Felipe Pomar nunca imaginó que su vida tomaría un giro tan radical. A través de una entrevista realizada por el portal Surferule confesó que de niño, era un pequeño rellenito que evitaba el deporte a toda costa, al punto de pedirle a su madre que le escribiera notas para no asistir a las clases de educación física. Sin embargo, su destino cambió en el verano de los 11 años, cuando su madre, consciente de la necesidad de actividad física, lo inscribió en una escuela de natación. Allí, Pomar comenzó a nadar y su cuerpo empezó a transformarse.
A los 15 años, había crecido considerablemente, convirtiéndose en un joven alto y delgado, aunque ya hastiado de nadar de un extremo al otro en las cortas piscinas de 25 metros de aquella época.
Pero el verdadero cambio vendría de un lugar inesperado. Un día, un amigo de su hermana mayor se compadeció de él y lo invitó al Club Waikiki, el único lugar del Perú donde se practicaba surf. “Pobre chico, no tiene nada que hacer”, recordó Pomar que le dijo el joven antes de ofrecerle una tabla durante la entrevista realizada por Surferule. Fue un momento revelador. Con apenas una tabla bajo el brazo y un océano por delante, Felipe se abrió paso en un nuevo mundo.
A los 22 años, en 1965, se coronó campeón mundial de surf bajo la Federación Internacional de Surf (ISF), pero su leyenda no se detendría allí. La experiencia que lo marcó para siempre fue la de enfrentar y recorrer las olas de un devastador tsunami, un hecho que se convirtió en una proeza épica en el mundo del surf.
Felipe Pomar, el campeón mundial de tabla de 1965
Felipe Pomar, a sus 80 años, vive en Hawái, un lugar que siempre fue su sueño y donde el surf sigue siendo parte de su vida diaria. Todo comenzó cuando tenía 15 años y decidió cambiar la natación por el surf, un deporte que lo atrajo desde el primer instante.
A los 17 años, Felipe Pomar ya estaba compitiendo en surf. Sin embargo, al finalizar el colegio, se enfrentó a un dilema impuesto por sus padres: debía elegir entre continuar con sus estudios o ingresar al mercado laboral. No dispuesto a renunciar a su sueño de surfear en Hawái, Felipe optó por trasladarse a San Francisco, donde comenzó sus estudios de negocios. San Francisco no solo estaba cerca de su destino soñado, sino que también era el lugar de residencia de su hermana, lo que facilitó su transición y acercamiento al mar que tanto anhelaba.
El surf en Perú comenzó a ganar reconocimiento internacional desde 1955, atrayendo a los mejores tablistas de Hawái y, en la década de los 60, a competidores de Australia, California y Florida.
En 1962, Perú fue escenario de un evento significativo: un gran campeonato de surf que denominó “Campeonato Mundial”. Este ambicioso torneo aumentó la chispa en Australia, que en 1964 organizó un evento similar, con el respaldo de una compañía petrolera. Durante esta competición, los surfistas de diferentes países coincidieron en que necesitaban una entidad oficial para validar estos campeonatos. Así nació la Federación Internacional de Surf (ISF), con el exitoso peruano Eduardo Arena como presidente.
Felipe Pomar, por su parte, estaba destinado a brillar. En 1963, se mudó a Hawái, donde su talento en el surf no pasó desapercibido. Tras ganar el campeonato de olas grandes en 1962, fue invitado a competir en el primer campeonato oficial de la ISF en 1965, marcando un hito en su ya impresionante carrera.
Representando a Perú en el primer campeonato oficial celebrado en su país en 1965, Felipe Pomar tuvo una ventaja inesperada: su vasta experiencia en olas grandes. Aquel torneo quedó grabado en la memoria de todos por la feroz intensidad del mar, condiciones que para Felipe eran casi familiares. Aunque su meta inicial era simplemente llegar a los finales, su desempeño en aquel día épico fue tan sobresaliente que terminó consagrándose campeón mundial. Así, Felipe no solo alcanzó su sueño, sino que se convirtió en una leyenda viviente del surf.
El recorrido por las olas de un tsunami
El 3 de octubre de 1974, la ciudad de Lima se vio sacudida por uno de los peores terremotos de su historia. Fueron 90 segundos de un movimiento sísmico de magnitud 7.4 en la escala de Richter que cambiarían la vida de muchos, incluido Felipe Pomar.
Aquel día parecía transcurrir con normalidad. Felipe y su amigo Pitty Block se habían dirigido a Punta Hermosa para surfear unas olas que, según ellos, no presentaban ningún desafío particular.
Sin embargo, lo que comenzó como una jornada normal pronto se tornó en una experiencia extravagante y peligrosa. Apenas minutos después del terremoto, Felipe y Pitty se adentraron en el mar, ignorando las posibles consecuencias de un tsunami, una situación que Felipe ya había vivido en Hawái sin incidentes.
La confianza en su experiencia previa les hizo minimizar el peligro. Decidido a aprovechar una última ola, Felipe se quedó un poco más, pero la situación se complicó rápidamente. Una fuerte corriente comenzó a llevarlos mar adentro, volviendo inútiles sus esfuerzos por remar de regreso. “La corriente era tan fuerte que no podíamos volver a la playa”, relató Felipe en una entrevista con la BBC. Ambos fueron arrastrados hasta encontrarse a kilómetros de la costa, en medio de un mar furioso con olas de hasta 20 pies (unos 6 metros), remolinos y fuertes vientos.
La situación se volvió crítica. Peleando contra el mar enloquecido, Felipe y Pitty fueron arrastrados varios kilómetros. La corriente se había vuelto tan violenta que ambos supieron que regresar a la playa con vida sería un desafío monumental. Felipe mantuvo la calma y comenzó a buscar un barco para refugiarse. En cuestión de 45 minutos, las olas pasaron de 3 a 15 pies de altura, transformando por completo el paisaje marino.
Pocos días después, los periódicos locales publicaron fotos de barcos que el tsunami había arrastrado hasta la plaza de un pueblo cercano. Felipe y Pitty fueron testigos de la furia del mar en una aventura que prefirieron no compartir por más de una década, sintiendo que hablar de su proeza sería una falta de respeto hacia las centenares de víctimas del terremoto.