Alberto Fujimori estaba en Iquitos cuando se enteró de la captura de Abimael Guzmán el 12 de septiembre de 1992. El exmandatario se encontraba participando en un programa de ayuda social en comunidades nativas de la Amazonía, cuando recibió la noticia pasada la medianoche, según notas periodísticas de archivo. Guzmán, líder de Sendero Luminoso, fue capturado en Lima, en una operación a cargo del Grupo Especial de Inteligencia (GEIN) de de la Dirección contra el Terrorismo de la Policía Nacional
Pese a la trascendencia del evento, el presidente no alteró su agenda y continuó con sus actividades, visitando las comunidades fronterizas de Santa Rosa y otros poblados del Bajo Amazonas. En estos lugares, Fujimori repartió un lote de medicinas para combatir enfermedades infecciosas, además de alimentos y otros productos.
El presidente retornó de su viaje al día siguiente, buscando atribuirse el éxito de la operación que culminó con la aprehensión de Guzmán. De inmediato se dirigió a la Escuela Militar de Chorrillos, donde permaneció breves minutos sin ofrecer declaraciones a la prensa. Posteriormente, se trasladó a Palacio de Gobierno.
Mientras tanto, en Lima, el asesor de Fujimori, Vladimiro Montesinos, también se encontraba ajeno a la operación, participando en un cóctel en una embajada cuando la noticia fue transmitida por televisión. Montesinos se enteró de la captura mientras el evento era cubierto en los medios y Fujimori aún permanecía en la selva.
Ketín Vidal, el general a cargo del operativo, confirmó que Guzmán no opuso resistencia y aclaró que ni Fujimori ni Montesinos estaban al tanto del operativo hasta después de su ejecución. Al llegar a Lima, Fujimori implementó medidas de seguridad extremas y evitó hablar con los medios, delegando la comunicación oficial.
Este evento se considera uno de los golpes más significativos contra el terrorismo en el Perú, aunque tanto Fujimori como Montesinos fueron sorprendidos por la captura. A pesar de no tener conocimiento previo del operativo, Fujimori intentó capitalizar políticamente el éxito de la operación, que marcó un punto de inflexión en la lucha contra Sendero Luminoso.
¿La captura de Abimael Guzmán fue logro de Alberto Fujimori?
El arresto de Abimael Guzmán, líder de Sendero Luminoso, fue resultado de años de meticuloso trabajo de inteligencia. Las fuerzas de seguridad bajo el mando del general Antonio Ketín Vidal, de la Dirección Nacional contra el Terrorismo (DINCOTE), lograron capturar a Guzmán sin un solo disparo. Este evento marcó un hito en la historia del Perú, proporcionando al régimen de Alberto Fujimori una ventaja política crucial ante su lucha contra la violencia subversiva.
La captura del llamado “Presidente Gonzalo”, sobrenombre de Guzmán, después de más de una década de fuga, permitió al gobierno de Fujimori afirmar la restauración de la normalidad y fortalecer la legitimidad del Estado. Un análisis de la investigadora Jo-Marie Burt, expuso que esta victoria fue utilizada por el régimen para consolidar el poder y destacar las fuerzas armadas como defensoras de la legalidad y el honor.
La captura de Guzmán fue empleada para justificar el autogolpe de Fujimori en 1992, argumentando que la centralización del poder fue clave para combatir eficazmente el terrorismo y la corrupción judicial. Fujimori declaró públicamente su posición, afirmando que su gobierno era una reacción contra la ineficiencia y corrupción de la clase política tradicional.
Sin embargo, es importante notar que la captura de Abimael Guzmán tuvo poco que ver con la centralización de poder o con el autogolpe en sí. Fue el resultado de una operación de inteligencia rigurosa y democrática llevada a cabo por DINCOTE. Además de Guzmán, otros miembros clave de Sendero Luminoso fueron arrestados, y se desmantelaron estructuras como Socorro Popular, que operaba en Lima.
El artículo de Burt sugiere que las formaciones discursivas no solo reflejan, sino también constituyen las relaciones de poder y dominación. En este contexto, el discurso oficialista post captura de Guzmán jugó un papel esencial al atribuir la victoria exclusivamente a las fuerzas militares peruanas y asignar la culpa de la violencia interna totalmente a los grupos subversivos, Sendero Luminoso y el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA). Este tipo de narrativa, que enfatizaba la eficacia de las prácticas autoritarias, fue trascendental para consolidar el poder del régimen.
En el relato oficial, se suprimieron las violaciones a los derechos humanos perpetradas por las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional, que según estimaciones, comprendían entre un tercio y la mitad de las víctimas del conflicto interno. Cualquier acto violento cometido por los militares fue justificado como autodefensa contra el terrorismo. Esta lógica fue formalizada en 1995, cuando se aprobó una amnistía que garantizó la impunidad para aquellos involucrados en violaciones de derechos humanos entre 1980 y 1995.