Existe una historia que los navegantes han escuchado o, en el mejor de los casos, han leído. Se trata de la novela Robinson Crusoe, un relato que inspira a quienes se atreven a desafiar lo desconocido en busca de nuevas tierras. El personaje principal del libro se convierte en el símbolo de la tenacidad y la supervivencia, debido a que enfrenta la soledad y los desafíos de una isla desierta con un coraje indomable. Su viaje es una travesía hacia lo inexplorado, un reflejo del espíritu de aquellos que, sin temor, abrazan el mar en busca de lo que aún no ha sido descubierto.
Así como Crusoe enfrentó los misterios de su isla, los exploradores del océano se embarcan en una aventura que desafía los límites del mundo conocido. Para los aventureros que siguen sus pasos, cada ola se convierte en un nuevo horizonte, y cada tormenta, en una prueba de su valentía. Navegar, como lo hizo Crusoe, es un acto de fe y de deseo por descubrir lo que yace más allá de las fronteras establecidas.
Pero, ¿quién es Robinson Crusoe y qué tiene en su historia que fascina a aquellos que se aventuran a navegar por el mar? Pues bien, fue un intrépido náufrago inmortalizado por la pluma de Daniel Defoe. Para más de un lector, es un personaje que encarna el espíritu de la supervivencia y la aventura en su forma más pura.
El personaje del escritor Defoe, desafió la voluntad de su familia y se lanzó al mar, movido por un impulso incontenible de explorar lo desconocido. Sin embargo, el destino lo llevó a encallar en una isla desierta, donde durante veintiocho años enfrentó la soledad, las inclemencias de la naturaleza y sus propios temores. Con ingenio y tenacidad, construyó su refugio, domesticó a la naturaleza hostil y, en medio de la desesperación, encontró la fuerza para sobrevivir.
Así como Crusoe, personas de distintas latitudes del mundo se han aventurado a navegar el mar. Tal es el caso de Thor Heyerdahl, explorador noruego que con su accionar dio algunas luces sobre la llegada de un inca a la Polinesia.
Antes de emprender la travesía, incluso antes de que su navío zarpase desde el puerto del Callao en 1947, circulaba la idea de que Túpac Yupanqui habría descubierto Oceanía. Según diversas crónicas, en 1465, el inca habría llegado a las islas Mangareva y Nuku Hiva, territorios que pertenecen a la Polinesia Francesa, en una embarcación de madera.
Cuando llegó el día de zarpar, Heyerdahl y su equipo ya había logrado construir la balsa de madera, similar a la que habría utilizado el inca. La embarcación, bautizada como Kon-Tiki, desafió toda expectativa y después de 101 días en altamar, alimentándose con las donaciones y a través del milenario arte de la pesca, los intrépidos aventureros tocaron tierra en un arrecife de coral en el atolón de Raroia, en la Polinesia, un 7 de agosto de 1947.
Este antecedente precede a la hazaña alcanzada por la expedición peruana Tangaroa. Bajo la dirección de Carlos Caravedo, un grupo de intrépidos exploradores se lanzó a la aventura de navegar el océano Pacífico en una balsa de madera. Aunque no sea pertinente, adelantaré que los aventureros lograron llegar a la Polinesia. Durante su travesía, ocurrieron eventos que podrían despertar el interés de muchos.
La expedición peruana que llegó a la Polinesia
La expedición peruana, guiada por un indomable espíritu de aventura, no se propuso confirmar si Túpac Yupanqui había descubierto Oceanía, sino trazar un destino en las vastas aguas del Pacífico, impulsada por la misma valentía que llevó a Robinson Crusoe a desafiar lo desconocido. No era una simple travesía, sino una odisea donde cada ola que golpeaba el navío susurraba historias de epopeyas pasadas.
Mario Knudsen conoció de primera mano las dificultades que enfrentó Carlos Caravedo y su equipo mientras navegaban en alta mar a bordo de la balsa Tangaroa. En su canal de YouTube, Knudsen compartió lo que le dijo Caravedo sobre las islas de la Polinesia, revelando historias que seguramente asombrarán a quienes las escuchen.
