Una joven peruana se encuentra en medio de la espesura de la selva, un lugar repleto de árboles que impiden a los pobladores divisar un horizonte esperanzador. El lente de la cámara sigue sus pasos firmes, que contrastan con las hojas movedizas de la abundante vegetación. Mientras avanza con una lupa en la mano, hace un movimiento con la cabeza similar al que hacen los camarógrafos; le llaman paneo.
A pesar de que la carrera que estudió está relacionada con el medio ambiente, todo a su alrededor le causa sorpresa. Sus gestos la delatan y no tiene por qué disimularlos, ya que es consciente de que en la selva peruana hay especies de las que todavía no se tiene registro en el planeta.
Conforme avanza el tiempo, se acerca más a su destino. Por momentos, se detiene a observar una planta, una porción de tierra o el cielo que luce claro, como la convicción que tuvo cuando emprendió proyectos en aras de la Amazonía peruana. Al llegar a su destino, unos hombres abren dos cajas cuadradas de madera en las cuales hay abejas. El pánico no se apodera de ella, porque sabe que no son las abejas melíferas, que suelen picar como mecanismo de defensa.
Un equipo de National Geographic acompañó a Rosa Vásquez a explorar la Amazonía y conocer a las abejas sin aguijón, que están en peligro de desaparecer debido a la deforestación y los pesticidas. Su preocupación por preservar especies del Perú no se gestó cuando se convirtió en exploradora de la organización mundialmente reconocida; la peruana fue consciente de la importancia del cuidado de la naturaleza desde la infancia.
Siendo niña, no podía ayudar a la naturaleza, pero desde que empezó a estudiar en la universidad ha emprendido proyectos en aras de la protección de los ecosistemas amazónicos. Infobae Perú conversó con Rosa Vásquez, una mujer que tuvo una revelación en la infancia y recientemente en la selva peruana.
Rosa Vásquez y el origen de su amor por la naturaleza
En el mundo, hay peruanos que hacen patria lejos de su país, ya sea desde el ámbito cultural, empresarial o académico. Muchos no pueden, o les resulta difícil, volver a su tierra para aplicar sus conocimientos en favor de los peruanos. Sin embargo, a miles de kilómetros, fomentan la cultura peruana y plantean soluciones que podrían beneficiar al mundo. Rosa Vásquez ha vivido más de 11 años en el extranjero, un tiempo en el que estudió con varias consignas en mente, entre las que destaca el desarrollo de las comunidades de la Amazonía.
Gracias a una beca, pudo estudiar en el extranjero la carrera de biología y química en Tennessee Technological University, en Estados Unidos. Su afán por adquirir más conocimientos la llevó a postular a otra beca, esta vez para un doctorado en la University of Michigan. Tras obtener el grado de doctora en biología química, siguió estudiando con la misma pasión de aquella joven que tuvo su primera clase en Estados Unidos. La científica le dedicó mucho tiempo a los estudios y a su familia, aunque solo sea a través de pensamientos o recuerdos.
A pesar de vivir en Lima, estuvo rodeada de plantas gracias a su abuela, quien dejó su tierra pero no sus conocimientos ancestrales. “Cuando era niña me empezó a interesar la ciencia. En casa leía libros relacionado a ello y mis familiares me contaban sobre el poder de las plantas. En esa etapa de mi vida tuve un acercamiento a la medicina tradicional gracias a mi abuela. De manera personal, he tenido mucha motivación no solo de conocer la medicina natural, sino también de aprender aspectos de la biología, química y genética”, contó a este medio de comunicación.
El amor de Rosa por el cuidado de la naturaleza nació a muy temprana edad. Desde pequeña, la peruana absorbió los conocimientos ancestrales relacionados al poder de las plantas y la naturaleza en general. Su abuela, quien vivió gran parte de su vida en Sihuas (un pequeño pueblo de Áncash) usaba las plantas para prevenir enfermedades y atenuar dolencias. Cuando se mudó a la capital junto a sus familiares, la matriarca armó un pequeño jardín con plantas medicinales.
La entonces niña Rosa se crió entre plantas. En ese jardín, descubrió los secretos de los Andes e incubó su pasión por la naturaleza. Aprendió a reconocer cada planta y sus propiedades curativas. En pleno huerto se percató que su vida estaría vinculada al cuidado del planeta.
Mientras pasaban los años, ella se daba cuenta de que existía un mar de conocimiento en lo que respecta a la biología. Su interés por este campo la llevó a consultar artículos científicos desde la adolescencia. La sorpresa que tuvo fue que la mayoría estaban en inglés, lo que la obligó a esforzarse para comprenderlos. Si bien tenía nociones del idioma extranjero porque había estudiado en la escuela primaria y secundaria, creyó conveniente perfeccionarlo en un instituto. Para ello, se matriculó en el ICPNA.
El dominio del inglés fue uno de los factores que le permitieron obtener una beca para estudiar en una universidad del extranjero. Tras salir de la secundaria, evaluó la posibilidad de estudiar fuera del país, lo que implicaba alejarse de sus familiares por un tiempo prolongado. Por fortuna, estuvo preparada emocionalmente y tuvo el respaldo de su mamá y su abuela. Es así que, a los 18 años, dejó el Perú con una mochila llena de anhelos. No quería cumplir el sueño americano, sino convertirse en una profesional y aportar a su país.
