Durante la fratricida Guerra del Pacífico, más precisamente en la campaña marítima, hubo una nave fue una pieza clave en las operaciones, no solo por su participación en los bloqueos y combates, sino por la importancia histórica que adquirió al convertirse en un emblema de las complejas relaciones entre Chile y Perú durante el conflicto.
Se trata de la Goleta Virgen de la Covadonga, que desde el inicio de las acciones bélicas, contribuyó al bloqueo de puertos clave como Arica y Callao, con el propósito de obstaculizar el aprovisionamiento de las fuerzas peruanas y cortar vías de comunicación esenciales para la resistencia aliada.
A lo largo de estos enfrentamientos, la Covadonga no solo fue un medio de ataque, sino que también sirvió de protección para las tropas chilenas durante los desembarcos y en su avance por tierra. Y esta es la historia de cómo, gracias al ingenio de los marinos peruanos, llegó su fin y ahora reposa en las profundidades del mar de Chancay.
El hundimiento en Chancay
El 13 de septiembre de 1880 marcó un punto de inflexión para la Covadonga. A unos 500 metros de la costa de Chancay, la tripulación chilena, bajo el mando del capitán de corbeta Pablo de Ferrari, tenía la misión de bombardear un puente ferroviario que creían vital para el transporte de recursos peruanos. Sin embargo, lo que parecía una operación más en su agenda, terminó en tragedia.
Mientras la Covadonga maniobraba cerca de la playa, los chilenos avistaron un bote de recreo que, aparentemente inofensivo, flotaba a poca distancia. La decisión fue clara: investigarlo y remolcarlo hacia la goleta.
Lo que la tripulación desconocía era que ese elegante bote había sido minado por la armada peruana. El explosivo, preparado por la brigada torpedera al mando del teniente Decio Oyague Neyra, había sido cuidadosamente camuflado para parecer un simple cebo. La trampa funcionó de manera perfecta; al intentar acercarlo, la embarcación estalló, causando el hundimiento casi instantáneo de la Covadonga.
La explosión resultó letal para gran parte de la tripulación, incluido el propio comandante Ferrari. Casi un tercio de los hombres a bordo murieron en el acto, mientras que otros 48 fueron capturados por las fuerzas peruanas.
Un pequeño grupo, sin embargo, logró huir en un bote, alcanzando las costas de Ancón horas más tarde. Este evento simbolizó una victoria estratégica para Perú en el marco de una guerra en la que las maniobras navales eran fundamentales para definir el control de los territorios costeros.
Intento de recuperación
Décadas después de la Guerra del Pacífico, los restos de la Covadonga seguían siendo un tema de interés tanto para Perú como para Chile. A lo largo del tiempo, diversos intentos se llevaron a cabo para recuperar objetos del navío hundido.
La primera de estas iniciativas tuvo lugar en 1885, cuando el gobierno peruano permitió que particulares extrajeran algunos elementos de la goleta, siempre y cuando no pusieran en riesgo la navegación en la zona.
Fue recién en la década de 1990 que un esfuerzo más sistemático permitió rescatar varios objetos, entre ellos cañones, cadenas y otros artículos de interés histórico. Muchos de estos objetos, como un ancla y 20 metros de cadena, fueron trasladados a museos locales, donde se exhiben hasta hoy como testimonios del pasado bélico que enfrentó a ambas naciones.
La plaza de armas de Chancay es el lugar donde, actualmente, se pueden observar algunos de estos vestigios, convertidos en trofeos de guerra.
Intentos de reflotar la Covadonga
A pesar del tiempo transcurrido, la Covadonga continúa siendo un punto de interés para ambas naciones. En 2021, bajo el gobierno del presidente peruano Pedro Castillo, el entonces ministro de Cultura, Ciro Gálvez, anunció su intención de reflotar los restos de la goleta chilena.
Su propuesta, que implicaba rescatar los fragmentos que aún descansaban en el fondo marino frente a las costas de Chancay, buscaba convertir el lugar en un sitio de memoria y reflexión histórica.
Sin embargo, este plan no se materializó. Poco después de realizar el anuncio, Gálvez dejó su cargo, lo que paralizó los esfuerzos para llevar a cabo la ambiciosa misión de rescate. Las dificultades técnicas, junto con la degradación de la embarcación tras más de un siglo bajo el agua, contribuyeron a que el proyecto no avanzara.
A día de hoy, la Covadonga sigue sumergida en las profundidades del océano, su historia entrelazada con los episodios más intensos de la Guerra del Pacífico.
Lo que permanece en tierra son los recuerdos de su trágico final y los objetos rescatados, que continúan evocando la importancia de este navío en el contexto de una de las guerras que lo cambió todo en el siglo XIX en América Latina.