“El 5% del viaje fue terrible. Carlos Caravedo hasta rezaba, le prometía a Dios ser un buen hombre el resto de su vida si no le pasaba nada. (...) Veía tiburones en las olas porque estas eran pronunciadas, pasaban cerca a la balsa”, relató Knudsen, quien mostró fotos tomadas durante la travesía.
“Carlos Caravedo me encargó seguir con el tema de la expedición Tangaroa”, dijo en otro momento. Cabe señalar que el investigador también mencionó que los navegantes observaron fenómenos inusuales en el mar, entre los cuales destacan las medusas esféricas, que los acompañaron durante varias noches y emitían una luz brillante.
Una luz similar a la que Carlos habría visto al aprender a navegar en alta mar y construir balsas. Adquirió estos conocimientos de manera empírica, observando a exploradores. Entre ellos, se encontraba William Willis, un expedicionario alemán con quien entabló una amistad.
Carlos estaba decidido a emprender una aventura, pero carecía de los recursos económicos necesarios para hacerlo realidad. Hizo todo lo posible para concretar su sueño; por ejemplo, vendió grandes cantidades de cebolla, papa y algodón para recaudar dinero y así invertirlo en madera.
Sí, compraron madera, el material con el que construyeron la balsa. Durante el proceso de construcción, enfrentaron varios inconvenientes, incluyendo la negativa de las autoridades al solicitar armar la balsa en las instalaciones de los Servicios Industriales de la Marina (SIMA).
Superado este obstáculo, lograron construir la balsa. Contaron con el respaldo de sus familiares, quienes les proporcionaron las provisiones necesarias para un viaje estimado de tres meses.
Desde la construcción de la balsa hasta el día del viaje transcurrieron solo unos meses. Durante ese tiempo, Carlos no se desanimó ni mostró arrepentimiento, incluso el lunes 26 de julio de 1965, cuando la balsa Tangaroa zarpó desde el Yacht Club del Callao.
A bordo de la balsa estaban Carlos y su equipo, compuesto por el radioperador José Mathous y el navegante Jaime Toledo. Mientras se encontraban en medio del océano Pacífico, medios de comunicación como El Comercio informaban de la siguiente manera: “El 31 de octubre se sabrá si ‘Tangaroa’ llega a Polinesia”.
Precisamente ese día, la expedición llegó a la isla Napuka, habiendo transcurrido 97 días desde que comenzaron su aventura en la costa del Perú. Todos los miembros del equipo estaban con vida. Semanas antes, el medio peruano mencionado había publicado una nota informativa titulada: “Se ha perdido toda esperanza de comunicarse con ‘Tangaroa’”.
Al arribar a la isla Napuka, los aventureros decidieron explorar nuevos horizontes. Optaron por navegar por el arriesgado archipiélago de Tuamotu, convirtiéndose así en los primeros en atravesarlo en una balsa. Esta hazaña demostró su valentía y determinación en un entorno desafiante.
A través de su canal de YouTube, Knudsen compartió un documento detallado en el que se enumeran los diversos lugares que visitaron durante su travesía. Esta valiosa información ofrece una visión detallada de las etapas de la histórica expedición. “‘Fakarava’, ‘Tahiti’, ‘Moorea’, ‘Nuku Hiva’”, se lee. Para el hombre que conoció a Carlos, la expedición no se compara con otras.
“William Willis no tocó las islas y la balsa Cantura II pasó por el costadito. Carlos fue el único que atravesó el archipiélago”, aseveró.
El 18 de noviembre de 1965, tras 115 días en el mar, la balsa llegó a su destino final al encallar en la isla de Fakarava, conocida por sus peligrosos arrecifes de coral. Posteriormente, Le Journal de Tahití publicó una nota con el siguiente titular: “Voici le radeau peruvian”, que traducido al español se lee: “Aquí está la balsa peruana”.
Finalmente, Knudsen compartió un tributo al aventurero Carlos, quien dejó el alma y el corazón en su travesía: “No has conocido el mundo si no llevas el mar en tus venas, si no has sido envuelto por las nubes (...)”.