El mundo de las artes en el Perú cuenta con innumerables exponentes en todas las ramas, todos con un talento que ha dejado huella en su especialidad.
Ese es el caso de Gustavo Camino Brent, quien desde niño se destacó en diversas disciplinas, pero resaltó en la pintura. Tanto así que se convirtió en el primer representante de lo que se llamó el indigenismo peruano. Y esta es su historia.
Rodeado de arte
Gustavo Enrique Camino Brent, su nombre completo, fue un influyente pintor peruano del movimiento indigenista y nació en Lima el 22 de junio de 1909. Hijo de Juan Francisco Camino Anderson y María Águeda Catalina Brent Delgado, creció en un entorno que valoraba la cultura y las artes.
Desde pequeño, Gustavo mostró un talento notable. A los tres años, ganó una medalla de oro en un concurso de belleza infantil.
Inició su educación con una tutora privada y luego asistió al Colegio Sagrados Corazones Recoleta, continuando sus estudios en el Colegio San Agustín y culminando en Nuestra Señora de Guadalupe.
En 1922, ingresó a la Escuela Nacional de Bellas Artes de Lima con solo doce años. A pesar de la oposición de su padre, Daniel Hernández, director de la escuela, intervino para que Gustavo continuara sus estudios artísticos.
Bajo la tutela de Hernández y José Sabogal, Gustavo desarrolló un estilo distintivo, alejado de las influencias europeas predominantes.
También fue arquitecto
Gustavo también estudió arquitectura en la Escuela de Ingenieros de Lima. En 1932, se graduó con honores de Bellas Artes y comenzó a enseñar en la institución en 1937. Su primera exposición en Lima en 1936 fue elogiada, y su obra comenzó a ganar reconocimiento internacional.
Pero su búsqueda de inspiración lo llevó a viajar por el interior de Perú, explorando paisajes y técnicas locales, como la cerámica de Santiago de Pupuja. En 1938, se casó con María Rosa Macedo Cánepa, con quien tuvo un hijo, Luis Federico Camino Macedo.
En otras de sus facetas, Gustavo enseñó cerámica en el Politécnico José Pardo y diseñó la capilla del instituto, que aún conserva su diseño original. Sus viajes por Puno y Buenos Aires inspiraron series sobre el Collao y el Cusco. En 1940, regresó a Lima y se alineó con Sabogal, quien fue destituido de la dirección de la ENBA (Escuela Nacional de Bellas Artes) en 1943.
Durante sus viajes a Estados Unidos, México y Quito, Gustavo conoció a Oswaldo Guayasamín y realizó murales, como el del Ex Ministerio Público de Educación.
Inspiración desde el interior
Fue director de la Escuela de Bellas Artes de Huamanga, donde también enseñó. Su obra, caracterizada por retratos y paisajes, combinaba una fuerte resonancia pictórica con colores terrosos.
Una de sus obras destacadas es el “Cristo de Tayankani” de 1951, que refleja su fascinación por la religiosidad popular. A pesar de su pertenencia al grupo indigenista, Gustavo mantuvo una línea personal en su arte, representando el paisaje arquitectónico y la imagen del indio con una paleta intensa.
En 1957, asumió la dirección de la Escuela de Bellas Artes y Artesanía de la Universidad de Ayacucho, donde continuó hasta su muerte.
Su visión del mundo vernacular se reflejaba en sus obras, que capturaban rincones y plazuelas con una melancólica belleza. Sus obras se encuentran en colecciones de América y Europa, destacando “El Recuerdo (La Capa)” de 1930.
En 1960, regresó a Lima debido a dolores de cabeza severos. Los especialistas determinaron que esto se debía a un tumor maligno alojado en su cerebro.
Falleció el 15 de julio de 1960, durante una operación. Su cuerpo fue velado en su taller y sepultado en el cuartel San Andrés del Cementerio El Ángel.