El Perú, tierra de enigmas y contrastes, se destaca como la cuna de eminentes escritores que han labrado su nombre en los anales de la literatura universal. Este país, con su vasto legado histórico, ha sido el alma que inspira a prodigiosas plumas. Desde los versos conmovedores de César Vallejo, que destilan la esencia de la tragedia y la redención humana, hasta las narrativas envolventes de Mario Vargas Llosa, que delinean con maestría las complejidades del ser humano y la sociedad, esta tierra ha dado al mundo una poesía y prosa diversa.
Otro de los destacados literatos peruanos es José María Arguedas, cuya obra es reconocida internacionalmente por su retrato de la cultura andina y su defensa de las culturas indígenas. El novelista fusionó con maestría el español y el quechua, entregando al mundo una visión auténtica de la vida de los pueblos andinos. Sus creaciones literarias, como “Los ríos profundos” y “Todas las sangres”, son valoradas por su sensibilidad y capacidad para combinar la tradición ancestral con las realidades contemporáneas.
Arguedas no solo influyó en la literatura, sino que también hizo valiosas contribuciones al mundo de la danza. Su interés y dedicación por las tradiciones culturales lo llevaron a involucrarse en la preservación de una antigua manifestación dancística que se remonta a los tiempos de los chankas, quienes dominaron las regiones de Ayacucho, Huancavelica y Apurímac hasta la llegada de los incas.
José María Arguedas y su relación con la danza de las tijeras
Antes de que el baile ancestral adoptara el nombre de ‘danza de las tijeras’, se le conocía por diferentes denominaciones en las diversas regiones del Perú. En Ayacucho, era llamado ‘danzaq’; en Apurímac, se referían a él como ‘saqras’; y en Huancavelica, se identificaba como ‘gala’.
Originalmente vinculado a las prácticas rituales de los chankas, la danza surgió como parte integral de las festividades agrícolas, dedicadas principalmente a la Pachamama. Su propósito era solicitar energía y prosperidad para la comunidad. Los danzantes, descendientes de los tusuq laykas (curanderos prehispánicos, sacerdotes y adivinos), actuaban en sus coreografías representando a los espíritus de entidades naturales y divinidades andinas. De esta manera establecían una conexión entre el mundo material y el espiritual.
Ahora bien, quien popularizó este baile ancestral fue José María Arguedas. Prueba de ello son sus novelas y cuentos, en los que plasmó la danza de los chankas. En sus páginas, no se hace referencia al baile con títulos como ‘danzaq’, ‘saqras’ o ‘gala’.
“El arpista cambió la danza al tono de Waqtay (la lucha). “Rasu-Ñiti” hizo sonar más alto las tijeras. Las elevó en dirección del rayo de sol que se iba alzando. Quedó clavado en el sitio; pero con el rostro aún más rígido y los ojos más hundidos, pudo dar una vuelta sobre su pierna viva. Entonces sus ojos dejaron de ser indiferentes; porque antes miraba como en abstracto, sin precisar a nadie. Ahora se fijaron en su hija mayor, casi con júbilo”, se lee en el cuento “La agonía de Rasu Ñiti”.
En el libro “La danza de tijeras y el violín de Lucanas” de Manuel Arce Sotelo, se cita a Núñez para destacar cómo el autor de “Los ríos profundos” contribuyó a dar a conocer este baile ancestral bajo el nombre de ‘danza de tijeras’ hacia la década de 1950.
La popularización del término ‘danza de las tijeras’ se debe al escritor Arguedas, quien en 1962 publicó el cuento “La agonía de Rasu Ñiti”. En esta obra, el protagonista es un danzaq. Es menester destacar que el nombre de la danza hace alusión a un instrumento particular, formado por dos piezas metálicas que se asemejan a unas tijeras sin pasador y que producen un repique mientras se realiza el impresionante baile.
El investigador Juan Zevallos-Aguilar, a través de su artículo “La representación de la danza de las tijeras de José María Arguedas. Contribución a la formación de la cultura andina”, también se refirió al aporte del representante del indigenismo peruano.
“Las observaciones de Arguedas constituyen la única descripción autorizada del baile en el contexto rural, a diferencia de las recientes observaciones etnográficas que describen su ejecución en el contexto urbano. En este conjunto de referencias, el escritor dedica el cuento completo “La agonía de Rasu Ñiti” a la danza y relata con minuciosidad la práctica de un ritual de muerte relacionado con otro ritual de iniciación”, señaló. “(El literato) tenía un interés personal en la divulgación de esta danza”.