En tiempos en los que muchos todavía piden la separación del Estado y la Iglesia en el Perú, lo cierto es que hace más de 200 años muchos ya alzaban su voz para que esta situación se dé de una vez por todas.
Lo que no deja de sorprender es que su principal propulsor sea un sacerdote. Su nombre era Francisco de Paula González Vigil, quien se convirtió en una de las figuras más influyentes del Perú del siglo XIX. Clérigo, político e intelectual, su lucha por el liberalismo lo destacó en un país donde la inestabilidad política y el caudillismo marcaban el rumbo de la nación.
A pesar de haber sido excomulgado en varias ocasiones por el Vaticano, nunca retrocedió en su defensa de la autonomía del Estado frente a la Iglesia.
Vocación temprana
De origen humilde, pero con una familia de origen español que vivía en Tacna, Vigil fue enviado en 1803 a Arequipa para estudiar Teología, Filosofía y Matemáticas en el Seminario de San Jerónimo. Bajo la tutela de figuras como Francisco Xavier de Luna Pizarro, quien más tarde sería un destacado liberal peruano, y el poeta Mariano Melgar, Vigil recibió una educación de gran profundidad que lo marcaría para siempre.
Su camino hacia el sacerdocio parecía inevitable. En 1819 fue ordenado presbítero, tras varios años de estudios y enseñanza en el seminario. Sin embargo, la vocación religiosa no fue el único motor de su vida.
En 1825, tras la consolidación de la independencia peruana, Vigil decidió sumergirse en el mundo de la política, con la convicción de que podía contribuir a la construcción de la naciente república.
Fue elegido diputado por Arica y llegó a Lima para formar parte del Congreso General de 1826. Su participación en ese órgano legislativo no fue pasiva: se opuso a las ambiciones vitalicias de Simón Bolívar y defendió los derechos parlamentarios, en un momento en que la mayoría de los peruanos reverenciaban al Libertador.
Un orador implacable
La capacidad oratoria de Francisco Vigil fue una de sus mayores armas. En noviembre de 1832, pronunció el célebre discurso “Yo acuso” en el Congreso, en el que denunciaba al presidente Agustín Gamarra por haber violado la Constitución.
Este episodio, aunque no tuvo consecuencias legales graves para Gamarra, desacreditó considerablemente al mandatario. La frase “Yo debo acusar y yo acuso” se convirtió en un símbolo de resistencia contra los abusos del poder.
A pesar de su enfermedad pulmonar, que limitó sus capacidades físicas y su participación activa en el parlamento, Vigil nunca dejó de usar su voz para defender sus principios.
En 1833 fundó el periódico El Constitucional, desde donde continuó su lucha contra el régimen de Gamarra y abogó por el liberalismo. Además, colaboró en otros medios de comunicación, siempre crítico de los excesos autoritarios y defensor de las libertades civiles.
Exilio y confrontación
En 1836, Vigil aceptó la dirección de la Biblioteca Nacional del Perú, cargo que ocuparía en diferentes periodos de su vida. Sin embargo, su relación con el poder político no siempre fue sencilla. Tras ser acusado de simpatizar con la Confederación Perú-Boliviana, fue exiliado en 1839, bajo el gobierno de Gamarra.
Este exilio fue interpretado por muchos como una venganza por las acusaciones que Vigil había hecho contra el presidente años antes. Durante su tiempo en Chile, Vigil se mantuvo en contacto con el pensamiento político y regresó a Perú unos meses después.
Su regreso a la política fue notable. Aunque nunca dejó de lado su pensamiento liberal, Vigil comenzó a centrarse en la defensa de la separación entre Iglesia y Estado, una postura que le trajo serios problemas con la Iglesia Católica.
Sus escritos y discursos a favor del regalismo —la doctrina que defiende la primacía del Estado sobre los asuntos eclesiásticos— lo enfrentaron directamente con la curia romana.
Excomulgado pero firme
Vigil fue excomulgado por el papa Pío IX en 1851 tras la publicación de su monumental obra Defensa de la autoridad de los gobiernos contra las pretensiones de la curia romana.
En esta obra, que consta de seis tomos, defendió la existencia de iglesias nacionales subordinadas a la autoridad civil. Esta primera excomunión no lo amedrentó; por el contrario, continuó escribiendo y publicando en defensa de sus ideas.
A lo largo de su vida, Vigil sufriría dos excomuniones más. En ninguna de ellas se retractó, reafirmando siempre su postura en contra de lo que consideraba los excesos del poder eclesiástico.
En su correspondencia con el Vaticano, y en particular con el papa Pío IX, Vigil defendía que obligarle a retractarse sería forzarlo a mentir, algo que jamás haría. Esta resistencia lo llevó a tener fuertes opositores dentro del clero peruano, pero también generó una profunda admiración entre los liberales de la época.
Perdonado 100 años después
A pesar de su ruptura con la Iglesia, la sociedad peruana nunca dejó de reconocer el valor de Francisco Vigil como uno de los grandes defensores del liberalismo en el país.
Fue reelegido como representante parlamentario en múltiples ocasiones y en 1866 fue nombrado senador, aunque rechazó asumir el cargo, probablemente debido a su deteriorada salud.
En 1875, a la edad de 82 años, Francisco Vigil falleció en Lima. Sin embargo, su desaparición física no significaría el fin de su influencia. El presidente Manuel Pardo declaró duelo nacional, y a pesar de su excomunión, la población peruana le rindió un homenaje multitudinario.
En el centenario de su fallecimiento, en 1975, la Santa Sede levantó la excomunión que pesaba sobre él, reconociendo de alguna forma la importancia de su lucha por la libertad de pensamiento.
El legado de Francisco de Paula González Vigil sigue vivo como un símbolo de resistencia frente a los abusos del poder, sea este político o religioso.