En los últimos años, más de un ciudadano suele preguntarse cuál es el peor presidente de la historia del Perú. Esto debido a la inestable situación política que se ha vivido.
Sin embargo, parece haber un consenso casi unánime en señalar a Ramón Castilla como el mejor mandatario que ha tenido el Perú en toda su historia republicana.
Pero, ¿qué tan cierta es esta afirmación? Tal vez su papel como uno de los líderes más influyentes en la construcción del Estado republicano peruano tenga algo que ver. Esta es su historia.
Un luchador desde siempre
Ramón Castilla oriundo de San Lorenzo de Tarapacá en el entonces Virreinato del Perú, nació el 31 de agosto de 1797 y falleció el 30 de mayo de 1867 en el desierto de Tiliviche.
Desde muy joven, Castillo participó activamente en la lucha por la independencia del Perú, una hazaña que lo consagró en la historia. Inició su carrera militar bajo las órdenes del ejército realista, participando en batallas decisivas como la de Chacabuco en 1817.
Capturado y llevado a Buenos Aires, logró regresar a su patria y reincorporarse al ejército peruano, esta vez apoyando la causa independentista.
En 1822, Castilla abrazó plenamente esta causa, siendo parte crucial de la caballería de la Legión Peruana. Su desempeño en la batalla de Ayacucho en 1824 fue notable, ayudando a consolidar la victoria definitiva que aseguraría la libertad del Perú.
Vida política
A lo largo de su carrera, Castilla no solo se destacó en el campo militar, sino también en la administración pública. Ocupó importantes cargos durante los gobiernos de figuras como Agustín Gamarra y Luis José de Orbegoso.
Fue subprefecto de su natal Tarapacá en 1825 y prefecto de Puno en 1834, roles que le permitieron afianzar su capacidad de liderazgo en tiempos de inestabilidad política.
La confederación Perú-Boliviana, instaurada en 1836 bajo el mando de Andrés de Santa Cruz, provocó que Castilla se exiliara en Chile. Desde allí, se unió al ejército restaurador, cuya intervención culminaría en la derrota de la confederación en la batalla de Yungay en 1839.
Tras la restauración del Perú, Castilla se convirtió en ministro de gobierno de Gamarra y participó activamente en la campaña contra Bolivia, hasta que fue hecho prisionero después de la batalla de Ingavi en 1841.
Tranquilidad, por fin
El liderazgo de Castilla se consolidó tras un periodo de inestabilidad y anarquía. En 1845, fue elegido presidente constitucional del Perú, un hito que inauguró una nueva etapa de estabilidad institucional y crecimiento económico, gracias a la explotación del guano, recurso vital para las arcas estatales.
Durante este primer mandato, Castilla se ganó el respeto de la nación por su capacidad de gobernar con firmeza y por la implementación de políticas que ayudaron a organizar el Estado peruano.
Cumplido su mandato, entregó el poder pacíficamente a su sucesor, José Rufino Echenique, algo hasta entonces inédito en la joven república.
Sin embargo, las tensiones políticas no tardarían en reavivarse. Los escándalos financieros, como el de la consolidación de la deuda interna, impulsaron a Castilla a liderar una nueva revolución en 1854.
Tras derrocar a Echenique en la batalla de La Palma, asumió nuevamente la presidencia, esta vez en calidad de mandatario provisional. Durante este gobierno, Castilla firmó uno de los decretos más memorables de su carrera: la abolición de la esclavitud en el Perú, una medida progresista que dejó una huella imborrable en la historia del país.
Cuando el deber llama
La segunda presidencia constitucional de Castilla, que se inició en 1858, continuó con la modernización del Perú. Su gobierno no solo enfrentó desafíos internos, como la guerra civil desatada por sectores conservadores, sino que también expandió las fronteras del Estado al impulsar la colonización de la Amazonía peruana y enfrentarse militarmente a Ecuador en 1858.
Además, su mandato coincidió con la llegada de avances tecnológicos, como el telégrafo y el alumbrado a gas, que colocaron al Perú a la vanguardia de la modernización en América Latina. El auge del guano seguía siendo el principal motor económico, proporcionando los recursos necesarios para estas iniciativas.
Luchador hasta el final
Castilla dejó nuevamente el poder en 1862, tras un mandato marcado por la estabilidad y el progreso. Sin embargo, su vida política no terminó ahí.
Poco después, fue elegido senador por Tarapacá y presidente del Senado, posiciones desde las cuales siguió siendo una figura influyente en la política peruana.
Enfrentado a las políticas de Juan Antonio Pezet durante el conflicto con España, Castilla fue desterrado a Europa en 1865, aunque regresó poco después al Perú para liderar un nuevo movimiento para defender ‘su’ Constitución de 1860.
Esta constitución, considerada una de las más duraderas en la historia peruana, fue promulgada bajo su liderazgo en 1860 y se mantuvo vigente por varias décadas.
Recuerdo intacto
El 30 de mayo de 1867, Ramón Castilla murió en el desierto de Tiliviche mientras encabezaba una marcha en defensa de los principios constitucionales que habían guiado gran parte de su vida política.
Tras su muerte, su recuerdo es el de un líder visionario, comprometido con el desarrollo de su país y con la implementación de reformas que sentaron las bases del Estado peruano moderno.
Y es que su contribución a la historia del Perú no solo abarcó los campos de batalla, sino también las instituciones civiles que moldearon el futuro de la nación.