“Tu artículo me reconcilia con la idea de la vejez,” escribió Eduardo González Viaña desde su computadora, llena de historias que ya salieron a la luz y otras que esperan pacientemente el momento adecuado. Luego procedió a colocar al destinatario, dio clic en enviar y, minutos después, leí su mensaje. Me sorprendió sobremanera, ya que generalmente los periodistas suelen comentar la obra de un literato a través de un correo. En este caso fue distinto, lo cual me motivó a contarlo a mis colegas, quienes no habían tenido esta grata experiencia.
A sus 82 años, González Viaña sigue activo en las redes sociales, medio a través del cual comparte sus artículos de opinión, reflexiones y, sobre todo, conmovedoras historias llenas de emoción que tocan el corazón de quienes las leen. Entre sus temas destacan la identidad, la pertenencia, la memoria, entre otros. Sin embargo, el que ha captado la atención de un sector considerable de los latinos es aquel que gira en torno a la inmigración.
Sentado en una acogedora cafetería de Miraflores, el autor de “El corrido de Dante” me cuenta historias de personas que tuvieron que dejar su patria en busca de mejores oportunidades. Lo hace como un abuelo que relata un cuento a su nieto, con pausas que despiertan la curiosidad y la reflexión. Al escucharlo, me doy cuenta de su genuina sensibilidad y de su capacidad para narrar historias que, aunque parecen ficción, están llenas de realidad y emoción.
En sus más de 50 libros, la ficción se combina con elementos de la realidad. En el caso de las historias de inmigración, estas ostentan una verosimilitud que sorprende a los lectores. El miembro de número de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE) ha logrado esto porque fue testigo de las odiseas de los inmigrantes. Algunos no lograron ingresar a Estados Unidos, mientras que otros sí. En ambos casos, él mantuvo contacto con ellos y fue testigo de sus problemas, sus angustias y, en pocos casos, sus alegrías.
El escritor también dio un vistazo a su vida en retrospectiva. En varios momentos de la conversación, su buen sentido del humor afloraba para amenizar el ambiente, una cualidad poco usual en las personas de la tercera edad, al menos en las que he conocido. A primera impresión, cualquiera podría pensar que nos reíamos de chistes triviales. No fue así. La risa provenía de las experiencias que contaba Eduardo, quien combinaba la tragedia con la comedia de manera sutil.
Después de unas horas nos levantamos de nuestras sillas para salir de la cafetería. Abandonamos el local, que se había vuelto festivo quizás porque la energía de Eduardo irradiaba a las mesas cercanas. Al despedirnos, acordamos tener otra reunión para conversar acerca de sus memorias, titulada “El poder de la ilusión”.
—Los escritores suelen esperar hasta la vejez para escribir sus memorias, quizás porque en ese momento la distancia temporal les da una perspectiva más clara. ¿Qué lleva a un literato a elegir este momento de su vida para narrar sus experiencias y cómo influye la introspección lograda con los años en la honestidad de su relato?
—Escribir un libro de memorias no solo implica reconocer que uno se aproxima al final de la vida, sino también hacer un viaje interior para repasar logros, palabras y sueños que quedaron pendientes. La vida es demasiado breve como para perder tiempo en asuntos irrelevantes. En contraste a ello, considero valioso dedicar un momento a reflexionar sobre lo que hemos alcanzado y a pensar en cómo podemos seguir contribuyendo al Perú.
—En estas memorias he explorado, entre otros temas, la historia de mis bisabuelos y tatarabuelos, quienes dejaron no solo una herencia genética, sino también valiosas historias que mi abuelo me transmitió. Fue gracias a él que pude leer “La divina comedia” en su casa durante mi infancia. Leer este libro con su guía despertó en mí una pasión por la literatura.
—La Real Academia Española define “ilusión” en su segunda acepción como una “esperanza cuyo cumplimiento parece especialmente atractivo”. Al incluir esta palabra en el título de sus memorias, se supone una carga emocional.
—Creo que la ilusión, aunque no sea tangible o parezca inexistente, es lo que nos permite avanzar y ser. Vivir con una ilusión es vivir con propósito; y tratar de convertir esa ilusión en realidad, incluso si no se logra, nos deja el sabor de una lucha inacabada. Si no logro materializar una ilusión determinada, otras generaciones intentarán crear un mundo mejor.
