El expresidente Alberto Fujimori ha muerto y su recuerdo perdurará, para bien o para mal, en la memoria de todos los peruanos.
Desde su incursión en la política nacional, su figura estuvo relacionada de alguna u otra manera con los hechos más trascendentes de la última parte del siglo XX. Precisamente a la década de 1990, que fue un período turbulento en la historia del país marcado por reformas económicas, acusaciones de corrupción y graves violaciones de derechos humanos.
Nacido en Lima el 28 de julio de 1938, Fujimori comenzó su carrera en las aulas como ingeniero agrónomo y rector universitario, antes de irrumpir en el escenario político en 1990, logrando una victoria electoral inesperada. Su gobierno, que duró hasta el año 2000, dejó una huella indeleble en el país.
Llegada a Palacio
El ascenso de Fujimori a la presidencia fue, en sí mismo, sorprendente. A pesar de ser relativamente desconocido en la política, obtuvo el apoyo de diversos sectores de la sociedad peruana, especialmente de las clases más desfavorecidas. Sin embargo, su gobierno pronto mostró un rostro mucho más autoritario.
En 1992, apenas dos años después de asumir el poder, Fujimori ejecutó un autogolpe, disolviendo el Congreso y concentrando en sus manos un poder prácticamente absoluto. Este acto marcó el inicio de un régimen caracterizado por el control del Estado, la censura a la prensa y la represión de cualquier forma de disidencia.
En el aspecto económico, Fujimori implementó un conjunto de reformas neoliberales que lograron estabilizar la economía peruana, afectada en ese momento por una hiperinflación galopante.
Estas medidas, aunque impopulares en muchos sectores, fueron elogiadas por organismos internacionales y sectores empresariales. La estabilización económica contribuyó a mejorar su imagen, y le permitió presentarse como el líder que Perú necesitaba para salir del caos. Sin embargo, este aparente éxito económico vino acompañado de un lado oscuro: la corrupción y la violación sistemática de derechos humanos.
Esterilizaciones forzadas
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Uno de los episodios más oscuros de su gobierno fue la política de esterilizaciones forzadas, en su mayoría aplicada a mujeres indígenas, que tuvo lugar entre 1996 y 2000. Según diversas investigaciones, miles de mujeres fueron sometidas a este procedimiento sin su consentimiento.
Este escándalo, junto con la represión violenta de movimientos insurgentes como Sendero Luminoso, empañó su legado. A pesar de estos hechos, un sector de la población sigue defendiendo su gobierno, argumentando que logró traer estabilidad al país en un momento crítico.
El siamés y la huida
La figura de Vladimiro Montesinos, jefe de facto del servicio de inteligencia durante su mandato, fue crucial para el funcionamiento del régimen de Fujimori. Montesinos, mano derecha del presidente, fue el cerebro detrás de muchas de las operaciones más controvertidas del gobierno, incluyendo la manipulación de los medios y la eliminación de opositores.
La estrecha relación entre ambos llegó a su fin con la difusión de los llamados “vladivideos”, una serie de grabaciones que mostraban a Montesinos sobornando a figuras políticas y empresariales. Este escándalo desató una crisis que acabaría por derrumbar el gobierno de Fujimori.
Ante las crecientes denuncias de corrupción y violaciones a los derechos humanos, Fujimori decidió huir a Japón en el año 2000. Desde allí, renunció a la presidencia a través de un fax, una salida que no solo fue humillante para él, sino también para las instituciones peruanas. En Japón, Fujimori encontró refugio debido a su doble nacionalidad. Sin embargo, su exilio no fue el final de su carrera política.
Traído a la fuerza
En 2005, fue detenido en Chile mientras intentaba regresar a la política peruana. Tras una serie de procesos judiciales, Fujimori fue extraditado a Perú, donde fue juzgado por múltiples delitos, incluyendo crímenes de lesa humanidad y malversación de fondos.
En 2009, fue condenado a 25 años de prisión, convirtiéndose en uno de los pocos exmandatarios latinoamericanos en ser sentenciado por violaciones a los derechos humanos.
A pesar de esta condena, Fujimori nunca dejó de ser una figura relevante en la política peruana. Su hija, Keiko Fujimori, ha liderado el movimiento fujimorista desde su encarcelamiento, obteniendo un considerable apoyo electoral en consecutivas elecciones presidenciales, aunque perdió todas en las que participó.
Y es que el fujimorismo, que defiende el legado económico de Alberto Fujimori, sigue siendo una fuerza política importante en Perú, aunque polariza profundamente a la sociedad.
Mientras que sus seguidores resaltan los logros económicos y la lucha contra el terrorismo durante su mandato, sus detractores lo consideran un dictador responsable de graves violaciones a los derechos humanos.
Libre al fin
En diciembre de 2023, Fujimori fue liberado tras una polémica decisión judicial. Su excarcelación desató protestas y debates sobre la justicia y la memoria histórica en Perú.
A pesar de estar legalmente inhabilitado para ocupar cargos públicos, Fujimori expresó su intención de participar en las elecciones generales de 2026, lo que subraya influencia en la política del país.
Alberto Fujimori es, sin lugar a dudas, una de las figuras más complejas y controvertidas de la historia reciente del Perú. Su legado está marcado por profundas contradicciones: por un lado, se le reconoce haber traído estabilidad económica en un momento de crisis; por otro, su gobierno está asociado a crímenes atroces y prácticas antidemocráticas.
Hoy, tras su muerte a los 86 años, sigue siendo un nombre que divide a los peruanos, pero cuyo impacto en la historia del país es innegable.