En el corazón del virreinato del Perú, una joven se destacó entre la nobleza y la plebe, por su mística devoción. Se decía que desde muy pequeña, su vida estuvo marcada por experiencias espirituales que desafiaban la comprensión de quienes la rodeaban. Algunos la veían rezando durante horas, con un fervor casi sobrenatural, mientras otros susurraban sobre la fragancia que emanaba de su jardín. Sin embargo, lo que más llamaba la atención no era solo su piedad, sino el inquebrantable deseo de consagrar su vida a un propósito más elevado.
Esta joven es Isabel Flores de Oliva, quien más tarde sería conocida como Santa Rosa de Lima, la primera santa del continente americano. Su vida, entregada a una fe genuina y a la ayuda de los más vulnerables, dejó una impronta en la historia del Perú y de toda América. Ella se convirtió en un símbolo de devoción y sacrificio, cuya influencia se extendió más allá de su tiempo y lugar.
Santa Rosa es uno de los cinco santos que han surgido en el Perú, todos nacidos a principios del virreinato, un periodo en el que la Corona española buscaba mostrar al mundo el éxito de su labor evangelizadora en América. Junto a ella, figuran San Martín de Porres, San Francisco Solano, Santo Toribio de Mogrovejo y San Juan Macías. Es preciso señalar que solo dos de estas figuras santificadas, Santa Rosa y San Martín, son peruanos de nacimiento.
La limeña fue beatificada y canonizada décadas después de su muerte. Pero, ¿qué significan estos términos? Pues bien, en la Iglesia católica, el proceso de beatificación es el primer paso para reconocer a alguien como santo. Durante esta etapa, se investiga la vida del individuo y se confirman milagros atribuidos a su intercesión. Si se aprueba, se le declara “beato” y se le permite ser venerado localmente. La canonización es el siguiente paso, donde se examinan más pruebas y milagros. Si se confirma que el beato ha demostrado una santidad universal, se le declara santo, permitiendo su veneración en toda la Iglesia y su inclusión en el calendario litúrgico.
Flores de Oliva cumplió con todos los requisitos para alcanzar el reconocimiento que su vida merecía. Según la página web del convento Santo Domingo, el 2 de enero de 1668, el papa Clemente IX la beatificó, y poco después fue designada como patrona principal de Lima y los reinos del Perú. El 11 de agosto de 1670, Santa Rosa fue reconocida como patrona de toda América y Filipinas. Finalmente, en 1671, el pontífice Clemente X la canonizó, elevándola a la posición de principal patrona del Nuevo Mundo.
Como es evidente, antes de su canonización, la mujer laica fue proclamada patrona de América y de Filipinas. Dado este reconocimiento, surge una pregunta medular: ¿qué motivos o razones llevaron a que esta mujer religiosa recibiera tales distinciones?
Las razones por las que fue proclamada patrona de América y Filipinas
La razón por la que Santa Rosa de Lima ostenta el título de patrona de América y Filipinas encierra una historia que va más allá de los simples actos de devoción. En una época en la que la fe y el fervor religioso marcaban el pulso de la sociedad, la figura de esta mujer se alzó con una influencia inconmensurable, extendiendo su influencia mucho más allá de las fronteras de su Lima natal. La pregunta persiste: ¿qué cualidades y actos de la limeña lograron capturar la atención de los líderes eclesiásticos de tan lejanas regiones y provocaron un reconocimiento tan vasto?
Algunos podrían argumentar que sus actos se manifestaron en milagros. Se conoce que a ella se le atribuyen cuatro sanaciones de enfermos que habían sido dados por desahuciados por los médicos. Sobre este tema en cuestión, la historiadora Ybeth Arias dijo lo siguiente en el programa ‘Sucedió en el Perú’ de TV Perú:
“En el primer estado, que es la beatificación, se aceptan cinco milagros. En la (etapa de) canonización se aceptan cuatro milagros. Lo interesante de estos últimos es que fueron hechos fuera de América, estamos hablando de ciudades de Amberes, Sevilla, entre otros. Muchos están relacionados con curaciones milagrosas”.
Los milagros atribuidos a Santa Rosa de Lima alcanzaron también a Filipinas, un archipiélago que, durante la época colonial, estuvo bajo la influencia de los conquistadores españoles. Como es sabido, la expedición que marcó el inicio del contacto español con las islas fue liderada por Fernando de Magallanes en 1521. Él era un explorador portugués al servicio de la Corona española y llegó a las islas del archipiélago filipino durante su viaje de circunnavegación alrededor del mundo. La presencia española en esta parte del mundo se consolidó en 1565 con la llegada de Miguel López de Legazpi, quien estableció el primer asentamiento español permanente en Cebu.
En cuanto a los milagros que habrían ocurrido en esta locación, se cuenta que durante la ocupación japonesa en Filipinas (Segunda Guerra Mundial), Santa Rosa se apareció a cientos de filipinos que huían de los japonés. Guiados por visiones de la figura religiosa, estos refugiados encontraron su camino hacia una iglesia cercana en el poblado de Bucol, donde hallaron seguridad.
Este milagro, arraigado en la memoria de los fieles, junto con el hecho de que Filipinas fue una colonia española durante más de 300 años, ofrece una perspectiva sobre por qué Santa Rosa de Lima es venerada como patrona de Filipinas.
Finalmente, es importante mencionar a Ramón Mujica, destacado historiador del arte, quien ha arrojado luz sobre las razones por las que Isabel Flores de Oliva es venerada como patrona de América. “Santa Rosa significó diferentes cosas para los distintos grupos sociales. Para los españoles, ella era el primer fruto de la santidad americana. La Corona española había cumplido su misión; es decir, la evangelización había sido un éxito. La santidad fue posible en América gracias a la conquista española, ese era el discurso de los españoles”, aseveró.
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¿Quién fue el padre de Santa Rosa de Lima?
Estudiosos como Rosa Pérez y Juan Meléndez señalan que Gaspar Flores, el padre de Santa Rosa de Lima, nació en San Juan de Puerto Rico. Según las investigaciones de Pérez, su progenitor fue Luis Flores, quien alcanzó el título de hidalgo en la villa de Baños de Montemayor, situada en Cáceres, Extremadura.
Desde su juventud, se dedicó a la vida militar y prestó servicio como soldado bajo la Corona española. En el libro “Santa Rosa de Lima” de José Antonio del Busto Duthurburu, se plasma las actividades que llevó a cabo en el Perú. “Pasó a Tierrafirme en 1545 y llegó a Panamá cuando era allí gobernador el sevillano Pedro de Casaus”, se lee.
“En Panamá presenció la rendición de la armada gonzalista de Pedro Alonso de Hinojosa, sentó plaza de soldado en el ejército del Rey y pasó al Perú con el presidente de la Audiencia limeña Pedro de la Gasca, con quien concurrió a la batalla de Jaquijahuana, en la pampa de Anta, el 9 de abril de 1548, punto final de la rebelión de Gonzalo Pizarro”, se señala en otro apartado del libro.