—En su extensa obra literaria, he notado guiños al realismo mágico, un recurso de los autores del boom latinoamericano. Por ejemplo, en “Sarita Colonia viene volando”, se muestran situaciones como dos mujeres hablando bajo el agua, un muerto que canta y rosas que se transforman en fantasmas. ¿Fuiste consciente del uso de lo real maravilloso en tus escritos?
—En realidad, no. Yo solo escribía con un lenguaje accesible tanto para los lectores como para mi madre y mi abuelo. En algunas páginas de mis libros he plasmado sus ideas, que rozan el realismo mágico o lo real maravilloso. Cada vez que escribo, me conecto con su fantasía e ilusión.
—Para muchos escritores, la familia no solo provee inspiración, sino que también moldea su perspectiva del mundo. En su caso, ¿de qué manera su entorno familiar ha influido en su obra literaria y en su visión del mundo?
—Mi familia jugó un rol importante en mi carrera literaria. Mi tatarabuelo, que tenía más de 75 años cuando estalló la guerra con Chile, pertenecía al Arma de Caballería del Ejército peruano y, a pesar de estar exento de combatir, pidió permiso para irse a Huamachuco a pelear. Lo siguieron sus hijos, que también eran de la Caballería. Su hijo menor, que no pertenecía a las Fuerzas Armadas, fue fusilado por los chilenos por ser considerado un montonero. Él y mi tatarabuelo murieron en batalla. A ellos los recuerdo siempre, así como a mi abuelo paterno y mi padre; este último me contó que su progenitor fue un montonero pierolista. Recordarlos me hace consciente de que pertenezco a una estirpe de patriotas tercos. Siento orgullo por mis ancestros que defendieron al Perú y dieron sus vidas por la nación. Esto da sentido a mi vida, ya que yo también he defendido al Perú, tanto en nuestra tierra como en el extranjero.
—Hay una faceta suya, poco conocida, que se relaciona con la música. ¿Qué lo inspiró a incursionar en la creación de canciones?
—Tengo tantas cosas que decir y contar, que algunas las expreso a través de canciones. En Turín, Italia, durante la presentación de mi libro “Vallejo en los infiernos”, Tania Libertad me dijo: “Eduardo, ¿qué te parece si cantamos juntos?”. Le respondí que no sabía cantar y que solo lo hacía en la ducha, pero ella insistió: “¿Recuerdas el poema ‘Dios’?”. Le dije que sí, y me indicó que cantaríamos ese poema. Lo hicimos ante miles de personas que, seguramente, no nos entendieron porque no hablaban castellano. Esta experiencia me inspiró a escribir canciones.
—¿Qué canciones ha escrito?
—He compuesto una canción para Trujillo, una marinera para Chepén, un tema musical para Pacasmayo, entre otras piezas musicales.
—En relación con su libro de memorias, ¿resultó difícil seleccionar las historias que se inmortalizarían, teniendo en cuenta que ha vivido innumerables experiencias extraordinarias, como conocer a Salvador Allende, Tania Libertad y Víctor Jara?
—En realidad, no estuve seleccionando. Mientras estaba frente a mi computadora, los recuerdos me llegaban cada mañana y no podía contenerlos. Volvieron aquellos momentos de mi infancia, cuando tenía nueve años. En esa etapa de mi vida, recuerdo haberme acercado a la biblioteca de Chepén y pedirle a la bibliotecaria que me prestara “La divina comedia” de Dante Alighieri. Al escuchar mi solicitud, la señorita me respondió: “No, ese no es un libro para ti”.
—Un sector de la población peruana lo considera un defensor de los inmigrantes. A propósito de ello, recuerdo que hace algunos años usted mencionó que los peruanos se van del Perú debido a la escasez de trabajo y amor. ¿A qué se refería exactamente cuando habló de amor?
—La migración de los latinoamericanos se asemeja en varios aspectos al éxodo del pueblo judío. Sin embargo, existen diferencias. Mientras los judíos fueron liberados de la esclavitud en Egipto y caminaron durante 40 años hacia la tierra prometida bajo la guía de Moisés, los latinoamericanos abandonan su patria impulsados por la necesidad urgente de escapar de la violencia, la pobreza y la falta de oportunidades. En lugar de buscar una tierra prometida divina, querían un lugar donde puedan reconstruir sus vidas con dignidad, seguridad y acceso a derechos fundamentales. En cuanto a tu pregunta, cuando mencioné que los peruanos salen del Perú debido a la escasez de trabajo y amor, es cierto. Al hablar de “amor”, me refiero a que la sociedad peruana no los trata con el respeto y el cariño que merecen, lo que implica respetar sus derechos y proporcionarles las condiciones necesarias para su desarrollo.