La odisea de la investigadora en el extranjero
En USA, Rosa enfrentó una serie de retos que no tenían que ver con la capacidad de relacionarse con los estadounidenses. Gracias a sus estudios del idioma inglés, pudo comunicarse casi a la perfección. Los retos básicamente giraban en torno a las exigencias académicas y a los de índole económica.
Cuando los problemas económicos se presentaban, una idea vino a su mente: la posibilidad de enseñar a bailar. Rosa es experta en varios géneros musicales, así que usó su arte para ganar dinero. La danza le brindó tranquilidad y allanó el camino para que pudiera concentrarse en su objetivo: sobresalir en sus estudios.
“Cada vez que veía alguna oportunidad de trabajo dentro de la universidad, la tomaba para poder ayudarme con mis gastos. A mí me encanta mucho el baile, de manera que empecé a enseñar salsa y bachata dentro del gimnasio de la casa de estudios durante varios años. Eso me ayudó bastante”, dijo a Infobae Perú.
Según contó, enseñar baile le favoreció de muchas maneras. Por ejemplo, conoció a muchas personas de diversas nacionalidades con quienes, por lo general, compartían algo en común: el inglés. En sus conversaciones con ellos perfeccionó el idioma. Si bien con este trabajo pudo ganar dinero, lo que destaca Rosa es que también fue una escapatoria ante momentos de desasosiego. Al estar lejos de su familia, la tristeza la embargaba, pero el baile estuvo ahí para socorrerla.
“Bailar es una forma de hacer ejercicio también”, suelen decir las abuelas, quienes agregan que “mente sana en cuerpo sano”. Bajo esta premisa, podemos afirmar que al bailar, ella mantenía un equilibrio entre el cuerpo y el intelecto. Prueba de ello es que fue una de las alumnas destacadas en su universidad. Tras egresar, sus investigaciones en el campo de la biología y química le permitieron obtener una beca para estudiar un doctorado en la University of Michigan.
El aporte de Rosa a la selva peruana
La científica y exploradora de National Geographic, Rosa Vásquez Espinoza, está inmersa en proyectos que buscan aumentar el conocimiento sobre las abejas sin aguijón, su polinización y las propiedades bioquímicas de su miel medicinal.
Una de las investigaciones de la científica peruana gira en torno a la comprensión de las propiedades medicinales que ofrece la miel producida por estas abejas. En diversas culturas antiguas, la miel ha sido utilizada como bálsamo y sustancia psicoactiva. Hoy, numerosos estudios científicos han confirmado sus propiedades terapéuticas, incluyendo capacidades antimicrobianas, antiinflamatorias y cicatrizantes.
Las abejas sin aguijón se destacan por producir una miel con compuestos químicos que inhiben el crecimiento de microbios y hongos. Esta característica resulta ser una adaptación vital para evitar que la miel se descomponga en los climas tropicales, donde la humedad y el calor son factores constantes.
El Amazonas, con su increíble biodiversidad, alberga una vasta variedad de plantas con componentes bioquímicos importantes. Estos se integran en la miel y las ceras producidas por las abejas sin aguijón, creando así un producto que no solo es nutritivo sino también medicinal.
Vásquez Espinoza y su centro de investigación, Amazon Research International, están comprometidos con la conservación de las poblaciones de esta especie de abeja. Según cuenta, son menos agresivas y más fáciles de manejar en comparación con sus contrapartes con aguijón. Estos insectos podrían representar una solución viable y beneficiosa tanto para la apicultura como para las comunidades que dependen de ellos. En diversas partes del mundo, se están redescubriendo el valor de las abejas no solo como productoras de miel, sino también como esenciales polinizadores que mejoran la biodiversidad y aumentan la productividad agrícola.
“Las abejas sin aguijón son claves para polinizar muchas de las flores nativas que tenemos en la selva. Si las abejas desaparecen, la Amazonía también desaparecerá y, en realidad, el mundo. Se sabe que tenemos menos de un año para sobrevivir sin abejas. Entonces, a través de la ciencia y el empoderamiento de las mujeres de las comunidades nativas, fortalecemos capacidades. Estamos haciendo estudios de sus mieles para fortalecer el conocimiento ancestral”, sostuvo la doctora.
En términos de biodiversidad, las abejas sin aguijón desempeñan un papel importante. Como polinizadores, aseguran la continuidad de muchas especies de plantas, contribuyendo así al equilibrio del ecosistema. Este tipo de apicultura se presenta como una alternativa sostenible y ecológica a las prácticas intensivas que a menudo resultan perjudiciales para el medio ambiente.
Es menester que la comunidad internacional preste atención y apoyo a estos esfuerzos. La conservación de las abejas sin aguijón y la investigación sobre sus mieles medicinales no solo tiene implicaciones para la salud humana y la productividad agrícola, sino también para la sostenibilidad de los ecosistemas tropicales y la preservación de la biodiversidad mundial. La científica sigue promoviendo políticas de conservación junto con grupos internacionales, con el fin de proteger las colmenas de las abejas de la selva.