los que estuvo involucrado se encuentran la guerra entre Perú y Bolivia en 1842 y la Guerra del Pacífico en 1880.
Respecto a la primera contienda, es sabido que fue un conflicto breve que surgió por tensiones territoriales y políticas entre ambas naciones tras su independencia de España. El conflicto bélico comenzó cuando el general Agustín Gamarra intentó anexar Bolivia a Perú tras invadir territorio boliviano. Sin embargo, las tropas bolivianas, bajo el mando del general José Ballivián, derrotaron a las fuerzas peruanas en la batalla de Ingavi en noviembre de 1841.