—El tema de la inmigración es una constante en su producción literaria.
—“El corrido de Dante” es el primer libro de una saga dedicada a la inmigración. Esta novela, que se publicó en Estados Unidos, sirvió para concientizar a los estadounidenses sobre el importante y positivo papel de los hispanos en el país.
—Abordar el tema de la inmigración implica encontrarse con historias conmovedoras y desgarradoras. ¿Qué experiencia le sobrecogió de sobremanera?
—Recuerdo que estaba dictando una clase en Western Oregon University cuando, de pronto, unos policías tocaron la puerta del salón. Tras mediar unas cuantas palabras con ellos, me exigieron que uno de mis alumnos saliera, ya que lo acusaban de ser inmigrante ilegal. Les dije que ninguno de mis estudiantes saldría del aula hasta que termine la clase. Los policías se enojaron y me advirtieron que podría ser mal visto si no colaboraba. Mi respuesta fue tajante: les dije que si ingresaban sin mi consentimiento, podría ser peor para ellos. No les quedó otra alternativa que esperar. Tras 50 minutos, la clase debería haber terminado, pero no fue así. Después de explicar la vida y obra de Juan Rulfo, una alumna levantó la mano y me hizo una pregunta, a la cual respondí durante 20 minutos. Luego, otro estudiante formuló otra interrogante. Como nunca, la mayoría participó activamente en varias ocasiones. Esta dinámica se extendió alrededor de cuatro horas y media, tiempo suficiente para que los policías se aburrieran y se fueran. Luego de ello, me acerqué a mi alumno y le dije que sus compañeros lo habían salvado. La solidaridad no era exclusiva de los hispanos, sino de todas las nacionalidades presentes en el aula.
—A lo largo de su extensa obra, ha celebrado a figuras destacadas de la historia y la literatura. ¿Ha pensado en rendir tributo al Perú mediante una novela?
—Creo que al honrar a figuras como Ramón Castilla, Garcilaso de la Vega, José María Arguedas y César Vallejo, también estoy honrando al Perú. Siempre digo que la estrella que vendrá a llevarme se aproxima, y aunque se vaya conmigo, mi sombra permanecerá en el Perú. Espero que mis libros y mis personajes nunca mueran.
—Permítame abordar un tema diferente, relacionado con su esfera familiar. Si pudiera hacer una retrospección de su vida en este aspecto, ¿qué conclusiones sacaría?
—Probablemente, mis desaciertos superen a mis aciertos en el ámbito familiar. Debo confesar que no he pasado suficiente tiempo con mis hijos, pero les he escrito y he intentado ser un buen ejemplo para ellos. Tengo tres hijos: el mayor es sociólogo, la segunda es antropóloga y la tercera es abogada. Pienso en ellos y desearía estar más cerca para poder conversar, no solo para darles consejos, sino también para recibirlos. Me doy cuenta de que he carecido de consejos.
—En varias ocasiones ha mencionado que “La divina comedia” jugó un rol importante en su vida. Dante Alighieri, su autor, admiró al poeta romano Virgilio y Beatriz fue su amor platónico. Bajo esta premisa, ¿quiénes serían su Virgilio y su Beatriz en esta vida terrenal?
—Cuando tenía 16 años, formé un grupo literario con amigos en la Universidad de Trujillo llamado Trilce. Al igual que los miembros del Grupo Norte, que incluía a figuras como Antenor Orrego, César Vallejo y Víctor Raúl Haya de la Torre, aspirábamos a crear un mundo diferente. Entre los intelectuales que me rodeaban, especialmente admiraba a Teodoro Rivero Ayllón, quien se convirtió en mi Virgilio. En cuanto a Beatriz, no puedo especificar, ya que hay varias candidatas (risas).
—Finalmente, ¿en qué proyecto literario se encuentra trabajando actualmente? Parece que no se detiene, ya que hubo un tiempo en el que publicaba un libro cada año.
—Actualmente estoy escribiendo un libro sobre Ciro Alegría y me siento identificado con él. Este destacado escritor indigenista es uno de los grandes novelistas de la literatura peruana. En un país donde el indígena había sido históricamente marginado en la narrativa, él lo convirtió en un tema central. Con obras como “El mundo es ancho y ajeno” y “Los perros hambrientos”, Alegría abordó de manera magistral el problema del indígena y su posición social.